Por Pablo S. Otero
La Prensa
El pasado jueves se cumplieron 83 años del nacimiento en Madrid de una de las revistas más importante del ámbito intelectual iberoamericano: La Revista de Occidente del filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1955).
La publicación tuvo varias etapas: desde 1923 a 1936 estuvo a cargo del propio Ortega y Gasset, quien tras el estallido de la Guerra Civil debió exiliarse a Francia, Holanda, la Argentina y Portugal, hasta 1945 cuando se produce su definitivo regreso a España. Hay una segunda etapa entre 1962 y 1980 y, por último, la publicación se consolida hasta la fecha bajo la dirección de su hija Soledad Ortega Spottorno.
La revista, desde su origen, tiene llegada no sólo en España, sino en varios países europeos y de latinoamérica. Por sus páginas pasaron importantes pensadores y escritores como Bertrand Russell, Edmund Husserl, Rafael Alberti, Federico García Lorca, Miguel Hernández, Pedro Salinas, Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Eduardo Mallea, Victoria Ocampo; Pablo Neruda, Paul Valéry, Virginia Wolf, Carl Jung y Kafka, entre muchos otros.
En el primer número, publicado en julio de 1923, afirmaba estar ""dirigida a aquella gente que, siendo consciente del estado cambiante de las cosas más importantes que les rodeaban, sumida en un pasajero caos estructural, necesitaba, de algún modo, insuflar a su vida algo de claridad, orden y jerarquía en la información"", para tratar de solucionar tal perjuicio.
Siempre alejada de manera directa de la política, incluía en su interior, y lo sigue haciendo, ensayos de carácter general, escritos filosóficos y de ciencias humanas y sociales, artículos científicos y textos literarios.
Siguiendo esa pauta fundacional, en su último número, perteneciente a los meses de julio y agosto del corriente año -dedicado al 70º aniversario de la Guerra Civil Española- una de las notas, escrita por el historiador y comentarista político español Santos Juliá lleva por titulo "Bajo el imperio de la memoria" y se encarga de analizar la manera de interpretar la historia.
En el marco de las políticas españolas -similares a las argentinas- que quieren replantear el pasado como, por ejemplo, modificar el Valle de los Caídos o sacar de las iglesias españolas las inscripciones referentes a los fallecidos "Por Dios y por España", Juliá plantea que treinta años atrás sólo interesaba lo que había ocurrido durante la República y la Guerra Civil: establecer los hechos, interpretar los textos, analizar las situaciones. Hoy, cuando una nueva generación de historiadores, de literatos y de críticos de la cultura nacidos en torno a la transición, ha pasado a ocupar la primera fila, ya no interesa tanto lo que ha pasado sino su memoria; no los hechos sino sus representaciones, que adquieren una especie de existencia autónoma, independiente de los hechos representados.
Y en cuanto a la labor específica de los historiadores, en la misma línea progresista y militante, asegura que su tarea debe centrarse en recuperar la memoria, o sea, no exactamente conocer los hechos pasados, sino exigir justicia. Esto, recomienda, debe originarse no sólo en España: ""cada Estado, cada nación, tiene en el siglo XX un terrible pasado del que no se ha hecho justicia: los alemanes, desde luego; los rusos, que no les van a la zaga; pero también los franceses, colaboracionistas; y los británicos"".
La historia en cuanto conocimiento crítico del pasado -finaliza Juliá- ha perdido buena parte de su atractivo, que ha cedido a la memoria, entendida ahora como herramienta para transformar si no el pasado al menos su representación, una representación -se podría agregar- subjetiva en la mayoría de los casos.