Por Nicolas Tenzer
Clarín
Parece apropiado, debido a la guerra en Irak, que el mundo esté debatiendo la naturaleza de la democracia a doscientos años del nacimiento de Alexis de Tocqueville, quien es merecidamente famoso por rechazar la nostalgia reaccionaria y considerar el triunfo de la democracia como nuestro destino, mientras que advertía de los peligros que conlleva la democracia para la libertad.
Tocqueville concebía a la democracia no sólo como un régimen político sino, sobre todo, como un régimen intelectual que da forma a las costumbres de la sociedad en general, y de ese modo le dio una dimensión psicológica y sociológica. Argumentaba que los regímenes democráticos determinan nuestros pensamientos, deseos y pasiones. Así como había un hombre renacentista y, en el siglo XX, un homo sovieticus, "el hombre democrático" es una variedad del ser humano. Para Tocqueville, los efectos sistémicos de la democracia podían llevar a los ciudadanos a privarse de su pensamiento razonado. Solamente podían aparentar que juzgaban los eventos y los valores por sí solos; en realidad, meramente copiaban las opiniones toscas y simplificadas de las masas. En efecto, lo que Tocqueville llamó el dominio del "poder social" sobre la opinión es probablemente más fuerte en los regímenes democráticos.
Mientras que la historia está repleta de regímenes asesinos alabados por masas intimidadas y engañadas, el gran riesgo para los países democráticos es que sus ciudadanos caigan en la apatía y en la visión de corto plazo en aras de la satisfacción inmediata. El problema esencial de la mente democrática es su falta de conciencia histórica. Hay modos de luchar contra la creciente "estupidez democrática" de hoy. La primera es presionar por un sistema educativo que realmente forme mentes críticas por medio de materias descuidadas: literatura, historia y filosofía. El impedimento más grande para esa educación son los medios masivos de comunicación, con su tendencia a cultivar la superficialidad y la diversión. ¿Es muy tarde para hacer algo acerca de una cultura que apaga tanto el espíritu? Tocqueville despreciaba a las elites de su tiempo por su complacencia de cara a la fuerza de desarraigo de la democracia masiva. ¿Acaso servirá también la miopía de nuestros líderes como agente de su profecía inquietante?
El autor es miembro del Centre d´étude et de réflexion pour l´action politique (CERAP) y director de Le Banquet