Por Rafael Bielsa
Infobae
Si algún mérito puede reconocerse al artículo "El consumidor ya ni lo puede mirar por TV", aparecido en Infobae del 15 del corriente, es la consecuencia del autor con sus ideas de siempre, que son, en buena medida, las del ultraliberal Independent Institute de Oakland, California.
El pensamiento de Gabriel Gasave, investigador analista en el influyente y sólidamente fondeado think tank del norte de California, y profesor visitante en el Departamento de Economía de la universidad estatal de San José, en el mismo estado norteamericano, profesa, a ultranza, el catecismo inspirado, antes que en los moralistas Adam Smith y Stuart Mill, en arúspices modernos como Von Hayek y Milton Friedman, cuyas doctrinas el mundo aprendió a través de las realidades del thatcherismo, las reaganomics y el anarcocapitalismo expresado en la "filosofía" objetivista de Ayn Rand: "La mutualidad de los seres humanos debe ser la de los mercaderes, trocando valor por valor y consentimiento por beneficio recíprocos. El único sistema social que pone a las relaciones humanas a cubierto de la fuerza es el capitalismo del laissez faire. Es un sistema basado en el reconocimiento de los derechos individuales, especialmente los de propiedad, y en el cual la única función del gobierno es asegurarles su protección".
Esta concepción del mundo no sólo rechaza toda forma de colectivismo, sino el derecho del gobierno a regular la economía y redistribuir la riqueza.
Al profesor Gasave le parece ilegítimo -lo suficiente como para proponer indisimuladamente un parecido con los acuerdos entre mafiosos- que el Estado argentino, y quienes tienen el mandato de conducirlo, instrumente, en el contexto principista de una integración regional cuyos caminos se van haciendo al andar, medidas meramente ocasionales y apenas compensatorias que, al costo de neutralizar las distorsiones disparadas por asimetrías pasajeras, den lugar a la tregua necesaria para recrear el espacio de la libre y genuina competencia.
Sería para aplaudir
Uno debería suponer que un verdadero liberal, aggiornado y anoticiado de la debacle que dejó en todas partes -en todas- el anarcoliberalismo de los '90, aplaudiría esta actitud, o, al menos, la enjuiciaría con objetividad y en función de sus objetivos. Pero la fidelidad a las creencias tempranamente aprendidas, la coherencia de los que no creen que mudar de opinión tenga que ver con la sabiduría, es, en el caso de Gasave, dominante.
Hace años, cuando era aún prosecretario de la Fundación Atlas "para una sociedad libre" (la figura de Atlas ocupa un lugar central en la producción literaria de Ayn Rand, pletórica de héroes que regresan para fundar un nuevo y saludable orden social basado en los principios del capitalismo de laissez faire), criticó la tímida Ley de Defensa de la Competencia que por entonces había sancionado el Congreso argentino, diciendo cosas tan interesantes como éstas: "pretender prohibir y sancionar la aparición de monopolios en una sociedad es algo tan absurdo como intentar derogar la ley de gravedad, o querer alterar por decreto la órbita lunar".
"Un monopolista natural es aquel que detenta la exclusividad en la oferta o provisión de un bien o de un servicio por la sencilla razón de que los consumidores, mediante su votación en el mercado, lo han colocado en tal posición?... Nada de pernicioso o de negativo tiene esta clase de monopolios.
Son tales por nuestra propia voluntad, pues dado el contexto en que nos desenvolvemos y las ofertas que hemos recibido, el elegido ha resultado ser el mejor."
El discurso de Gasave, en su recentísima aparición periodística, es el del "mercado", o, en un nivel de menor abstracción, el de los "consumidores": los consumidores argentinos, que verán lesionados, por la fuerza de las disposiciones gubernamentales, sus sacrosantos derechos individuales a comprar heladeras, lavarropas y cocinas de industria brasileña, televisores "made (assembled) in Manaus", a precios inferiores, por esos milagros matemáticos de la economía internacional, a los de los fabricantes argentinos.
La ventaja para el bolsillo de los consumidores remanentes en nuestro país tendría como probable contrapartida la quiebra o el cierre de algunas de las fábricas "ineficientes" que se las arreglaron para sobrevivir a la catástrofe de los '90.
Defensa de las fuentes de trabajo
Pero las quiebras y los cierres de fuentes de trabajo, contra lo que afirman creer los devotos de Atlas, no sólo ni siempre las pagan los empresarios: sus consecuencias las sufren la economía nacional y, en un menor nivel de abstracción, los trabajadores... y los consumidores. Porque, si vamos al caso, los trabajadores también son -o eran- consumidores. Como lo fueron, alguna vez, los piqueteros. "Toda nación tiene derecho a tomar aquellas medidas defensivas que estime convenientes", escribió hace poco el profesor Gasave en un artículo que tituló "Ideas de bajo vuelo". La defensa, en el contexto de ese artículo, era contra el terrorismo, y el país cuyo derecho a defenderse se examinaba, los Estados Unidos. Pero no parece ilícito interpolarla en el contexto aquí tratado.
Seamos objetivos, profesor Gasave. También nosotros, los argentinos, tenemos derecho a defender a nuestras maltratadas industrias, a nuestros empobrecidos obreros, y, aunque usted no lo crea, a nuestros consumidores. Y a hacerlo en beneficio de las mayorías, no a expensas de alguien en particular.
El autor es Canciller de la República Argentina.