Por Dora de Ampuero
IEEP - Instituto Ecuatoriano de Economía Política
Los enemigos del mercado no pierden oportunidad de marchar por las calles de Washington, Londres, Paris, New Delhi, México o Quito protestando contra la globalización o el capitalismo global que según ellos, beneficia a los países ricos y empobrece más a los pobres. Para el ciudadano común, que lucha diariamente por sobrevivir, el término globalización es una palabra extraña en su vocabulario. Sin embargo, es fácilmente impresionado por frases como “los países ricos explotan a los países pobres por medio de las grandes compañías transnacionales”, “la globalización causará la pérdida de millones de empleos”, “la globalización aumentará la pobreza”, “la globalización acelerará la destrucción de la naturaleza”, “la expansión del capitalismo causará la desaparición de nuestras culturas autóctonas y de las comunidades”. Estas no son más que falacias hábilmente elaboradas por una coalición socialista, reagrupada con varios ropajes después que fracasó este sistema en cumplir con las promesas de proporcionar prosperidad y felicidad a sus pueblos, ocasionando por el contrario, dolor, pobreza y pérdida de sus libertades.
Si entendemos la globalización como la existencia de una economía y un mercado mundial sin barreras al comercio de bienes y servicios, libre movimiento de capitales entre países y libre flujos de personas de un país a otro, este proceso de ninguna manera es nuevo para la humanidad, pues ya ocurrió 50 años antes de la primera Guerra Mundial, donde los flujos internacionales de bienes, capitales y personas eran muy grandes y, en muchos sentidos, superiores a los existentes en la actualidad. Después de dos guerras mundiales, la gran depresión que afectó a los Estados Unidos y a la economía mundial, y el período de experimentación con el socialismo, interrumpió la liberalización de la economía mundial que comenzó en el siglo XIX. Por lo tanto, los acontecimientos económicos, de los que somos testigos en la actualidad, no son más que un retorno de la economía mundial al nivel de capitalismo global que anteriormente disfrutó la humanidad.
Sin embargo, hay diferencias importantes de señalar. Mientras que en el siglo XIX hubo libre movilización de bienes, dinero y gente, hoy día existe relativamente libre flujo de bienes y dinero pero no hay libre movimiento de trabajadores entre naciones. Esto se debe a que los estados-benefactores en la mayor parte de los países desarrollados han creado derechos de propiedad sobre la ciudadanía, imponiendo restricciones a la inmigración porque ésta crea nuevos ciudadanos con accesos a los beneficios sociales que otorga el estado paternalista de algunas naciones o el temor que un exceso de emigrantes de otros países no pueda ser absorbido por el mercado laboral local, y sea fuente de problemas sociales.
Se pueden señalar otras diferencias importantes en este nuevo impulso de la economía global. En primer lugar, una gran parte del mundo no participó del orden económico internacional que se desarrolló entre 1870 y 1914. Ahora, la apertura al exterior es una realidad no solo en los países industrializados, sino en muchos países en desarrollo de Asia y América Latina. En segundo lugar, el factor tecnológico que impulsó la globalización del siglo XIX fue el descenso de los costos del transporte, y ahora lo es el de las comunicaciones, lo que ha abierto nuevas vías para organizar las empresas a escala global con una mayor eficiencia e integración internacional que en el pasado. En tercer lugar, los flujos de capital son inferiores en términos netos pero no así en términos brutos y las decisiones de inversión y desinversión se toman casi en tiempo real.
El debate sobre la globalización está cargado de comentarios apasionados más que de argumentaciones sustentadas con hechos evidentes que sirvan para aclarar el panorama antes que oscurecerlo. Se impone la necesidad de un debate en el que todos tengan la oportunidad de expresar sus ideas y propuestas, de manera principal los líderes de opinión y los de las organizaciones de la sociedad civil, que manifiesten la opinión de los consumidores o beneficiarios de bienes y servicios que se ofertaran con un comercio libre. Los empresarios genuinos que no requieren del proteccionismo del estado deben expresar a la sociedad sus propósitos y reclamar sobre las restricciones regulatorias provenientes del gobierno que limita su capacidad para competir en los mercados. La globalización económica debe beneficiar a todas las partes que realizan intercambios de bienes y servicios así como a la ciudadanía en general si se realiza con reglas claras y con libertad para aprovechar las oportunidades que ofrecen los mercados.
La historia del siglo XX ofrece evidencias contundentes sobre los beneficios que ha proporcionado la libertad económica a aquellos países que han realizado reformas económicas y políticas logradas por consensos entre fuerzas políticas opuestas. Tales reformas han incluido apertura al libre comercio, un marco jurídico que proteja la propiedad privada, estabilidad monetaria y un gobierno limitado en sus atribuciones, fundamentalmente orientado a proteger las libertades individuales de abusos por parte de terceros. No es función del gobierno administrar monopolios del estado como servicios básicos de energía, telecomunicaciones, industrias, puertos y transportes, como sucede en algunos de nuestros países latinoamericanos. Complemento importante es el desarrollo del capital humano mediante un buen sistema de educación que mejore la capacidad de los ciudadanos para desarrollar sus iniciativas y comprender mejor los problemas económicos y sociales de su entorno.
Países muy diversos como Chile, Estonia, Irlanda o Taiwán han avanzado mucho en el camino hacia la libertad económica, alcanzando tasas de crecimiento impresionantes en pocas décadas y resultados positivos en reducir la pobreza y en lograr prosperidad para la mayoría de su población. Los casos más recientes de reformas hacia un mercado más libre son China e India, que han logrado crecimiento económico sostenido con base en una relativa apertura a un comercio más libre. Los índices económicos ya muestran una reducción de la pobreza en tales países y un mayor ingreso per cápita. El poderoso empuje de China en la industria y el comercio avanza a pasos agigantados, capturando nuevos mercados con mercadería y artículos manufacturados baratos. Un denominador común de los países prósperos es la seguridad que da el imperio de la ley que garantiza que las reglas no serán cambiadas y que los contratos serán respetados. Estas políticas favorecen la inversión foránea en proyectos de alto costo y largo alcance. Además, otra característica importante es que el progreso económico de los países exitosos no está asociado con el centralismo agobiante que restringe la libertad de acción de las empresas sino más bien una descentralización en ámbito regional y local que amplia el espacio para que los empresarios tengan la libertad de acción en busca de mercados.
Para que llegue la prosperidad a estratos más extensos de la población, se necesita un crecimiento económico continuado en el tiempo. Alcanzar este objetivo implica la existencia de buenas instituciones políticas, legales y económicas y también una política macroeconómica orientada a la estabilidad, que permita canalizar los esfuerzos de los individuos hacia la actividad productiva. Estos son los factores determinantes del éxito económico de los países en el mediano y largo plazo. Aquellos que atacan el capitalismo global y que dicen que es un enorme fracaso olvidan tres aspectos fundamentales: primero, en la mayoría de los países en vías de desarrollo no existen dichas instituciones, particularmente en muchos países latinoamericanos; segundo, en algunos de estos países solo se han introducido reformas parciales pro mercado sin modificar los elementos básicos de su estructura económica; y tercero, casi ninguno ha perseverado durante un período de tiempo suficientemente prolongado en la dirección correcta.
¿Por qué las economías de Japón, Hong Kong y otros países asiáticos, de Chile e Irlanda crecen rápidamente, mientras que las de Venezuela, Ecuador y Argentina están estancadas? Si la clave para un alto crecimiento económico fuera la abundancia de recursos naturales, como los tienen estos últimos, ellos serían muy prósperos y Japón y Hong Kong que no tienen recursos naturales fueran muy pobres. ¿Por qué Venezuela y Ecuador que están recibiendo enormes ingresos por los altos precios del petróleo no logran reducir la pobreza en que vive la mayor parte de la población? La respuesta a la pregunta es la diferencia en organización económica de los países y la calidad de sus instituciones. Los derechos de propiedad de los recursos naturales están en manos del Estado, no del sector privado. Para entender los fundamentos del progreso económico son claves los derechos de propiedad asegurados y definidos, bajos impuestos, apertura a los mercados, estabilidad monetaria, confianza en los mercados y un gobierno dedicado no a competir con el sector privado sino limitado a su función básica: la seguridad jurídica, garantizar que los contratos se cumplan y dirimir los conflictos en caso contrario. Japón, Hong Kong, Irlanda y Chile han seguido este camino desde las décadas de los 60´s. En contraste, países que restringen los negocios y el comercio, imponen altas tarifas e impuestos, controlan los precios, acuden al endeudamiento para financiar el gasto fiscal desalientan la actividad productiva y retardan el crecimiento económico. Este es el caso del Ecuador, Venezuela, Argentina y la mayor parte de los países poco desarrollados.
Los países que adoptan políticas que favorecen la creación de riqueza prosperan, mientras que se estancan los países que tienen políticas de redistribución de riqueza generada por un reducido segmento activo de la población. Esta aseveración es válida tanto para los países industrializados como para los países en desarrollo. Para comprobar lo dicho, basta revisar los índices de Libertad Económica que publica anualmente la Fundación Heritage de los Estados Unidos y el Instituto Fraser del Canadá, que están basados en estudios de alrededor de 160 países en todo el mundo a través de una década. Dichos estudios muestran que hay una correlación muy estrecha entre la libertad económica y la prosperidad de los pueblos. Los países económicamente libres tienen un ingreso per capita siete veces más alto que los países con economías intervenidas por el gobierno o con limitada libertad.
Algunos críticos de la globalización argumentan que en términos generales le puede ir bien a muchos países que siguen este proceso, sin embargo, la brecha se ha ensanchado entre países ricos que tienen más gente adinerada en comparación con los países pobres en que aumenta la gente de escasos recursos. Entonces se dice que ha crecido la desigualdad. Esto es cierto a medias, pero el fenómeno no se debe a que ha aumentado el flujo de bienes y servicios entre países, y que por lo tanto solo se beneficia un estrato de la población que tiene capacidad adquisitiva para comprar la diversidad de bienes que se ofertan en el mercado, lo que realmente sucede es que las malas políticas de los gobiernos han causado el empobrecimiento de la mayoría de la población, y una minoría cercana al gobierno es la que más lucra de los beneficios generados por el aumento del crecimiento económico que trae el capitalismo globalizado. En aquellos países donde se han hecho reformas para fortalecer las instituciones básicas que garanticen la propiedad privada, el ahorro y la inversión, los beneficios se difunden a la mayor parte de la población y mejora el ingreso de los ciudadanos.
El crecimiento de la prosperidad no es un “milagro”, o una fortuna que viene del cielo y que ha favorecido a algunos países que han tenido éxito económico y social. Muchos de los países, ahora prósperos, fueron países pobres hace una centuria y su población sufría de los mismos problemas que ahora aquejan a nuestros pueblos como desnutrición, alta mortalidad infantil, analfabetismo, carencia de viviendas y falta de infraestructura física que facilite la producción de bienes. La gente tuvo que trabajar muy duro en condiciones difíciles para satisfacer sus necesidades básicas, como lo hacemos ahora, pero la diferencia es si el ambiente que trabaja el individuo permite y estimula que las ideas creativas se puedan implementar o se encuentra con obstáculos en el camino. De eso depende si la gente es libre de explorar nuevos caminos que lo conduzcan a la prosperidad, contando que los frutos de su trabajo no le serán arrebatados, que pueda invertir, contratar a largo plazo, que se los contratos se cumplan y que pueda comerciar con otros sin restricciones. Esto es lo que significa capitalismo. Así es como los países occidentales han llegado a ser prósperos. Durante las dos ultimas décadas, este sistema se ha difundido por el mundo a través del proceso que se llama globalización. El comunismo y las dictaduras militares del tercer mundo han colapsado, así como las paredes que ellos erigieron contra las ideas y la gente.
A pesar de las barreras inmigratorias impuestas por los países ricos para impedir el flujo de gente proveniente de los países pobres, legal o ilegalmente la gente migra a los países ricos en busca de oportunidades de trabajar y lograr un mejor futuro para su familia. El inmigrante ubicado en un entorno institucional favorable para desarrollar sus iniciativas, con trabajo duro logra sus metas. Así vemos, que realmente hace diferencia una organización económica que favorece el crecimiento y la prosperidad, condiciones que no se dan en su país de origen. Entonces el éxito personal no depende del origen étnico, religión o género sino del marco institucional favorable para prosperar que han logrado los países prósperos.
Es importante tener en cuenta que los argumentos a favor de la libertad de comerciar bienes y servicios se debilitan cuando los países industrializados, principalmente la Unión Europea y los Estados Unidos afectan el comercio mundial con políticas proteccionistas a la agricultura y a ciertos segmentos de la industria. La agricultura representa la mayor actividad económica para millones de personas de los países pobres, y su subsistencia depende de los ingresos que puedan obtener en los mercados. Los subsidios que otorgan los gobiernos de los países industrializados a los agricultores y exportadores se reflejan en precios más bajos que los costos de producción de los rubros agrícolas con los cuales inundan los mercados mundiales. De acuerdo a un reciente informe del Instituto Internacional de Investigación en Política de Alimentos, IFPRI, el proteccionismo y los subsidios de las naciones industrializadas cuestan a los países en desarrollo cerca de US$ 24 billones anualmente en pérdidas agrícolas e ingresos agroindustriales. Dicho informe señala que la América latina y el Caribe pierden cerca de US$ 8.3 billones en ingreso anual en agricultura. Además indica, que la Unión Europea es el mayor culpable de las distorsiones del comercio exportador agrícola de los países en desarrollo. Más de la mitad de las exportaciones desplazadas de estos se deben a las políticas proteccionistas de la Unión Europea, menos que un tercio se deben a las políticas agrícolas de los Estados Unidos y 10% se atribuyen a Japón y otros países asiáticos. No se puede hablar de libertad económica y libre comercio si no se derriban las cercas del proteccionismo.
¿Por qué no debemos tener miedo a la libertad económica, al avance del capitalismo global? Porque no es un proceso desconocido para nosotros, de alguna manera algunos de nuestros empresarios latinoamericanos han incursionado con éxito en los mercados internacionales con sus productos como es el caso de la exportación de flores, frutas de clima templado y tropical, algunas hortalizas, ciertos productos industrializados, software y otros. Lo realmente importante es que no haya barreras al libre intercambio de bienes, servicios y personas.
Dora de Ampuero es Directora Ejecutiva del Instituto Ecuatoriano de Economía Política,