Por Fabián Echegaray
Clarín
Además de la reelección de Lula, los comicios brasileños mostraron una evolución positiva de la relación entre los ciudadanos y la política, diferente de lo que ocurre en otros países de la región.
Diez comicios en 2006, cinco antes, en 2005, tres el próximo año, 2007, cuatro más durante 2008. Junto con su creciente cotidianeidad, las elecciones también traen lecciones y significados sobre cómo evolucionan los sistemas democráticos de la región y, principalmente, sobre cómo el votante latinoamericano se vincula con su ambiente político.
En la reciente reelección de Lula en segunda vuelta, con la que Brasil completó su quinta elección presidencial en poco menos de 17 años de democracia, se marcaron algunas tendencias que van a contramano de sus vecinos.
Su dirección es la de una gradual modernización político-electoral que apunta a una secularización del vínculo elector-sistema político y a la normalización institucional. Destacamos cinco señales positivas de esta última elección brasileña.
Un sistema bipartidista nacional. En la primera elección presidencial posdictadura de 1989, ocho partidos disputaron la representación política de los electores. La atomización era obvia: ningún partido llegó al tercio de los votos. En aquellos años, vecinos como la Argentina simbolizaban ejemplos de orden y vitalidad partidaria, gracias a la estructuración de la política alrededor de dos grandes fuerzas.
Hoy, más del 90% de los votos a presidente en Brasil se dividieron en dos conglomerados partidarios: uno, centralizado en el liderazgo del PT y sus satélites (PSB, PcdoB, PRB y PL), trampolín de la exitosa reelección de Lula, y otro alrededor del PSDB y su satélite (PFL). Ese bipartidismo, vigente en la práctica hace casi diez años, caracterizará el futuro de Brasil.
La capacidad de retención de votos es otra evidencia del perfil bipartidista brasileño: de 2002 a 2006, el PT consiguió mantener 64% de su apoyo y el PSDB un 53,5%; son señales claras de preferencias electorales traducidas en identificación partidaria.
El ocaso electoral de las oligarquías provinciales. Típicamente, la forma premoderna de relación política entre gobernados y gobernantes se asienta en la desigualdad política y legal, la cual deriva en clientelismo, personalismo y culto a la supremacía de un clan o una familia.
Esas formas cimentaron, por décadas, el poder de las oligarquías y caudillismos brasileños, principalmente en el norte y nordeste del país. Pero la elección de 2006 ratificó el paulatino colapso de esa modalidad.
En los estados de Bahía, Maranhao, Pará y Santa Catarina, uno a uno los clanes fueron derrotados. Los partidos que tradicionalmente representaban la derecha: PFL, PP y PTB redujeron su peso e influencia. Sólo considerando los cargos obtenidos para diputados, estos pasaron de 40% en 1994 a 25% en 2006.
Eso no quiere decir que beneficios personales o la personalidad del candidato hayan desaparecido como motivaciones; de hecho, 7 de cada 10 que reciben el beneficio del gobierno votaron por Lula y 42% del electorado admitió el rol del carisma personal como factor decisorio. Pero tales reacciones ya no se traducen en dependencia de clanes específicos.
Política hacia el centro. La disputa electoral en Brasil hace rato abandonó el acento en los extremos y pasó a preocuparse principalmente por el elector ubicado en el centro del arco político, otro elemento del bipartidismo.
La movilización se asienta no en propuestas radicalmente opuestas y sí en el éxito obtenido en gestiones anteriores, las personalidades de los candidatos o la capacidad de persuadir sobre quien representa un futuro mejor. Una consecuencia irónica de ello es que un mismo candidato puede representar la continuidad y el cambio, porque esos conceptos hoy son más relativos que nunca.
Es lo que sucedió con Lula: quienes priorizaban el cambio, 53% optaron por él. Pero lo mismo ocurría entre quienes preferían la continuidad: 81% votaron por Lula.
Un voto estratégico por el equilibrio de poderes. Si por un lado se consolida un bipartidismo nacional, al nivel legislativo y provincial lo que sobresale es el multipartidismo. Esa tendencia abriga un planteo defensivo frente al presidencialismo imperial que caracterizó los primeros gobiernos de la transición.
Por eso el PT ganó la presidencia con más del 60% de los votos en el ballottage, pero solamente controlará del 26% al 29% de los escaños a senador y diputado federal, respectivamente. Veintiún fuerzas ganaron representación en la Cámara y el Senado, 16 de ellas sin vínculo con la alianza que reeligió a Lula.
En la práctica, el elector brasileño busca la desconcentración del poder y la representación política: quien gobierne a nivel federal debe olvidar las aspiraciones hegemónicas y disponerse a negociar con las otras fuerzas al nivel subnacional.
Racionalidad retrospectiva. Los brasileños votaron mayoritariamente con sus bolsillos y no parecen dispuestos a probar otros atajos de decisión.
Para un pueblo con enormes deficiencias educativas y baja atención política, la racionalidad ofrecida por la evaluación retrospectiva es imbatible. Y ello es así desde los tiempos del Plan Cruzado en adelante.
El autor es Doctor en Ciencia Política (UNIVERSIDAD DE CONNECTICUT) y Director de MARKET ANALYSIS BRASIL