Por Carlos Rodríguez Braun
ABC
Milton Friedman, que murió esta semana a los 94 años, fue liberal hasta en su apellido. Aconsejó el liberalismo incluso a Pinochet, como todo el mundo sabe, y aconsejó lo mismo a los comunistas chinos, como no sabe casi nadie. Con ayuda de su mujer, la economista Rose Director, logró éxitos de ventas con varios libros de divulgación liberal. Propugnó medidas liberales, desde la abolición del servicio militar obligatorio hasta la despenalización de las drogas, y desde la apertura de los mercados hasta el cheque escolar. Pero por nada de esto le dieron el premio Nobel, sino por trabajos científicos, en particular en dos campos: el dinero y el consumo.
Friedman encabeza el «monetarismo» porque demostró que la política monetaria no tiene a largo plazo más que efectos nominales, es decir, sobre los precios. A corto plazo puede tener efectos reales, como demostró catastróficamente la Reserva Federal en los años treinta.
En cuanto al consumo, Friedman desafió la idea de Keynes de que la propensión a consumir depende de forma estable de los ingresos corrientes, y alegó que depende de la expectativa del flujo de ingresos futuros, la «renta permanente». Esto cuestionaba la relevancia del multiplicador del gasto (que dependía de la propensión al consumo). Sumando las dos ideas, Friedman dijo que el déficit fiscal no funcionaría para reactivar la economía, mientras que una política monetaria expansiva daría lugar a inflación.
Con la estanflación de los setenta el economista de Chicago vio ratificadas sus teorías: no existía un «trade-off» entre paro e inflación, como sugería la curva de Phillips, las políticas expansivas no podían reducir el paro (que dependía de factores institucionales de la tasa «natural»), y el keynesianismo fue objeto de crecientes recelos.
Por eso Milton Friedman obtuvo el respeto de sus colegas: porque sus teorías parecían acertadas. También dijo cosas prácticas, y ciertas, como por ejemplo que la mayoría de los políticos que presumen de liberales no lo son.