Por Barry Rubin
La Tercera
La victoria de Kadima en las recientes elecciones de Israel es uno de los hitos más importantes en la política de ese país en los últimos 30 años. Este nuevo partido ha realineado las fuerzas, transformando el marco de suposiciones ideológicas que sostiene la estrategia de seguridad del país.
Todos sabían que Kadima ganaría y formaría una coalición con el partido moderado Laborista de izquierda, que obtuvo un respetable segundo puesto. Como resultado, algunos votantes de Kadima se quedaron en casa, mientras que otros electores decidieron votar por el Laborismo para fortalecerlo y empujar a la coalición a tratar asuntos sociales y económicos.
Kadima y el Partido Laborista no tendrán mayoría en el parlamento y tendrán que atraer a algunos grupos minoritarios.
Pero esta distribución de bancas no resulta tan importante como son los cambios de largo plazo que se registran luego de la victoria de Kadima.
Ehud Olmert, el líder del partido y ahora elegido primer ministro, ha sido un disidente del centro desde sus días de estudiante -un símbolo adecuado para la reconciliación de la izquierda y la derecha. Pero el fenómeno en sí es, naturalmente, el trabajo del ex primer ministro Ariel Sharon, cuya influencia política no se ha reducido por estar en coma, ya que Kadima está construido en el carisma y programa de Sharon, que revirtió el pensamiento estratégico israelí de las últimas décadas.
Durante 30 años, después de la guerra de 1967, los israelíes acordaron que era necesario mantener el control de la Ribera Occidental y la Franja de Gaza hasta que hubiese un acuerdo amplio de paz con los palestinos y los estados árabes. Bajo la mirada de la seguridad, los territorios ocupados constituyeron un tema crucial para defender a Israel contra posibles ataques a sus fronteras y desde un punto de vista diplomático, los territorios se veían como monedas de cambio para negociar "tierra por paz".
El acuerdo de Oslo en 1993 y el proceso de paz que lo siguió incorporó esa expectativa. Sin embargo, la estrategia se fue al suelo en 2000 cuando el primer ministro Ehud Barak ofrecíó entregar casi todos los territorios ocupados y aceptar un Estado Palestino a cambio de paz real. El líder palestino Yaser Arafat se negó profundamente a la iniciativa y en su lugar volvió a una campaña en contra Israel.
Sin embargo, Sharon cambió la fórmula: Israel no necesitaba los territorios. No servían como moneda de cambio para negociar, porque no había con quién negociar. Tampoco podían ser anexados a Israel debido al problema demográfico constituido por el control continuo sobre tantos palestinos. Los estados árabes, preocupados de otros problemas en la era después de la guerra fría, estaban menos interesados en el conflicto, mientras que la situación de seguridad en los territorios mismos habían llegado a constituir un problema.
La solución de Sharon era el retiro unilateral y estaba de acuerdo en que un cierre de seguridad, que históricamente era lo que quería la izquierda israelí, aumentaría las defensas de la nación. El país entonces se concentraría en asuntos locales como el desarrollo económico, mejorar sus instituciones públicas, y elevar los estándares de vida.
Este enfoque atraía a la vasta mayoría de los israelitas, a pesar de sus lealtades políticas, y la victoria de Hamas en la elección palestina en enero sólo reforzó el nuevo consenso estratégico. En efecto, el nuevo consenso es compartido por el Partido Laborista y la principal oposición dentro de Likud.
El sueño de paz, el fervor nacionalista y la pretendida redención religiosa que animó a los combatientes políticos de Israel durante medio siglo han sido reemplazados por un pragmatismo resignado.
Eso puede inspirar poco entusiasmo, pero el Israel en que Olmert ha obtenido un firme mandato para dirigir, de ningún modo se encuentra desmoralizado. Por el contrario, las encuestas de opinión indican que los ciudadanos se mantienen altamente patrióticos y optimistas sobre sus vidas. Simplemente han concluido que la política no traerá milagros, y que lo que se puede esperar es mantener las amenazas externas al mínimo. Ese es el legado de Sharon y, en Israel, cumplirlo no será fácil.
Barry Rubin es Director del Centro Global de Investigacion en Asuntos Internacionales (www.project-syndicate.org)