Por Joaquín Morales Solá
La Nación
Un vaho extraño, mezcla de encierro y de sujeción, es fácilmente perceptible en la Argentina. El poder de Kirchner no se conforma con ningún límite. Los recursos del Estado, políticos y financieros, son cada vez mayores. La política se inclina, entonces.
La ley de la oferta y la demanda dejó de existir en la nación de los argentinos. Los empresarios critican, pero callan. Los sindicalistas están haciendo sus propios negocios de poder y dinero. Es su vieja manera de existir. El gabinete es un conjunto temeroso, anestesiado. Los ministros se dedican a interpretar lo que ya se ha hecho, con ellos o sin ellos.
Kirchner es un inmenso e insaciable constructor de poder. Sus herramientas son las mismas que se conocen desde Maquiavelo: los recursos fiscales para los amigos y el temor para los enemigos. La incorporación de duros dirigentes piqueteros en el gobierno no respondió sólo a la estrategia de sumarlos a una vida política pacífica; su sola presencia en el Estado es capaz de intimidar a políticos y a empresarios. Kirchner lo sabe.
El Gobierno tiene la obligación política de preocuparse por la inflación. ¿Qué gobierno aceptaría, impasible, que los precios se lleven hasta la popularidad presidencial? La preocupación y las gestiones pueden explicarse. Nada justifica, en cambio, que la administración haya encontrado la solución excluyente de sentarse sobre los precios. En Europa y en Washington se interrogan sobre tales exotismos argentinos. Algunas de sus empresas han caído en el lazo del virtual control de precios.
Presionan a las empresas y hurgan en cada decisión que se toma en la economía privada. Han puesto al frente de la operación antiinflacionaria a un gendarme hecho y derecho, Guillermo Moreno ¿Dónde quedaron las viejas promesas de Kirchner de ocuparse de la inversión y de la competencia como antídotos de la inflación en la economía moderna? Kirchner carece, a veces, de certezas definitivas; sólo va lanzando conceptos que caza al vuelo y que después los olvida o los cambia. Dan lo mismo Smith o Keynes.
La inversión ha quedado en manos del Estado. Pero, ¿de cuál Estado? De un Estado que repite la formula de los años 90. Primero la sociedad debe hacer su aporte a la construcción de la caja estatal. Luego, el Gobierno decidirá cómo, dónde, cuándo, quiénes concretan las inversiones. Es el impuesto De Vido, según la definición del senador Terragno, que se aprobó esta semana para financiar obras energéticas.
El propio Terragno pidió un breve período para que oficialistas y opositores consensuaran un proyecto común para hacer frente a la crisis energética. Respondía al latiguillo oficial de que nadie tiene una idea mejor que la del propio gobierno. El oficialismo senatorial huyó espantado hacia la votación inmediata y disciplinada para aprobar la idea de Kirchner y de De Vido. Lo que Kirchner quiere son recursos, no consenso. El senador socialista Giustiniani denunció que es imposible pavimentar tres cuadras en cualquier lugar del país sin la aprobación explícita de Kirchner.
Se pueden aumentar las tarifas públicas, pero sólo si el aumento sirve para engordar los recursos del Estado. Cuatro años después de que cayeran los contratos de las empresas de servicios públicos, todavía el sistema de tarifas depende de la voluntad de pocos funcionarios. Todavía, también, el Gobierno tiene márgenes de arbitrariedad tan grandes que puede cambiar un decreto publicado en el Boletín Oficial sólo porque modificó su parecer en pocas horas.
El Estado no es más transparente que las empresas privadas y, muchas veces, lo es menos aún. Los servicios públicos en manos privadas necesitan sólo de serios y profesionales órganos de control. Punto. Los precios y las tarifas en manos de un puñado de funcionarios incondicionales sólo están creando una estructura permeable a la corrupción. Puede ser ahora o puede ser después.
¿Ejemplos? El más reciente. Kirchner creó una aerolínea estatal, Lafsa, que nunca tuvo ningún avión ni realizó ningún vuelo. La Oficina Anticorrupción acaba de establecer que, sin embargo, gastó 500 mil pesos en uniformes que nunca se usaron y casi 400 mil pesos en inútil capacitación. Ventean el dinero del Estado.
Kirchner está enojado con Tabaré Vázquez. Le manoteó el Mercosur y se pasea, orondo, por un escenario internacional que Kirchner no tiene. Vicente Fox, presidente de México, la principal economía latinoamericana, lo recibió con honores en su bello país. Bush aguarda a Tabaré Vázquez en los próximos días. Kirchner no puede entrar en la Casa Blanca después del desquicio de Mar del Plata.
Al revés de lo que se dijo aquí, Brasil sondeó ante Kirchner la posibilidad de una reunión del Mercosur para tratar el corte de los puentes. Kirchner explotó: no, no y no. Brasil decidió esperar que otra ofuscación atempere la actual ofuscación del presidente argentino. Kirchner y Tabaré Vázquez terminaron protagonizando un dúo de payadores rioplatenses. No fueron versos amables en ningún caso. Mala novedad: los presidentes debían ser parte de la solución y no del problema. El grado de la inservible tensión es ya insoportable.
Kirchner había prometido no hablar del conflicto con Uruguay ni agitar a los asambleístas de Gualeguaychú. Pero está hablando de Uruguay todos los días y decidió llevarse a los obedientes gobernadores a Gualeguaychú para agitar aún más a la asustada sociedad del litoral. ¿Qué dirán ahí los gobernadores de las provincias papeleras? ¿Qué dirán los gobernadores que al principio comprendieron a Tabaré Vázquez porque envidiaban la magnitud de la inversión de las papeleras? Pero los gobernadores, o la mayoría de ellos, hacen el papel de ujieres de palacio.
Lo notable es que lo hagan los gobernadores radicales. La "caja" disciplina también a los opositores. Jorge Argüello, sólo memorable por sus sucesivas y contradictorias lealtades, ha cometido el acto de mayor hostilidad contra Uruguay. Dijo que viajaba a Washington para embarrar la cancha de los créditos de las papeleras en el Banco Mundial. Ofensa pura y dura. Kirchner está necesitando una puerta de salida para este conflicto, pero no la encontrará con tales descarríos.
Jorge Edwards, un brillante y cosmopolita escritor chileno (y, sobre todo, un hombre bueno), acaba de repasar, en un artículo en el diario español El País, los problemas de América latina. Evocó a Kirchner de esta manera: El problema es que los latinoamericanos solemos actuar a contrapelo de la historia. Chávez es un ejemplo perfecto. Kirchner, hasta cierto punto, también lo es? Kirchner, al parecer, ha conseguido que la economía argentina salga del abismo, pero aplica algunas medidas que son francamente anacrónicas.
Es la fama que el Presidente se ha labrado, perseverante, en el exterior. Anacrónica es también, por momentos, la política de Kirchner. La prensa lo perturba como a ningún otro presidente desde la restauración democrática. Estábamos mal acostumbrados al pésimo manejo de la publicidad estatal.
Ahora se agregó una mala noticia: hubo gestiones de funcionarios, muy cercanos a Kirchner, para que empresas privadas les quitaran la publicidad a medios periodísticos independientes y críticos. Aquel vaho de asfixias y temores deja de ser ya, entonces, sólo una vaga impresión.