Por Greg Hitt
The Wall Street Journal
El fracaso de las negociaciones sobre comercio mundial obliga a las grandes economías del mundo a encontrar nuevas maneras para lograr una reducción de las barreras comerciales. No está claro que la Organización Mundial de Comercio (OMC), el grupo de 149 naciones que ha servido de foro para las conversaciones, sea capaz de cumplir esta tarea.
De hecho, la OMC corre el riesgo de convertirse en una versión moderna de lo que fue la Sociedad de Naciones en los años 20: un bienintencionado experimento de gobierno mundial que se vuelve irrelevante.
Las conversaciones alcanzaron un punto muerto la semana pasada ante las grandes diferencias sobre cuán profundas deben ser las reducciones de aranceles y subsidios agrícolas. La incapacidad para salvar dichas diferencias frenó las conversaciones paralelas sobre servicios y bienes industriales. Enfrentado a un fracaso que se veía venir desde hace casi cinco años, Pascal Lamy, presidente de la OMC, suspendió las negociaciones.
"La OMC está en un punto crítico", dice Grant Aldonas, un ex representante comercial en el primer mandato de George W. Bush. Según Aldonas, el colapso de la Ronda de Doha es el inicio de "una constante erosión del papel de la OMC como el foro principal en asuntos de comercio y de la globalización en general".
Después de la Segunda Guerra Mundial se fundó el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), el organismo predecesor de la OMC, que entonces era gobernado por Estados Unidos y, en menor grado, por las grandes economías de Europa Occidental. Cuando alcanzaban un acuerdo, podían presionar a los demás países para cumplir las reglas. Después de ocho rondas de negociaciones que comenzaron en 1948, los aranceles y las barreras comerciales cayeron constantemente. Hacia fines del siglo XX, el comercio mundial, medido en términos de valor de los bienes que cruzan las fronteras, era 22 veces más grande que en 1950.
Esas épocas, sin embargo, han terminado, y ahora las barreras comerciales no caen con tanta facilidad. Nuevos países han adquirido importancia económica y exigen participar en el establecimiento de las normas de comercio. Pero el poder es difuso, y alcanzar un consenso entre 149 países es extremadamente difícil. Al contrario de las Naciones Unidas y el Fondo Monetario Internacional, donde los grandes países tienen poder de veto o ejercen una mayor influencia con su voto, cualquier país miembro de la OMC puede echar por tierra un acuerdo. "Operar sobre la base del consenso con 149 países es algo abrumador", dice la representante comercial de EE.UU., Susan Schwab. "Es una dinámica bastante complicada".
Otro problema es que la OMC no sólo es una asamblea que legisla sobre normas de comercio, sino que también es el tribunal que se encarga de su cumplimiento. Aunque en esto último la OMC registra algunos éxitos, también ha causado problemas. Bajo el GATT, los conflictos eran muchas veces triviales. La OMC ha agregado cuestiones tan polémicas como los subsidios agrícolas o los derechos sobre la propiedad intelectual.
En el Congreso de EE.UU., la OMC ha dejado un mal sabor de boca. Muchos legisladores recuerdan cuando el organismo multilateral denegó una exención tributaria para las grandes multinacionales estadounidenses con fuertes negocios de exportación para que cumplan una sentencia que provenía de una queja presentada por la Unión Europea. Al Congreso estadounidense no le gusta que su poder, o el de su país, sea limitado por extranjeros.
El fracaso de las conversaciones comerciales de Doha probablemente signifique que la OMC tendrá aún más problemas a medida que enfrente algunos conflictos delicados que se han mantenido al margen de los mecanismos de resolución de disputas, con la esperanza de que la diplomacia de la Ronda de Doha las resolviera.
Por ejemplo, Brasil estudia la posibilidad de pedir a la OMC permiso para imponer daños por US$1.000 millones a EE.UU., como compensación por los subsidios estadounidenses a la industria del algodón, que la OMC sentenció son ilegales. Las sanciones se habían postergado hasta ahora, debido a que la atención se centraba todavía en las conversaciones de mayor envergadura.
Es posible que EE.UU. enfrente otros casos de comercio injusto por el maíz, el arroz y el sorgo. La UE está expuesta a quejas relacionadas con los tomates, el vino y la mantequilla, entre otros. A medida que la OMC sentencie asuntos cercanos a la soberanía nacional, el apoyo a la institución se debilitará y, con ello, su autoridad para fomentar el crecimiento y luchar contra la pobreza. "No cabe ninguna duda: es un gran problema", asevera John Engler, presidente de la Asociación Nacional de Fabricantes de EE.UU.
EE.UU. nunca se unió a la Soceidad de Naciones. Permaneció al margen a medida que la institución se volvía irrelevante, incapaz de resolver los problemas diplomáticos y militares surgidos en la víspera de la Segunda Guerra Mundial.
De momento, el mundo todavía ve en la OMC el único árbitro honesto en el juego del comercio mundial, y EE.UU. insiste en que la organización continúe siendo una pieza vital en la economía mundial.