Por Andrew Batson
The Wall Street Journal
BEIJING—El gobierno de China, un país donde más de 100 millones de personas viven con menos de US$1 al día, enfrenta un problema poco común: qué hacer con todo su dinero.
El banco central cuenta con unos 1,07 billones (un millón de millones) de dólares en monedas extranjeras y valores, lo que lo convierte en uno de los mayores inversionistas del mundo. Ahora, los funcionarios chinos concuerdan en que la estrategia tradicional para manejar este cuantioso fondo —es decir, invertirlo en instrumentos seguros de renta fija como bonos emitidos por Estados Unidos y los gobiernos de Europa— está pasada de moda.
Siguiendo el ejemplo de países como Singapur, Corea del Sur y Noruega, China empieza a buscar nuevas formas de gestionar sus inversiones. En conjunto, estas decisiones de los bancos centrales repercuten en los mercados financieros de todo el mundo. El probable desenlace será una disminución de las inversiones en bonos del Tesoro de EE.UU. y más compras de instrumentos más riesgosas, pero con mejores retornos de largo plazo, como la deuda de empresas, acciones e, incluso, bienes raíces y commodities.
Los expertos insinúan que China podría destinar entre US$200.000 millones y US$300.000 millones de sus reservas a inversiones más agresivas. Aun un leve cambio en esta dirección podría tener un gran impacto en los mercados estadounidenses.
China es desde hace tiempo uno de los principales compradores de bonos del Tesoro, transformándose en uno de los mayores acreedores del gobierno estadounidense. Las compras de China han contribuido a mantener las tasas de interés en EE.UU. bajas, ya que cuanto mayor es la demanda por los bonos de un país, menor es la tasa de interés que ese gobierno tiene que ofrecer.
China aún no ha hablado en público acerca de su nueva estrategia. A fines de enero, el primer ministro Wen Jiabao se limitó a decir que China "fortalecerá el manejo de sus reservas en moneda extranjera y explorará y expandirá activamente los canales y métodos para usar estas reservas".
Esto se aparta de la tendencia tradicional de los bancos centrales de estar más preocupados de prevenir pérdidas que de lograr buenos retornos. Históricamente, los bancos centrales han sido grandes compradores de las inversiones más seguras y más transadas: efectivo y bonos soberanos. Un gran porcentaje de sus tenencias está en dólares. Según cálculos del Fondo Monetario Internacional, un 60% de las reservas oficiales de los países en desarrollo está en dólares y un 30% en euros. El 10% restante corresponde a yenes, libras esterlinas y otras divisas.
De modo que cualquier decisión de China para ampliar sus inversiones significaría que compraría menos deuda de EE.UU. Eso ha llevado a algunos a temer que una menor demanda de inversiones denominadas en dólares presionará a la baja el valor de la divisa estadounidense. Sin embargo, no todos comparten esta visión. Stephen Jen, estratega cambiario de Morgan Stanley, sostiene que los bancos centrales en busca de mayores retornos podrían invertir en deuda y acciones de empresas estadounidenses.
Puesto que los bancos centrales necesitan invertir en mercados lo suficientemente profundos para absorber sus inversiones, los principales beneficiados serán los mercados maduros de las economías desarrolladas, como EE.UU., Europa y Japón. China pasaría, de este modo, a engrosar la lista de gobiernos que gestionan sus inversiones con un criterio más comercial, pensando más en obtener ganancias de largo plazo que en la estabilidad de corto plazo.
En enero, por ejemplo, el presidente del banco central ruso señaló que evalúa la posibilidad de ampliar sus inversiones. Por su lado, el presidente del Banco Central de Corea aseveró que podría colocar una mayor parte de las reservas del país, que ascienden a US$240.000 millones, en diversas clases de inversiones, incluyendo renta variable.
China ya ha dado muestras de su capacidad para darle un uso creativo a sus reservas. En los últimos años, el gobierno las ha usado para apuntalar las finanzas de los bancos, aseguradoras y corredoras a un costo de cerca de US$70.000 millones.