Revista Atlas del Sud – Nº 4 (Mayo de 1995)
En el actual escenario político de la Argentina, a la discusión de ideas le sucede lo mismo que a la libertad en los regímenes colectivistas: brilla por su ausencia. Las apariciones públicas de los distintos representantes del pueblo consisten en una competencia por decir la frase más ocurrente o por encontrar la manera más certera de ridiculizar y agraviar a sus contrincantes. La lógica, la inteligencia y el sentido común ni tan siquiera se acercan a saludar.
Dentro de este frenesí de estupideces y de manifestaciones que ocultan la verdadera intención de los políticos, encontrar el camino más fácil para alzarse con los patrimonios de los ciudadanos, queda sin respuesta el interrogante de cómo podría el país eventualmente abandonar la actual política monetaria sin caer en un colapso inflacionario.
Ni el oficialismo responde cómo se podría modificar el sistema que él mismo instituyera mediante la Ley 23.928, ni la oposición realiza ningún aporte en tal sentido, limitándose a calificar a la convertibilidad como un respirador artificial, sin explicarnos como harían para desenchufarlo sin provocar los ataques de asma que tanto asfixiaron a la economía en el pasado.
Por tal motivo, consideramos necesario instalar seriamente la discusión sobre el futuro monetario del país, y exponer nuestra propuesta al respecto, la que consideramos sería la manera más efectiva de librarnos de esa especie de coraza que ha constituido el actual sistema.
¿Qué es la Convertibilidad?
La llamada “Ley de Convertibilidad”, promulgada el 27 de Marzo de 1991, vino a implementar lo que en economía se conoce como una política monetaria pasiva, acompañada de un tipo de cambio fijo (En realidad el tipo de cambio sería flexible,pero al ser su banda de flotación -la brecha entre el precio de compra y el de venta- tan reducida, de hecho opera como si fuese fijo).
Dicha política monetaria consiste en mantener una relación exacta entre el dinero emitido por el Banco Central -base monetaria- y las reservas de libre disponibilidad de dicho organismo, consistentes en oro, divisas y títulos públicos nacionales y extranjeros. Es decir, que el Banco Central solamente se encontraría facultado a emitir un peso, ante el ingreso en sus reservas de un dólar o su equivalente en oro o títulos públicos, constituyendo esta última posibilidad una verdadera coartada del sistema, dado que con una impresora puede el gobierno fabricar los pesos que desee y con otra los títulos que vendrían a constituir su correspondiente “respaldo”.
Este modelo monetario no es algo nuevo para los argentinos, sino una remozada versión de los implementados durante las dos últimas décadas, representados fundamentalmente por la “tablita” de los días del Dr. Martinez de Hoz, con sus mini-devaluaciones anticipadas, y por el denominado “Plan Austral” de la anterior Administración. Como a toda causa le corresponde su efecto, no puede el modelo de convertibilidad tener un final muy diferente del que tuvieron en su oportunidad sus antecesores.
En última instancia, el sistema implementado no es otra cosa que ponerle un precio máximo al dólar, un techo por sobre el cual la divisa no puede operar en el mercado, con todas las connotaciones económicas y morales que tal actitud representa, al constituir por un lado, una forma sutil de subsidiar a las importaciones, al mismo tiempo que por el otro, evidencia un desprecio por las valoraciones de los individuos respecto de esa moneda.
Se suele afirmar que en realidad el dólar no se encuentra subvaluado respecto de la moneda local -pese a ser su precio el único que ha permanecido inalterado desde abril del 91-, pues de ser así existiría un mercado negro o paralelo” en el cual cotizaría a un precio mayor. Tal afirmación implica un desconocimiento de la norma legal en cuestión, ya que el único matiz original del presente modelo respecto de sus primos del pasado, es el hecho de encontrarse esta vez el gobierno comprometido a vender las divisas que le sean requeridas a la relación de $ 1 por cada dólar, motivo por el cual, independientemente de lo que para cada uno de nosotros valga un dólar, las operaciones van a realizarse a esa paridad.
Es como si por ejemplo, el gobierno se obligase por ley a vender todos los modelos de televisores marca “XX” que la gente demande a $200 por unidad, cuando el precio de los mismos en el mercado es de $600. Todas las transacciones de dicho producto se realizarían a $200, pues quien lo vendiese a un precio mayor sería reemplazado como oferente por el gobierno.
Cabe concluir, que la actual política monetaria reposa sobre la ficción de que un peso y un dólar son la misma cosa, que no existe disparidad en las valoraciones que los individuos tenemos sobre ambos. En otras palabras, la ilusión de que un producto respaldado por un pordiosero, será juzgado de igual manera que aquel que tenga detrás la solvencia de un millonario, o lo que es lo mismo, pretender que la Argentina representa para el mundo lo mismo que los Estados Unidos de América.
¿Qué alternativas tenemos?
Frente a la situación planteada, y conscientes de que cuanto más tiempo le demos la espalda a la realidad, su boomerang nos golpeará con mayor vehemencia, debemos encontrar la manera más adecuada de abandonar el actual esquema monetario. En los últimos tiempos, los dos caminos mencionados con mayor asiduidad han sido:
1 -Una devaluación del peso respecto del dólar y 2- Liberar el tipo de cambio, dejando que sea el mercado quien establezca el nivel que éste finalmente alcance.
Comentaremos brevemente ambas alternativas propuestas:
1 - Devaluación:
A nuestro juicio, lo ocurrido en el pasado ante medidas de tal naturaleza, tanto en nuestro propio país como en el exterior, nos haría dudar de la lucidez mental de quienes la propusiesen como alternativa de la actual situación. Una variación, ley mediante, de la paridad cambiaria, provocaría una crisis de desconfianza y una alteración de los precios relativos de tal magnitud, que bastarían unos pocos días para volver a vivir situaciones similares a las padecidas en las postrimerías del gobierno anterior.
2 -Liberación del tipo de cambio:
Como liberales, no podríamos más que compartir la idea de dejar en manos del mercado -es decir de todos nosotros- la determinación del precio del dólar, del mismo modo que ocurre con los chupetines o las heladeras. En definitiva el dólar no es otra cosa que una mercancía más, cuyo precio dependerá, como ocurre con cualquier otro bien o servicio, de la oferta y de las demandas existentes en un momento dado.
Sin embargo no creemos que, dado el actual estado de cosas, la descripta sea la solución ideal para salir de la convertibilidad. Esto se debe, básicamente, al hecho de que el peso aún conservaría fuerza legal o curso forzoso, razón por la cual los precios expresados en dicha moneda sufrirían constantes alteraciones y la gente continuaría, como lo ha venido haciendo desde hace años, viviendo pendiente de la cotización del dólar al cierre de las operaciones de cada jornada, a efectos de poder tomar decisiones y en definitiva de poder realizar algún tipo de cálculo económico.
¿Y si eliminásemos el tipo de cambio?
Por lo expuesto, y para terminar con esta suerte de “síndrome del tipo de cambio”, es que proponemos la eliminación del peso y el correspondiente canje de todas las existencias individuales de dicha moneda por dólares, a la relación actual de 1 a 1, mediante los mecanismos que a tales efectos se instrumenten en su oportunidad.
Desaparecería de este modo la preocupación cotidiana por el tipo de cambio, los precios se expresarían en una moneda de común y voluntaria aceptación en el mercado, las importaciones y exportaciones se equilibrarían en función de la relación precios internos-precios externos -no dependiendo más de artilugios monetarios, que según el burócrata de turno incentivan unas y desalientan otras-, y en definitiva: los ciudadanos contaríamos con un medio de cambio útil para operar en el mercado.
Creemos que la mayor resistencia a una medida como la que desde aquí proponemos, provendría no tanto de la población, cuya preocupación central radica en preservar el poder adquisitivo de sus ingresos, sino de la llamada “clase dirigente” que de esta forma perdería el instrumento monetario, tal como suelen llamarlo, como medio de financiar sus gastos fiscales, debiendo a partir de entonces tener que dar la cara a través del cobrador de impuestos cada vez que deseen realizar algún nuevo despilfarro.
Por supuesto que no faltarán quienes sostengan que la eliminación de la moneda nacional representaría una vejación para el país, una pérdida de la soberanía nacional y un menoscabo para con su identidad y para con el “ser nacional”, además de un sometimiento al extranjero. Este tipo de manifestaciones y de frases huecas, que ni sus mismos expositores saben bien que significan, denotan un desconocimiento absoluto sobre el rol que una moneda tiene en la sociedad.
El dinero es un servicio que espontáneamente las comunidades comenzaron a prestarse a efectos de librarse de todos los inconvenientes que el sistema de trueque o de cambio directo representaba, y como a todo servicio, lo peor que puede ocurrirle es convertirse en un monopolio estatal.
La moneda no es otra cosa que un medio de pago, que permite agilidad en las transacciones y el desenvolvimiento de economías complejas. Ninguna relación le cabe con la soberanía nacional. La única soberanía que debe preocuparnos es la de cada uno de los ciudadanos de la puerta de calle hacia adentro, la que en el caso que nos ocupa, se garantizaría a través de la preservación de sus patrimonios y de su poder de compra a lo largo del tiempo. Viene al caso recordar que la Cuba castrista es un país muy soberano, mientras que sus habitantes sobreviven en él como cucarachas.
Este sería un primer paso tendiente a lograr que con el tiempo, a partir de que la gente observe que en realidad más allá del color, no hay en esencia una gran diferencia entre el papel moneda estadounidense y el peso nacional -salvo por supuesto, una mayor moderación en la oferta del primero-, se abra el mercado a la competencia monetaria y seamos los consumidores los que en definitiva realicemos nuestra elección, recordando lo que en infinidad de ocasiones solía repetir el profesor Hans F. Sennholz: dejar nuestra moneda en manos de los gobiernos, es como dejar nuestro canario en manos de un gato hambriento.. ¡Ya sabemos lo que le va a ocurrir!.
Gabriel Gasave es Investigador Analista en el Independent Institute e Investigador Asociado de la Fundación Atlas 1853.