Por Yarolav Trofimov
The Wall Street Journal
VICTORIA FALLS, Zimbabwe—Una tarde reciente, decenas de turistas occidentales trataban de mirar sobre la cima de una colina del lado zambiano de las Cataratas Victoria. El cañón de 100 metros de profundidad estaba prácticamente seco, como suele suceder en esta época del año, y los visitantes se agolpaban sobre el precipicio para apreciar el estruendo de la cascada en la distancia.
Esa misma tarde, en el lado de Zimbabwe, el agua brotaba de manera espectacular. Sin embargo, apenas podía verse a algún turista occidental. La razón: pocos quieren pasar sus vacaciones en un país que se ha convertido en un símbolo de la represión política y el desplome económico de África.
"Sé que el agua está en el otro lado, pero no me siento bien cruzando", dice Denise Tootell, jubilada británica que viajó miles de kilómetros hasta el corazón de África pero no quiere hacer el paseo de diez minutos para cruzar la frontera con Zimbabwe. "No iría a Zimbabwe en estos momentos. Me niego a apoyar al régimen", dijo el abogado sudafricano Jason Howell.
Los destinos opuestos de dos ciudades a ambos lados de la segunda catarata más grande del mundo —Livingstone, en Zambia, y Victoria Falls, en Zimbabwe— ofrecen una buena lección sobre cuán sensibles son las economías de los países pobres a los cambios políticos y cuán fácil puede ser ahuyentar y atraer a la inversión y el turismo extranjeros.
Hace unos años, Livingstone, en el lado de Zambia, era un páramo olvidado, ausente en los mapas turísticos. Décadas de planificación al estilo soviético habían sumido a Zambia en la ruina, obligando a los residentes de Livingstone a cruzar un puente construido por los británicos para conseguir los alimentos más básicos. Con excepción de unos pocos aventureros, los turistas occidentales iban a las Cataratas Victoria del lado de Zimbabwe.
Luego, justo cuando el gobierno de Zambia adoptó el capitalismo tras celebrar elecciones democráticas en los años 90, el dictador de Zimbabwe, Robert Mugabe, comenzó a expropiar granjas y a perseguir a los disidentes. Esto precipitó una crisis económica que le valió al país la distinción de tener la tasa de inflación más alta del mundo, en la actualidad de 1.099% anual. La escasez de alimentos, una crisis de combustible, violencia esporádica y sanciones occidentales se combinaron desde entonces para destruir la efervescente industria turística zimbabuense. El año pasado, los ingresos por turismo descendieron un 70% a US$98 millones con relación a los US$340 millones de 1999.
Los occidentales acomodados aún quieren visitar las Cataratas Victoria. Zambia aprovechó la oportunidad, atrayendo cadenas hoteleras internacionales, mejorando la infraestructura y poniendo en marcha una campaña mundial de publicidad para recordarles a los visitantes que las cataratas tienen otro —y pacífico— costado.
A medida que la mayoría de las aerolíneas occidentales dejaron de volar a Zimbabwe y las operadoras turísticas abandonaron el país, Livingstone experimentó un auge abrumador. La cantidad de visitantes extranjeros se duplicó entre 2003 y 2005. Las autoridades zambianas prevén que el crecimiento continuará, aspirando a un millón de visitas hacia 2010.
Mientras las tasas de ocupación de la mayoría de los hoteles del lado de Zimbabwe están cerca del 30%, en Livingstone es cada vez más difícil encontrar un lugar donde alojarse. El lujoso complejo Sun International, donde una habitación corriente puede costar hasta US$630 la noche, está completamente reservado la mayor parte del tiempo.
Preocupación ambiental
A media que Zambia realiza esfuerzos para desarrollar el área, los ecologistas advierten que este auge podría terminar por destrozar la propia razón por la que los turistas vienen a las Cataratas Victoria: su belleza natural intacta. Las cataratas, flanqueadas por bosques tropicales repletos de vida salvaje y sin ningún edificio a la vista, aún tienen prácticamente el mismo aspecto que en 1855, cuando las descubrió el explorador escocés David Livingstone y las nombró en honor a la Reina Victoria de Inglaterra.
Zimbabwe, mientras tanto, ha intentado conseguir su tajada de dólares turísticos. En los últimos meses, el gobierno desplegó una policía turística especial para mantener la delincuencia a raya y se ha asegurado de que los hoteles de Victoria Falls estén bien surtidos con alimentos, desde carne de primera calidad a gusanos del mopane, unas orugas de mariposa consideradas un manjar en la zona.
Sin embargo, la gasolinera de la francesa Total, a la entrada de Victoria Falls, hace años que no tiene combustible, al igual que las demás gasolineras de la ciudad. En la calle principal, un desolado restaurante ha desistido de exhibir los cambiantes precios del menú. En una tienda de alimentos cercana, los productos congelados se derriten a causa de otro corte de electricidad. Un visitante occidental que intente caminar será rodeado inmediatamente por jóvenes desesperados por cambiar puñados de dólares locales a cualquier otra divisa.
En Zambia, la alegría de los directivos de turismo ante la desgracia de sus vecinos está teñida de temor de que la crisis zimbabuense pueda volverse sangrienta y extenderse hacia su lado. "La gente ve las cataratas como un solo destino", dice Joanne Gorman, gerente del hotel Royal Livingstone, de la cadena Sun International. "Si Zimbabwe se convierte en un lugar completamente inseguro para visitarlo, nadie visitará tampoco Zambia".