Por Andres Oppenheimer
El Nuevo Herald
CIUDAD DE MEXICO - Si el candidato centro-izquierdista Andrés Manuel López Obrador gana las elecciones presidenciales del domingo, como lo pronostican varias encuestas, México podría ponerle un freno a las tibias reformas económicas de las últimas dos décadas, y regresaría a una versión light del nacionalismo populista del siglo veinte.
A juzgar por lo que escuché cuando lo entrevisté por más de una hora hace algo más de un año, López Obrador no se uniría al bloque de izquierda radical integrado por Venezuela, Cuba y Bolivia (aunque elevaría un tanto las relaciones diplomáticas con estos países), ni buscaría un enfrentamiento con Estados Unidos.
Un hombre algo introvertido pero cordial que admite estar mucho más interesado en los temas locales que en la política internacional, López Obrador rechazó repetidamente durante la entrevista cualquier comparación con el presidente venezolano Hugo Chávez. Preguntado sobre que líder admira, el primer nombre que le salió de la boca fue el ex presidente mexicano Lázaro Cárdenas, quién gobernó de 1934 a 1940.
Cuando le mencioné que Cárdenas fue un populista autoritario cuya nacionalización de la industria petrolera, reforma agraria y subsidios masivos para los pobres creo el gigantesco estado dadivoso que años despues produjo varias crisis económicas, López Obrador me respondió: ``Yo no estoy proponiendo un proyecto radical". Agregó: ``Creo que se debe mantener la política macroeconómica, y se le debe incluir nada más una variable...de crecimiento, que es lo que no ha habido''.
López Obrador quiere reactivar la economía entre otras cosas reduciendo los precios domésticos de la gasolina, y propone destinar $8,000 millones a programas sociales para los pobres, y $20,000 millones a programas de infraestructura. Dice que financiará estos gastos reduciendo los salarios de los funcionarios mejor pagos, y achicando la burocracia gubernamental.
Sus críticos dicen que no hay forma en que López Obrador pueda costear estos programas sin aumentar enormemente el gasto público. Su principal contrincante, el candidato del partido en el gobierno, Felipe Calderón, dijo el martes que ``ya hemos tenido a otro López, el presidente José López Portillo, quien en su presidencia de 1976-1982 incrementó los ingresos de los mexicanos en un 20 por ciento, sólo para provocar una crisis, inflación y devaluaciones''.
Según el historiador Enrique Krauze, López Obrador es un ''populista mesiánico'', que va a retornar a la época de las ''presidencias imperiales'' en México. Muchos temen que iniciaría su presidencia con un tono conciliador, y después trataría de arrasar en las elecciones legislativas de mitad de su mandato, para luego cambiar la Constitución y perpetuarse en el poder.
''No podría comenzar su presidencia con una agenda radical, porque no tendría una mayoría en el Congreso'', me dijo el historiador Francisco Martín Moreno. ``Pero si logra una mayoría en el Congreso en las próximas elecciones legislativas, va a tratar de eternizarse en el poder''.
Los principales colaboradores de López Obrador rechazan estas teorías de plano. Señalan, por ejemplo, que los principales asesores del candidato de izquierda son gente conocida por su moderación.
El actual presidente del Banco Central, Guillermo Ortiz, permanecería en su puesto hasta que termine su mandato en dos años; el respetado economista Rogelio Ramírez de la O podría ser Secretario de Hacienda, o tener otro alto puesto económico; el académico José María Pérez Gay es mencionado como posible Secretario de Relaciones Exteriores, y el Rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Juan Ramón de la Fuente, podría ser el Secretario de Gobernación.
Cuando le pregunté a Manuel Camacho Solís, un ex canciller mexicano que ahora es uno de los principales asesores de López Obrador, sobre la teoría que el candidato izquierdista trataría de perpetuarse en el poder, señaló: ``Va a hacer exactamente lo contrario. El ya dijo que está en contra de la reelección. Y va a tratar de usar todo su capital político de entrada, para empezar fuerte''.
Mi conclusión: Si gana el domingo, López Obrador no sería un Chávez. Lo más probable es que sería una mezcla del presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva y el presidente argentino Néstor Kirchner: tendría el pragmatismo económico del primero y el temperamento mercurial del segundo.
La buena noticia es que López Obrador sumaría a México al creciente número de países de la región con gobiernos de una izquierda razonablemente responsable, que están quebrando el viejo maleficio latinoamericano de los grandes virajes ideológicos que ahuyentan el capital, y crean mayor pobreza. La mala noticia es que, en un mundo en que China, India y Europa del Este están cautivando a Wall Street, atrayendo inversiones masivamente y creciendo a tasas espectaculares, ser ''razonablemente responsable'' ya no es suficiente para atraer nuevas inversiones, crear empleos duraderos y reducir drásticamente la pobreza.