Ala hora en que las tripas se alborotan y el sol calcina el pavimento, justo en la esquina de la calle Sucre y Lorenzo de Garaicoa, llega una señora bajita, con pulóver y sandalias, con uñas pintadas de rosado.
Extiende un toldo pequeño y se pone a ordenar, como si estuviera en una vitrina, unas batidoras y unos forros para controles remotos. Quiere “hacer su domingo”, el mismo que no pudo hacer en Daule con la visita dominical del presidente Correa.
Ella es tan solo una de los 552.050 subempleados que hay en Guayaquil, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Y ha venido a sumarse a los cientos de vendedores de todo tipo (y fenotipo) que vienen ocupando todos los días, en las últimas semanas, como en los viejos tiempos, los alrededores del Mercado Central y varios tramos de la Pedro Pablo Gómez.
Algunas de estas calles parecen verdaderos mercados persas, y se ven escenas que parecen sacadas de cualquier callejón egipcio y no de Guayaquil.
Ventas de todo tipo: manteles baratos, ropa íntima amarilla (aunque no es fin de año), zapatos can-can, perros a los que sus dueños peinan mientras caminan, repuestos y frutas.
Poco después del mediodía hay algunos policías municipales merodeando. Uno de ellos le dice en tono perentorio a dos señores con toldo en plena acera:
-Vayan recogiéndome todo eso. Tienen dos minutos.
Uno se queja y dice que siempre los quieren sacar y después no les devuelven la mercancía.
-¡Y así quieren los políticos que después los apoyemos!
Pero otros vendedores comentan, en voz baja, que los ‘municipales’ no son tan severos, especialmente los domingos. En la Clemente Ballén con Lorenzo de Garaicoa está parado Leonardo Navarrete, un policía municipal de pocas palabras. Él dice que en cada área hay asignado un compañero, cada uno tiene su territorio. Donde él está, por ejemplo, nadie vende, pero justo enfrente... es un bazar.
Uno de los que corrió con suerte este domingo (ayer) es Fulton Vaca, un hombre delgado y con ligero estrabismo. Él vende unos muñecos del Chavo del ocho a 1 dólar. Dice que ahora los domingos puede trabajar tranquilo, “solo un ratico”, pero siempre con los ojos de los municipales encima de él. Y sin dejar nunca de moverse.
Una chiquilla de unos 10 años promociona una moto en plena acera. Cuesta USD 860, con opción a ganársela en una rifa comprando una papeleta en 5 dólares.
En uno de los toldos puede verse a una niña de unos cuatro años, dormida como un angelito, ajena al bullicio infernal, a los gritos de 20 mandarinas por 1 dólar, pero sobre todo, ¡ay!, al penetrante olor a orines rancios.
-Si te gusta, te la vendo, dice un hombre joven señalando a la pequeña bella durmiente.
Los vendedores se han tomado algunas aceras y la imagen de sus toldos extendidos con baratijas empieza a ser de nuevo una imagen familiar en el centro. Si no le interesa el viejo tocadiscos de 10 dólares, o la grabadora prehistórica que vende don Luis Molina, quizá le llame la atención la gordita de minifalda color café que se vende ella misma, mientras se abre paso entre los tenderetes. Creyéndose Paris Hilton, aunque no lo sea.
Las estadísticas
El 40% está en la subocupación
Cuatro de cada diez guayaquileños está en el subempleo, según el reporte de mayo pasado, del Banco Central.
De acuerdo con el estudio, la economía informal es una de las principales generadores de empleo, pero “carece de derechos laborales y de protección social, lo que sumado a la cantidad de personas desempleadas, permite concluir que el déficit de trabajo formal afecta significativamente al país”.
La brecha entre hombres y mujeres en el subempleo se ha cerrado con relación a años anteriores. El motivo principal es que las mujeres, que aún realizan tareas de ama de casa, no pueden dedicarse a tiempo completo a un trabajo y entran entonces a la subocupación.
Pero a nivel de edades también se ven las diferencias. El ex instituto emisor señala que entre los trabajadores hombres que se encuentran entre los 10 y 14 años está la mayor proporción de subempleados (57,4%), seguido por aquellos cuya edad se encuentra entre los 60 años y más.
En el caso de las mujeres, en cambio, la edad de mayor productividad se encuentra entre los 29 y 44 años (56,7%), seguidos por los que están en el rango de 45 a 59 años, de acuerdo con el Banco Central. (CFR)
Crecimiento
El problema llega a otras zonas de la urbe
El comercio informal va creciendo lentamente en Guayaquil. Los alrededores del Mercado Sur, Maternidad y mercado de víveres de Pedro Pablo Gómez, que habían sido “limpiados” por el Municipio, han sido nuevamente ocupados por decenas de vendedores.
De a poco se han adueñado de las aceras, convirtiéndolas en verdaderos mercadillos, como hace 5 años.
Pero no solo esos sectores están afectados. Unas cuatro cuadras de la calle Oriente y la 27, se han convertido en feria libre, donde no solo se torna difícil transitar para los dueños de vehículos, sino también para los peatones.
Algo similar ocurre en la Ch desde la 23 y la 25, donde cientos de cachineros se han tomado calles y veredas.
En El Oro y la 30, el comercio va creciendo. A este sitio llegan incluso comerciantes de otros cantones.
Igual ocurre en Ayacucho y Coronel, donde pasadas las 12:00, desfilan una veintena de triciclos y carretillas de madera vendiendo frutas. Unos gritando a todo pulmón y otros usando megáfonos ensordecedores que funcionan con una batería de carro.
Los moradores de las zonas mencionadas aseguran que “de no poner un alto a este crecimiento informal se corre el riesgo de una invasión”. Así lo dijo Gabriel Tacuri, propietario de una despensa en Colón y Clemente Ballén. (DHG)
El vendedor
La falta de empleo nos lanza otra vez a la calle
Cuatro de los más de 50 comerciantes informales apostados en la vereda de las calles Sucre y Seis de Marzo, coincidieron en señalar que la falta de empleo los lanzó a la calle para ganarse el sustento diario; aún con el temor de ser retirados por los policías metropolitanos.
Habían intentado emplearse, pero no lo consiguieron. Entonces, decidieron ocupar las veredas. Juana Riera vende zapatillas de caucho a 1 dólar; Rosendo Briones ofrece repuestos de licuadora; Jacinto Tomalá, camisetas y ‘shores’; y, Héctor Yagual, correas y corbatas.
“La venta no es extraordinaria, pero al menos nos permite comer una vez al día”, dijo uno de ellos. (DHG)
El comprador
En la calle se consigue mercadería desde $ 1
Solas o en familia, cientos de personas recorren a pie las veredas aledañas al mercado Central, en busca de ropa o cualquier otra baratija.
“Aquí sí se puede regatear”, dijo Jorge Mendoza, quien acompañado de su esposa e hija, buscaba ayer un par de zapatos de caucho. A pocos metros, una señora de unos 45 años se medía, sobre su ropa, un sostén color rojo. Mientras que Imelda Zevallos, adquiría una camiseta blanca para su nieto, a tan solo 1 dólar.
Los tres dijeron que prefieren comprar en este sector porque es más barato que hacerlo en un centro comercial, donde la misma mercadería les cuesta dos y hasta tres veces más.
El afectado
Los informales causan desorden y pérdidas
Los dueños de locales comerciales que están ubicados a lo largo de la calle Pedro Moncayo, desde Pedro Pablo Gómez hasta 10 de Agosto, no están de acuerdo con el regreso de los comerciantes informales.
Alegan que estas personas se adueñan, todos los días, de la vereda. Ello, causa inconvenientes para transitar, manifestó Hugo Carrión, dueño de una ferretería. Además, “que esta gente no paga impuestos por la ocupación de la vía pública”, agregó.
La misma opinión tuvo Joaquín Riofrío, dueño de la despensa María, ubicada en Colón y Pío Montúfar. “Mis ventas han bajado por la dificultad para acceder a mi local”, dijo.
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