Por Claudio Aliscioni
Clarín
Por años, en México hubo una presencia absoluta del Estado en todos los negocios. Hoy, tras las privatizaciones, reinan firmas sin competencia y con ayuda estatal.
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La economía mexicana, que comenzó a abrirse al mundo en los 80, suele ser presentada como un paraíso del libre mercado y un ejemplo de comportamiento regional. Pero a poco que se observe cómo viven los mexicanos, el diagnóstico muestra su lado más flaco. En rigor, México es un país dominado por los oligopolios y por una fuerte presencia monopólica del Estado en áreas sensibles. Ese extraño matrimonio entre la falta de competencia privada y el dirigismo estatista deja pocas opciones a los consumidores y escasas oportunidades de participación para el 50% de la población que vive en la pobreza.
¿Quiere usted un servicio de teléfonos? Sólo una minoría puede pagar las tarifas de un monopolio privado que controla el 94% de los aparatos fijos y el 80% de los celulares. ¿Prefiere mirar los partidos del Mundial? Tiene entonces dos opciones, TV Azteca o Televisa, que controlan el 98% del mercado. ¿Le gustaría comer un taco? Nada más sencillo que ir a cualquier bar y pedir su plato. El Grupo Maseca maneja el 73% de la fabricación de tortillas, corazón de la variada comida mexicana. Lo mismo pasa con el cemento (Cemex y Holcim Apasco se reparten el mercado) o las cervezas, un negocio en el que entran Grupo Modelo y Moctezuma. Ni hablar de la nafta, que cuesta unos US$ 0,60 en un país que está entre los 5 principales productores y que —tras casi 70 años de control estatal de Pemex— no ha podido refinar sus gasolinas y debe por eso importar desde EE.UU.
El tema cobra particular relevancia ahora. No sólo porque brinda una radiografía de cómo funciona este país, tan rico en cultura como en recursos naturales y humanos. Sino, además, porque es un asunto sustantivo en las presidenciales del domingo, donde el modelo económico es carne de debate.
"Una buena parte de la economía está manejada por monopolios y en esto tiene que ver una alianza entre políticos y empresarios", dijo a Clarín Gustavo Vega, experto en relaciones internacionales del prestigioso Colegio de México.
La referencia no es anecdótica. Explica cómo un país donde el 50% es pobre y el 20% vive en la indigencia ha generado más millonarios que Suiza —diez, el último año—, según el informe anual de la revista Forbes. La mayoría ha hecho sus dineros en áreas donde tienen poca o ninguna competencia.
Todo este cuadro tuvo su germen con la crisis de 1982. Durante décadas, el Estado entregó escuelas, hospitales, viviendas, empleos y subsidios sin exigir mayores aportes impositivos. Pero cuando la población creció más que los recursos disponibles y la estructura económica y social aumentó en complejidad, el ingreso se estancó y el Estado debió endeudarse en el exterior. Todo derivó en la devastadora crisis financiera de los 80, que dio paso a una apertura comercial sin precedentes y a decenas de privatizaciones.
"México reemplazó monopolios públicos por privados", dijo a Clarín la economista Laura Juárez, de la Universidad Obrera de México. Desde entonces, ha venido cobrando forma un "capitalismo de amigos" que se ha infiltrado en el Estado dando lugar a numerosos casos de corrupción. "Es el misterio de América latina y sus procesos de privatización", comentó a este enviado Roberto Escalante Semerena, director del Departamento de Economía de la UNAM.
Una de las transacciones más emblemáticas del período fue la venta de la estatal Telmex a un consorcio privado liderado por el mexicano Carlos Slim, quien se convirtió en el tercer hombre más rico del mundo con una fortuna estimada US$ 30.000 millones, según Forbes.
Ese "capitalismo de amigos" es el que ataca el centroizquierdista Andrés López Obrador, puntero en las encuestas, cuya campaña cerró anoche aquí. Llamó a los grandes empresarios "delincuentes de cuello blanco" y "traficantes de influencias" y los acusó de evadir impuestos. El gobierno reconoce una evasión fiscal del 40%, un margen altísimo. Pero ayer, el Consejo Coordinador Empresarial, que en polémicos avisos llamó implícitamente a votar por el oficialista Felipe Calderón, rechazó las críticas por "generalizadas e infundadas".
Mientras culminan los actos proselitistas, lo que está en juego el domingo es si México decide continuar con el actual modelo económico o si cambia por otro que concilie crecimiento con equidad social. O bien, como lo expuso ante Clarín el historiador y novelista Héctor Aguilar Camín: "En definitiva, el problema básico es el Estado".