Por Uva de Aragón
Diario Las Americas
Los fanáticos del fútbol están felices. La Copa Mundial, aunque se juega en Alemania, se sigue en casi todas las partes del mundo por televisión o internet. En hogares, bares y oficinas, los aficionados discuten con sana pasión cada jugada de sus equipos.
Pero la Copa Mundial ha tenido también un aspecto perverso. En varias ocasiones se han producido incidentes en que los fanáticos han vociferado cánticos de corte racista contra jugadores negros de equipos rivales. Incluso en una ocasión el jugador marfileño Marc Zoro estuvo a punto de abandonar el terreno abrumado por los insultos del público. Ha habido penalidades. No sólo la UEFA, órgano regulador del fútbol en Europa, ha tomado cartas en el asunto, sino que un número récord de 420 eurodiputados ha firmado una declaración en la que se pide a los organismos reguladores, asociaciones nacionales, ligas, clubes, jugadores y aficionados que hagan más para combatir el racismo.
La alarma es justificada. Lo más grave de las ofensas a que se han visto sometidos los jugadores extranjeros, y principalmente de razas diferentes a la blanca, es que son un reflejo de lo que sucede en casi todos los ámbitos de la sociedad, donde minorías étnicas confrontan a diario todo tipo de discriminación y maltratos. Durante las últimas décadas, el prejuicio, la discriminación, el racismo y la xenofobia han ido en aumento en Europa. Se ha desatado una ola de violencia con agresiones físicas, comercios pintarrajeados con lemas racistas escritos en las paredes, maltrato a los extranjeros y minorías. Incluso se han destruido monumentos que conmemoran el holocausto, y ha habido incendios en centro de acogida a refugiados, algunos con consecuencias fatales.
¿A qué se debe este resurgimiento del racismo, y disminución de la tolerancia y la solidaridad? Un intento de respuesta apunta a dos factores principales: en primer lugar, una gran inmigración, principalmente musulmana, en momentos en que se produce una confrontación entre esa cultura y la occidental, con un gran número de víctimas como consecuencia del terrorismo. Además, el rechazo de quien es distinto, o de otro lugar, es parte de la naturaleza humana en sus nivelas más primitivos; se supera con educación, pero regresa en momentos que se perciben como de peligro, y crecen azuzados por el odio. En esta ocasión, esos sentimientos racistas ya están siendo aprovechados por partidos e instituciones políticas que lejos de combatir, promueven la xenofobia.
La Unión Europea comprende claramente que la violencia racial socava el proceso de construir un espacio de libertad y seguridad basado en el respeto de los derechos humanos. Desde la firma del Tratado de Ámsterdam en 1997, la Unión Europea se ha esforzado en adoptar medidas para combatir la discriminación basada en género, raza, origen étnico, religión y creencias, discapacidad, edad u orientación sexual. Pero no siempre las medidas jurídicas son suficientes para controlar la conducta humana.
Se puede comprender la actitud cautelosa de parte de los europeos con los inmigrantes musulmanes en estos momentos; pero el resurgimiento de la xenofobia y el racismo es preocupante, en especial cuando recordamos que hace menos de un siglo personajes como Benito Mossolini y Adolfo Hitler lograron la complicidad de intelectuales para justificar ideológicamente un estado totalitario, un nacionalismo imperialista y el genocidio en nombre de la pureza de la sangre. Basta recordar el horror del holocausto, que asesinó a millones de judíos, y cobró la vida de otras víctimas, como gitanos, prisioneros soviéticos, y polacos enviados a trabajos forzados.
La historia de la vieja Europa, de tanta riqueza en arte, arquitectura, música y otras manifestaciones del espíritu humano, tiene igualmente sus grandes manchas. Una de ellas ha sido el racismo, que se ha manifestado en estos días como la cara siniestra de la Copa Mundial. El mal pudiera ser mucho más profundo. Estos fantasmas que ahora recorren Europa son una señal de alarma.