Por Andrés Oppenheimer
El Nuevo Herald
SAO PAULO, Brasil - La gran pregunta sobre las elecciones de hoy en Brasil no es quién va a ganar - virtualmente todas las encuestas predicen una victoria arrolladora del presidente centroizquierdista Luiz Inácio Lula da Silva - sino si Lula en su segundo mandato convertirá a este país en una de las economías emergentes más vibrantes del mundo.
El consenso generalizado es que probablemente no, aunque tampoco es probable que cometa errores desastrosos. Muchos a quienes pregunté por el futuro del país me contestaron con una sonrisa escéptica, y el viejo chiste: ``Brasil es el país del futuro, y siempre lo será''.
De hecho, esta es la elección menos dramática que recuerdo en casi tres décadas de presenciar de cerca elecciones en América Latina. No sólo no se ven afiches políticos en las calles (fueron prohibidos hace algunos años), sino que ninguno de los dos bandos vaticina que el país se incinerará en el infierno si el otro gana la elección.
El candidato opositor Geraldo Alckmin ha centrado su campaña en denunciar la corrupción en el gobierno de Lula, mientras que el presidente ha acusado a su rival de ser el candidato de los ricos, de querer privatizar compañías estatales y quizás hasta cortar los masivos subsidios a los pobres. En el debate final del viernes, ninguno de los dos se alejó de su libreto.
Para ser justos, dejemos en claro que en el contexto latinoamericano, Lula ha sido un relativamente buen presidente. Contrariamente a las afirmaciones de sus adversarios de centro derecha de que transformaría a Brasil en un circo izquierdista populista como la vecina Venezuela, Lula mantuvo las políticas macro económicas de su predecesor, y hasta implementó algunas modestas reformas pro mercado.
El pragmatismo le dio buenos resultados a Lula. En los últimos cuatro años, el ingreso per cápita ha crecido en cerca de 1.4 por ciento al año, y la tasa de pobreza ha bajado en un 15 por ciento. Este año, se proyecta que la economía crezca en un 3 por ciento.
Sin embargo, las tasas de crecimiento de Brasil han sido tenues comparadas con las de otros países latinoamericanos, y especialmente comparadas con las de Sudáfrica o India. Los críticos dicen que esto se debe a que Brasil impone tantos impuestos al sector privado, y lo somete a tantos trámites burocráticos, que hay pocos incentivos para invertir en el país.
Cuando le pregunté al ex presidente Fernando Henrique Cardoso en un entrevista hace unos días si Lula eliminaría estos obstáculos al crecimiento si fuera reelecto, respondió que ''probablemente no, desgraciadamente.'' Cardoso, quien inició la recuperación económica de Brasil en los noventa, señaló que Lula no dio seguridades durante la campaña que haría todo lo que fuera necesario para acelerar el crecimiento económico.
''Por el contrario, se replegó,'' dijo Cardoso. ``Eso lleva a la gente (en el Congreso) a decir: Si el presidente no está muy preocupado por qué voy a jugarme yo por reformas que no son muy populares?''
''Gran parte de la mejora de Brasil ha sido gracias a factores externos, como el mejor crecimiento económico mundial en décadas'', me dijo Paulo Leme, economista en jefe de mercados emergentes de Goldman Sachs. ``El riesgo de un segundo período de Lula no es que Brasil se vaya cuesta abajo, sino de que va a perder una oportunidad histórica''.
Salvo una improbable sorpresa electoral, el país estará pendiente del discurso de Lula de la mañana siguiente: si dará algunas claves de sus futuros nombramientos ministeriales que pudiesen indicar sutiles cambios de políticas.
Hay dos grandes grupos en el círculo cercano de Lula: uno está encabezado por su jefa de Gabinete y ex Ministra de Energía Dilma Roussef, quien junto con el ministro de Finanzas Guido Mantegna son partidarios de una mayor flexibilidad en politica económica, y el otro está encabezado por el otrora todopoderoso ex Ministro de Finanzas y ahora diputado Antonio Palocci, quien junto con el presidente del Banco Central, Enrique Mireilles, es más propenso a reformas pro mercado.
Mi opinión: soy relativamente optimista sobre Brasil. El país se puede convertir en una historia de éxito en cámara lenta. Aunque Lula no haga las reformas que podrían aumentar el crecimiento y reducir la pobreza más rapidamente, la estabilidad está permitiendo que el país crezca, y la pobreza disminuya.
El mismo hecho de que ésta sea una elección exenta de todo drama es una buena señal. En una región donde abundan líderes megalómanos que constantemente quieren ''refundar'' sus países y producen constantes ciclos de crecimiento y desmoronamiento, el progreso en cámara lenta a lo largo de varios años es algo nada despreciable.
