Por Rodolfo Pandolfi
Nueva Mayoría
En marzo el Presidente de los Estados Unidos visitará Uruguay, Brasil, Colombia, México y Guatemala, países que están, en su mayoría, gobernador por el centroizquierda moderado o por el populismo.
Quizás el movimiento más importante de la política exterior estadounidense, después de la derrota de Georges Bush (h.) en las elecciones para senadores (la victoria demócrata en la Cámara de Representantes estaba prevista) se concentre en un giro de su política respecto a América Latina. Thomas Shannon, subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, tendrá a su cargo la organización de la nueva estrategia.
En el Medio Oriente no habrá cambios significativos y la amistad hacia Israel, única potencia militar regional además de Irán, cuenta con matizado consenso entre demócratas y republicanos.
Es cierto que Estados Unidos no tiene apuro en que se acelere la unidad europea, pero allí también las modificaciones serán sutiles. En Asia el enemigo casi imprevisible es Corea del Norte, un aislado residuo estalinista.
Pero en América Latina el giro estratégico que se prevé resultará perceptible. La demócrata Nancy Pelosi, nueva presidente de la Cámara de Representantes, reclama la iniciación de otra política regional. El área meridional del continente vive un buen momento económico y se beneficia con los precios del intercambio, en un boom casi parecido al de posguerra. Las dificultades políticas subsisten, inclusive con conflictos que demuestran una vez más la complejidad de la naturaleza humana.
Sin embargo, ya existen modificaciones en la actitud frente a La Habana, que dio señales interesantes de cambio, señales que tuvieron reciprocidad (la visita de diez representantes del Congreso de la Unión), pero la cuestión es compleja en ambos frentes internos. Ya el mismo Ernesto Guevara intentó una conciliación, en 1961, que fracasó por la oposición que existía en Estados Unidos, donde gobernaba el demócrata John Kennedy, y en la Argentina, propuesta como mediador luego de las reuniones entre cubanos y americanos realizada en Punta del Este. Ahora la intensa presión de Hugo Chávez tiende a impedir cualquier movimiento de Cuba. Por lo demás, una paradoja notable es que la revolución cubana está pasando a ser colonizada por Venezuela. Y la llamada revolución bolivariana, en realidad una catarata de discursos a veces ateos, a menudo cristianos y por momentos musulmanes con alusiones a quien llama camarada Mahoma implican la penetración islámica en el subcontinente.
Pero la diferencia entre la nueva política americana y la anterior puede llegar a ser importante en los países que poseen gobiernos constitucionales de izquierda moderada. USA no tiene problemas con Uruguay, donde gobierna el Frente Amplio que agrupa a socialistas, comunistas y tupamaros; ni con Chile, donde están al frente del país los herederos de Salvador Allende y de las víctimas de Augusto Pinochet. Tampoco existe tensión alguna con el Brasil de Luiz Inacio da Silva, Lula, quien admite ahora, pese a las banderas rojas enarboladas por sus partidarios, que es un hombre de centro, no de izquierda.
El caso venezolano es complejo. El gobierno es constitucional pero decidió transformarse a través de un golpe de Estado cuyos objetivos parecen ser:
a) Provocar una reacción torpe o desmedida en Estados Unidos;
b) Pintar de revolucionario al principal gobierno pro-iraní de Occidente, en forma de capitalizar la herencia del castrismo y diferenciarse con claridad de la socialdemocracia..
Sin embargo, en el seno mismo del Departamento de Estado se afirma que la guerra fría terminó y que no pueden alentarse tensiones artificiales. Durante la confrontación con la Unión Soviética, Estados Unidos cometió dos pecados quizás comprensibles en su momento pero que resultarían inadmisible hoy. Alentó el derrocamiento de los gobiernos constitucionales de Jacobo Arbenz, en Guatemala (1954), y de Salvador Allende, en Chile (1973). Tanto Arbenz como Allende tenían cierta afinidad con el comunismo en una época de fuerte enfrentamiento, pero en ambos casos su poder derivaba del sistema democrático aunque las crisis internas fueron serias en ambos países. Resulta evidente la dinámica de la situación: Allende había sido ya muy perjudicado cuando perdió el control de su partido, en 1970.
En esos tiempos, Estados Unidos, que en las dos guerras mundiales y en la confrontación con los soviéticos había levantado la bandera de la democracia, fue cómplice de tiranías derechistas como aquellas de los generales Castillo Armas y Augusto Pinochet. Para el gobierno de los Estados Unidos, frente al peligro de una guerra mundial, resultaba más importante contar con los militares sudamericanos que con gobiernos constitucionales adversos.
Sin embargo, esos tiempos terminaron y lo entendió muy bien un republicano como Ronald Reagan, quien impulsó la democratización de América Latina y presionó para que se fueran los gobiernos militares de ocho países del continente.
El apoyo a los Fuerzas Armadas tenía uno de sus pilares en la venta de armamentos de excelente calidad pero muy caros. Como señaló un diplomático de USA, los submarinos que fabrica su país son –con exclusividad- atómicos, costosos y de alta complejidad.
Los países latinoamericanos no necesitan instrumentos tan caros. Y ese tipo de navíos, pero no-atómicos, puede comprarse a mucho menor precio en Rusia o en Europa. Vender submarinos atómicos a países en vías de desarrollo es una antigüedad cara, que puede aumentar el resentimiento del Sur contra el Norte.
Hoy el enemigo de la libertad no es ni Hitler ni Stalín. Son el narco-guerrillerismo al estilo colombiano; las residuales y anticuadas formaciones irregulares de tipo senderista, el neofascismo chavista y, sobre todo, el terrorismo basado en el fundamentalismo islámico. Es cierto que existe también una nostálgica guerra cultural pero, como los otros fenómenos, no se puede enfrentar con armas nucleares.
El nuevo equipo encabezado por Thomas Shannon sostiene que deben abandonarse las políticas paternalistas que resultan caras y contraproducentes. En cambio, debe incrementarse el nivel de las relaciones comerciales para aliviar la pobreza y el resentimiento anti-Estados Unidos.
El comunismo ya perdió, pero Washington sigue operando como si constituyera un peligro. Estados Unidos gasta miles de millones de dólares en Latinoamérica para ayudar a combatir a las guerrillas de ultra izquierda y a las escuadras de ultra derecha (este último caso se presenta en Colombia). Pero la verdadera ayuda que necesitan los latinoamericanos está vinculada a la inmigración y a la lucha contra las drogas. Las mismas fuentes anotan que las policías latinoamericanas son ineficientes pero que la creación de nuevas fuerzas de seguridad debe estar a cargo de los gobiernos de cada Republica, sin intromisión extranjera.
Las simpatías hacia Estados Unidos, muy fuertes hacia la época del 40, casi han desaparecido. La influencia de USA también bajó en forma notable. Pero los nuevos equipos del Departamento de Estado no se asustan sino que perciben a esa situación como una consecuencia de la globalización. En ese caso, del creciente intercambio comercial de América Latina con Europa y Asia.
La Argentina pudo salir de la crisis económica de 1930 a través de los acuerdos de venta de carne a Gran Bretaña y enfrentó la crisis del 2001 con la venta de soja a China Comunista (el comercio con ese país aumentó de 200 millones de dólares hace 30 años a más de 40.000 millones de dólares en la actualidad).
La teoría que está tomando fuerza en Estados Unidos es que, en cuanto los países latinoamericanos comercien con quien quieran y obtengan ventajas de ese intercambio va ir disminuyendo el resentimiento hacia Estados Unidos.
El embajador Myles Frechette anota que China comercia activamente con América Latina, comprando cobre, petróleo, trigo y soja. En ese país asiático están instaladas empresas brasileras. Sin embargo, la competencia china está limitada porque menos del 4 % de sus importaciones se vincula a los países de la región.
En apariencia, el enemigo más importante de los americanos en el hemisferio es Venezuela. Venezuela está logrando el apoyo de distintos vecinos a través de la ayuda económica, de los oleoductos y de los gasoductos. Además, el discurso del presidente Hugo Chávez cae bien en muchos sectores y, si tuviera la virtud de la prudencia, de la que afortunadamente carece, su influencia seria más importante. Sin embargo, Venezuela no piensa reformar un sistema que sigue apoyándose en la mono-producción de petróleo. Aunque Chávez trata de acosar a la oposición -una parte de su arsenal verbal pertenece más a la Edad Media que a la modernidad- no se presenta el marco histórico que torne viable una dictadura totalitaria. Inclusive la oposición, aunque perdió las ultimas elecciones, movilizó mucha más gente que el oficialismo durante la ultima campaña electoral. La globalización también es un limite para las extravagancias, que en general nacieron en épocas de crisis o de derrotas militares, mientras que el nivel de vida ha aumentado en todo el mundo durante el último cuarto de siglo.
Uno de los problemas de Venezuela es que su política Internacional errática, su imprevisibilidad y su alto nivel de corrupción desalientan a los inversores y hacen muy difícil el desarrollo económico. La desigualdad social sigue siendo dramática.
Varios países latinoamericanos se mostraron dispuestos a integrarse al ALCA, pero Argentina, Brasil y Uruguay afirmaron que no lo harían mientras Estados Unidos siguiera perjudicando sus intereses a través de los subsidios a la producción agropecuaria. Sin duda, Uruguay sería el Estado más próximo a incorporarse al ALCA si se dieran las circunstancias y ya firmó un acuerdo tarifario que es un pre-ALCA, pero le resulta casi imposible al presidente Tabaré Vázquez y a su moderado ministro de Economía Danilo Astori avanzar con rapidez en ese terreno.
Diversos motivos de solidaridad regional, de frente interno político, de tradición histórica, aún de imagen, siguen siendo muy complicados en el Mercosur.
La pobreza, en América Latina, es terrible: ricos y pobres están más diferenciados que en el resto del mundo. No importa que grado de culpa puede tener Estados Unidos sino que la gente los ve como vecinos prepotentes y esa percepción es un motivo de preocupación en el gobierno americano.
Anthony Wayne, embajador de los Estados Unidos en Buenos Aires, afirma que, en el mundo, mientras 13.000 millones salieron de la pobreza durante los últimos años, 200 millones no pudieron hacerlo. Se mostró muy preocupado por la desigualdad social, muy marcada en Argentina y Brasil por la inequidad de la educación que reciben los hijos de ricos y los hijos de pobres, y por los problemas de infraestructura.
Afirmó que los Estados Unidos no deben hacer caridad sino capacitar a la gente con apoyo financiero al sistema educativo. Nada puede hacerse –piensa- si sus políticos no comprenden el tema, si no toman iniciativas de reformas, si no otorgan seriedad al gravísimo problema de la corrupción, aseguran el crédito barato para las clases populares y terminan con la evasión fiscal.
En América Latina ya no existen, con alguna excepción. dictaduras basadas en el terrorismo de Estado pero es muy relativa la independencia de poderes y los partidos opositores son presionados por ciertos gobiernos que utilizan los dineros públicos para financiar una publicidad masiva que influye sobre los medios. Los políticos latinoamericanos, dependientes de las encuestas, carecen de sentido de continuidad y esa imprevisibilidad hace muy difíciles las inversiones provechosas.
Si se piensa que los problemas regionales responden a una actitud conspirativa y no a situaciones concretas se puede caer en la hipocondría política. Es cierto que también a los paranoicos pueden perseguirlos, pero la paranoia no constituye una visión inteligente del mundo exterior.
El senador demócrata Christopher Dodd promovió una plan de paz en América Central, y una política flexible respeto a Cuba. Dodd figura entre los posibles candidatos de la oposición a la Presidencia de los Estados Unidos en las elecciones del año 2008. En un reciente reportaje dijo que la mayoría de los latinoamericanos tienen mala opinión de los Estados Unidos y que esa visión no debe ser entendida como simple envidia sino también como desilusión.
Los latinoamericanos se sienten abandonados, mas que agredidos, por sus vecinos ricos pero –dijo- esto puede cambiar si se hace lo necesario para que cambie. Criticó el escaso apoyo al presidente mejicano Felipe Calderón y señaló que debe buscarse un claro entendimiento con los gobiernos de centro izquierda. Afirmó que también algunos presidentes tienen que cambiar y no ayuda que realicen propaganda electoral basada en un resentimiento que los atrapa a la hora de gobernar pero que tienen que modificarse las causas si se quiere obtener resultados.
Consideró evidente que la Republica de Cuba ya inició su transición y que deben desaparecer medidas inconducentes e ineficaces como los embargos, que sólo sirven para la propaganda contra Estados Unidos. La iniciación de contactos entre ambos países y los últimos discursos de las autoridades cubanas demuestran que algo se puede avanzar. Dodd dice que si se espera la vigencia de una democracia perfecta en Cuba para lograr la reconciliación, ésta se hará imposible porque los procesos políticos son graduales.
Ni en la URSS, ni en China, ni en Vietnam, ni en los países del Este de Europa, se adoptaron políticas consistentes en esperar que se alcanzaran derechos humanos sin restricciones y democracia sin limites para modificar la estrategia. Si se hubieran procedido así, Estados Unidos hubiera perdido aquello que se llamó Guerra Fría.
La Unión y Venezuela ya han negociado sobre problemas vinculados a la seguridad, al comercio y a la energía. Hubo largas conversaciones entre el ministro de Relaciones Exteriores venezolano, Nicolás Maduro, y el embajador de USA, William Brownfield. El diplomático americano habló de una estrategia paso a paso y señaló que antes de correr había que caminar.
Thomas Shannon afirmó que los dos países negociarán sin condiciones previas.
Los problemas entre esos dos países se han reducido muy levemente y mientras el precio del petróleo sea caro y Hugo Chávez pueda presionar, una solución de fondo sigue resultando difícil. Es posible que mejoren los vínculos, quizás a nivel de las Cancillerías, pero una reunión conjunta de los presidentes Georges Bush y Hugo Chávez es impensable en la actualidad. Es más fácil que se encuentren un futuro presidente demócrata con un gobernante venezolano, sin olvidar que la política del ping-pong fue promovida por los republicanos, así como la estrategia con Polonia y otros países de Europa Central.
Existen también factores emocionales y políticos. Chávez, que en eso es sincero, no quiere a los americanos y no es fácil cambiar ese sentimiento. Es difícil imaginar que aún en la guerra contra Hitler se hubiera alineado con la Unión y, aún por sus antecedentes golpistas, puede intuirse que sus emociones hubieran estado en el otro campo. Su antijudaísmo es explícito, para nada residual.
Además el discurso agresivo hacia Estados Unidos le sigue resultando ventajoso desde el punto de vista electoral y, en cuanto a la política regional, el tema bolivariano, mientras no encuentre obstáculos serios por parte de Brasil, le va a permitir esbozar una especie de sub imperialismo venezolano. Pero hoy es mas fácil pensar en una reconciliación a mediano plazo entre Estados Unidos y Cuba –el gran temor de Chávez- que entre Estados Unidos y Venezuela.