Por Mariano Grondona
A partir de su victoria en las elecciones presidenciales de Bolivia, ¿hacia dónde se encaminará Evo Morales? ¿Hacia la izquierda, ratificando las promesas socialistas de su campaña? ¿ O hacia el centro, es decir, moderándolas? ¿Será un nuevo Chávez o, a la inversa, un nuevo Lula?
Una cosa es la campaña y otra, el gobierno. Evo Morales no permite comparaciones con el mexicano Fox, que termina su mandato, ni con el colombiano Uribe, que busca la reelección, porque ninguno de éstos llegó a la presidencia desde la izquierda. Tampoco es comparable Morales con la segunda vuelta que deberán dirimir Bachelet y Piñera, porque los dos candidatos chilenos se mantienen en el espacio del centro (en la centroizquierda, aquélla; en la centroderecha, éste). El uruguayo Tabaré Vázquez permite en cambio una comparación porque parece encaminarse, como Lula, desde una campaña de izquierda hacia un gobierno de centro.
¿Será Tabaré, como Lula, el destino de Morales? ¿O será, nomás, Chávez? En el caso de Chávez hay que tener en cuenta, además, que el presidente venezolano acaba de perder la condición democrática desde el momento que en las elecciones legislativas recientes el 75 por ciento de sus conciudadanos decidió no votar por falta de garantías. Siendo el Mercosur una asociación económica de democracias latinoamericanas en virtud del tratado que lo constituye, la propuesta de incluir en él a Venezuela es ahora ilegal. La misma objeción podría recibir Morales en el caso de que su eventual giro "chavista" incluyera el eclipse de las garantías democráticas.
Digamos desde ahora que una política económica es de izquierda si mira al socialismo y es de derecha si mira al capitalismo, en tanto es de centroizquierda si resulta moderadamente socialista (socialdemócrata) y es de centroderecha si resulta moderadamente capitalista. El centro equivale, en ambas hipótesis, a la moderación.
Esta geografía de la economía democrática, clara en los países desarrollados, en Chile y cada vez más en Brasil, Uruguay, Colombia y la mayoría de los países de América Central y del Caribe, no lo es, sin embargo, en gobiernos como los de Venezuela y, ahora, Bolivia, y en las campañas para elegir presidente en el Perú (candidatura de Ollanta Humala), Ecuador (candidatura de Roldós), México (candidatura de López Obrador) y Nicaragua (candidatura del sandinista Lewites) porque en estos países interviene al margen del capitalismo y del socialismo moderados una tercera variante incompatible con el desarrollo económico y la democracia: el populismo. La atracción del populismo es poderosa, también, en la Argentina.
El populismo para Krauze
Con el título de Decálogo del populismo, el escritor mexicano Enrique Krauze ofreció el martes último en LA NACION un análisis que permite distinguir claramente el populismo de la centroderecha y de la centroizquierda, es decir, del capitalismo y el socialismo moderados.
El "decálogo" krauzista del populismo podría reducirse a dos "mandamientos" principales. En lo político, la exaltación de un caudillo a quien sus partidarios consideran providencial. El rasgo político central del populismo es por ello, para Krauze, el personalismo. En lo económico, el populismo se caracteriza por prometer metas irrealizables. Si bien exalta emocionalmente las esperanzas populares, el populismo fracasa invariablemente en el largo plazo económico, por falta de realismo.
Esto no ha sucedido con el capitalismo y el socialismo moderados. El desarrollo económico de las democracias europeas, para tomar un ejemplo, ha sido posible gracias a la alternancia en el poder de partidos de centroderecha y de centroizquierda. Aquellos enfatizan la inversión. Estos, la distribución. Si alguna de estas dos tendencias hubiera prevalecido sin alternancias, los países europeos habrían sucumbido por la excesiva concentración capitalista de la riqueza o por la anemia de las inversiones que sigue a su distribución excesiva.
¿Qué hicieron entonces las democracias europeas durante sesenta años, desde la posguerra? Alternando etapas de inversión con etapas de distribución, etapas más bien capitalistas y etapas más bien socialistas, lograron en el largo plazo sistemas económicos equilibrados, sustentables, que las llevaron al desarrollo económico del que hoy disfrutan.
Krauze atribuye la creación del populismo latinoamericano a la pareja que formaron en la Argentina Juan Domingo y Eva Perón, determinando también desde hace sesenta años el estancamiento económico de nuestra región. El populismo ha sido la diferencia principal entre América latina y Europa, una diferencia que generó el contraste entre el subdesarrollo y el desarrollo.
La parte más notable del artículo que estamos comentando es que, al analizar ese fenómeno aparentemente "nuevo" que sería el populismo latinoamericano, Krauze descubre que, en definitiva, no lo es. Apela, para probarlo, a la descripción de la demagogia que ofreció Aristóteles en su libro La política, hace dos mil cuatrocientos años. ¿Cómo llamaríamos al gobernante que excita el entusiasmo popular mediante promesas irrealizables gracias a los cuales el pueblo le concede la suma del poder para descubrir después, cuando las promesas del gobernante demuestran haber sido vanas, que ya es tarde porque, en el camino, el pueblo ha perdido la democracia? Nosotros lo llamaríamos "populista". Aristóteles, "demagogo". A veinticuatro siglos de distancia, después de todo, con el populismo los latinoamericanos no hemos descubierto nada.
Kirchner por dos
¿Cómo encaja el gobierno de Kirchner en estos esquemas? Desde el punto de vista político, marcha hacia la suma del poder propia del populismo. Dentro del populismo político latinoamericano, quizá su rasgo distintivo sea la agresión verbal contra los pocos que se animan a disentir de él. Kirchner no se dedica a refutar sus argumentos. Le basta con descalificar a sus personas. Al calificar injustamente al prestigioso periodista Adrián Ventura de "lobbista" por haber criticado su proyecto de controlar al Consejo de la Magistratura, la senadora Kirchner se ha sumado al estilo agresivo del Presidente.
Que el gobierno de Kirchner sea populista también en lo económico está aún por verse. Tiene rasgos populistas como la intervención cada vez más amplia del Estado en la economía, pero la defensa a rajatabla del superávit fiscal se acerca, en cambio, a la ortodoxia económica, aunque habrá que ver aquí si ese superávit, necesario ahora más que nunca porque las reservas disminuirán peligrosamente por el pago anticipado al Fondo Monetario Internacional, se logra mediante la contención del gasto público que subió sustancialmente durante la campaña electoral o mediante una nueva vuelta de tuerca impositiva contra los contribuyentes, con lo cual se acentuarían aún más la invasión estatal de la economía y el desaliento de las inversiones.
Hay dos Kirchner, pues, en más de un sentido. De un lado, un Kirchner políticamente populista por personalista y, del otro, un Kirchner económicamente ambivalente gracias al superávit. Pero también hay dos Kirchner, uno masculino y el otro femenino, en la huella de Perón.