Por Heleen Mees
El Expreso de Guayaquil
El “viernes negro” en Estados Unidos es, tradicionalmente, el día siguiente al de Acción de Gracias, que señala el comienzo de la temporada de rebajas durante las fiestas navideñas. Al amanecer, la gente hace cola delante de los grandes almacenes para conseguir las gangas especiales del madrugador.
En Europa, el “sábado negro” corresponde al último fin de semana del mes de julio, cuando los franceses y otros europeos salen en manada para sus destinos mediterráneos de vacaciones y se producen embotellamientos de tráfico en las carreteras.
Ese contraste podría servir de metáfora sobre la diferencia en los estilos de vida a cada lado del Atlántico. Los americanos trabajan más horas a la semana y tienen menos días de vacaciones, pero disponen de más dinero para gastar. No sólo trabaja un porcentaje mayor de americanos adultos, sino que, además, trabajan más horas a la semana y más semanas al año.
En 2004, los franceses trabajaron el 28% menos de horas por persona que los americanos y los alemanes y los holandeses el 25% menos, por lo que ganaron menos dinero: casi el 30% menos de ingresos por persona que los americanos.
Según el economista Olivier Blanchard, del Instituto Tecnológico de Massachusets, los europeos disfrutan más, sencillamente, del ocio que los americanos, aun cuando por esa razón dispongan de menos dinero. En su opinión, esa diferencia de actitud explica el desfase de rentas entre Europa y Estados Unidos.
Pero no todo el mundo está de acuerdo con Blanchard. Algunos economistas señalan que los altos impuestos de Europa hacen que el trabajo resulte menos remunerador... y, por tanto, el ocio más atractivo.
Otros economistas ven a los poderosos sindicatos de Europa como importante factor determinante de las actitudes europeas para con el trabajo. Al fin y al cabo, los empleados no negocian individualmente la duración de la jornada laboral. Durante las recesiones económicas del pasado, los sindicatos de Europa negociaron una reducción de la jornada laboral o un aumento de los días de vacaciones sin reducción de los salarios.
Además, Blanchard no tiene en cuenta que la preferencia por el ocio no es neutral desde el punto del vista del sexo. Se puede explicar en parte la diferencia transatlántica en horas trabajadas comparando el factor productivo de las mujeres europeas con el de las americanas. Mientras que estas trabajan 36 horas a la semana por término medio, las holandesas trabajan solo 24 horas a la semana y las alemanas 30 horas.
Las mujeres francesas que trabajan lo hacen durante 34 horas a la semana por término medio, pero el porcentaje de mujeres que trabajan fuera de casa en Francia es casi el 20% menos que en Estados Unidos.
¿Acaso son las mujeres europeas tanto más vagas que las americanas? La respuesta depende de si tenemos en cuenta el tiempo que las mujeres europeas dedican al trabajo doméstico. Los economistas Ronald Schettkat y Richard Freeman han calculado que las mujeres americanas dedican diez horas menos a la semana a cocinar, limpiar y atender a los hijos que las europeas.
En lugar de desempeñar esas tareas domésticas personalmente, los americanos pagan a otras personas para que se encarguen de ellas. Los americanos comen con mayor frecuencia en restaurantes, recurren ampliamente a las lavanderías y a los servicios de limpieza en seco y de compras y contratan a niñeras para que se ocupen de los hijos pequeños.
De hecho, en Estados Unidos encontramos toda clase de servicios personales que no existen en escala similar en Europa. Con frecuencia hay establecimientos de manicura, limpieza de coches o masajes a un paso de casa. Los edificios con portero prestan servicios durante las veinticuatro horas del día a los residentes en ellos y los paseadores de perros se ocupan de ellos durante la jornada laboral.
En la ciudad de Nueva York se puede conseguir ayuda durante los fines de semana a fin de preparar comidas para la semana siguiente y un experto culinario recomienda recetas, compra los artículos y se ocupa en parte de cocinar.
Dicho de otro modo, las mujeres americanas trabajan más horas y usan el dinero que ganan para contratar a personas que desempeñan las tareas de las que ellas no pueden encargarse, porque trabajan. En cambio, las mujeres europeas trabajan menos y tienen menos dinero para gastarlo en servicios. En su “tiempo libre”, las mujeres europeas están ocupadas limpiando la casa y atendiendo a los hijos. Así, pues, si hacemos balance, resulta que las mujeres europeas y las americanas trabajan la misma cantidad de horas, más o menos.
Entretanto, en Estados Unidos se crea más riqueza que en Europa. Al fin y al cabo, las mujeres profesionales no tienen que elegir entre una carrera y los hijos, sino que pueden disfrutar de ambas cosas. Al gastar parte de sus ingresos superiores en las tareas domésticas y servicios personales, las mujeres americanas limitan su carga de trabajo, al tiempo que crean demanda para tareas de servicios que, de lo contrario, no existirían. Dicho de forma inelegante, se matan dos pájaros de un tiro.
En Europa, no se mata pájaro alguno. Las mujeres europeas muy instruidas y que tienen hijos se quedan en casa o trabajan con jornada parcial y se quedan atascadas en empleos de poca calidad. Se ocupan de la casa y de los hijos personalmente.
Entretanto, en Europa no hay suficientes puestos de trabajo de servicios para que todo el mundo pueda ir a trabajar. Las prestaciones sociales de que disfrutan los desempleados aumentan la carga fiscal de los ingresos por trabajo, lo que, a su vez, disuade a las mujeres de trabajar con jornada completa. Así, la trampa del ocio mantiene tanto a personas que cuentan con la mayor formación como a aquellas cuya información es inferior fuera del mundo laboral.
La autora es economista y autora de un libro sobre el derecho de la Unión Europea. Project Syndicate, 2006.