Por Eduardo Ulibarri
Cuando, el domingo 6 de noviembre, un sonriente Alberto Fujimori aterrizó en Santiago de Chile, quizá se veía a sí mismo como astuto protagonista de un lúcido plan: convertir el territorio chileno en una plataforma pública para volver a Perú, involucrarse en su campaña electoral, ganar una buena tajada de poder político y, desde esa posición de fuerza, manipular o superar los 21 procesos penales que lo esperan.
Pero el tiro le salió por la culata. Gracias a la celeridad, rectitud y determinación de las autoridades de ambos países, Fujimori está hoy preso en Santiago y todo indica que, lejos de volver a Lima como un desafiante candidato presidencial, lo hará como un prófugo capturado en el exterior. Es decir, como merece.