Por Alvaro Vargas llosa
El Instituto Independiente
Washington, DC—Durante medio siglo, la mala conciencia occidental empeoró las vidas de los pobres apuntalando a déspotas y burocracias corruptas con ayuda externa. Una nueva forma de mala conciencia occidental, el fundamentalismo ecologista, está ahora empeorando las vidas de los pobres en México tras desencadenar un aumento espectacular en el precio del maíz, el principal ingrediente de la tortilla, ese símbolo nacional, gracias al aumento de la demanda del etanol inducido por el gobierno en los Estados Unidos.
Se trata de una sobrecogedora prueba del costo que puede acarrear la campaña impaciente en favor de la reducción de las emisiones de carbono. Y no sólo para los pobres: la mayoría de los países europeos, los mismos que condenaron implacablemente a los Estados Unidos por no suscribir el Protocolo de Kyoto, incumplirán los objetivos relacionandos con la reducción de los gases de “efecto invernadero” para 2012 debido a que han descubierto lo que un colegial podría haberles contado: que la vida es una constante elección entre opciones costosas. Cumplir con las metas de Kyoto implicaría sacrificar el bienestar económico de muchos europeos en una época en la que cada vez menos personas sostienen a un número creciente de jubilados.
El fundamentalismo ecologista ha convertido en sacrilegio el solo hecho de levantar una ceja frente a algunas de las premisas de quienes presagian el Apocalipsis si no se impone la obligación legal de reducir drásticamente las emisiones de carbono. Aún cuando importantes científicos señalan que el calentamiento global no es tan grave como cree la moda occidental y que los precedentes históricos apuntan a la existencia de patrones climáticos recurrentes, en la actualidad es muy difícil pedir siquiera un debate más minucioso antes tomar una decisión arbitraria y sugerir que los gobiernos sopesen las consecuencias de los topes obligatorios que propone el Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (PICC).
Los científicos son expertos en hacer malas predicciones. En 1972, el Club de Roma señaló, escandalizado, que las reservas de petróleo conocidas durarían apenas otros 30 años y que el crecimiento económico tenía el tiempo contado porque el mundo se estaba quedando sin materias primas. ¿Y qué ocurrió? En los últimos cincuenta años, según de cuál de ellas hablemos, el consumo de materias primas se ha multiplicado de dos a diez veces. La reservas petrolíferas conocidas han seguido aumentando en todo este tiempo, y ahora se habla incluso de que el petróleo podría ser un recurso renovable...
En los años 60, estaba de moda predecir que, al ritmo de entonces, la población mundial pronto superaría la capacidad de producir alimentos. Y, sin embargo, en el ultimo medio siglo, los países en vías de desarrollo han visto aumentar su producción agrícola en más de ¡un 50 por ciento!
Ahora, las mentes culposas de Occidente aseguran que si sacrificamos un 1 por ciento del PBI mundial por año, es decir unos $500 mil millones, salvaremos al planeta en las próximas décadas. El mismo organismo que patrocinó el reciente informe del PICC sobre el medio ambiente, la ONU, nos dijo hace pocos años que si los ricos otorgaban $75 mil millones de asistencia a los países atrasados, la pobreza se extinguiría muy pronto. Estas dos formas de mala conciencia resultan mutua —y absurdamente— excluyentes. Llevadas a la práctica conjuntamente, implicarían empobrecer más al mundo a efectos de hacerlo más limpio para que luego los ricos sigan contando con un planeta en el cual poder enviar dinero improductivo a los pobres para que los pobres continúen contaminando la Tierra, ya que carecerán de riqueza suficiente para invertir en energía limpia —y por consiguiente terminarán extinguiendo al planeta de todos modos.
Todo esto es vuelve tan absurdo que, según Bjorn Lomborg, el autor de “The Skeptical Environmentalist”, si tomamos en consideración distintas estimaciones científicas, el costo del calentamiento global en los próximos 100 años sería similar al costo de aplicar los acuerdos de Kyoto, lo que de todas formas tendría una incidencia muy pequeña sobre los gases de “efecto invernadero”.
Incluso una mirada superficial a los hechos básicos muestra que muchas de las afirmaciones tremebundas que aparecen en la prensa y que los políticos “bien pensantes” repiten como loros dan fuera del blanco. Por ejemplo, en lugar de disminuir, la masa total de hielo en la Antártida está aumentando y la acumulación de metano atmosférico, gran contribuyente al “efecto invernadero”, se ha detenido.
Reflexionar y discutir acerca del calentamiento global es algo bueno (¡y pensar que hace un cuarto de siglo lo que se discutía era el enfriamiento global!) Invertir en energía limpia puede ser, también, una buena cosa. Pero generar una psicosis a partir de investigaciones que están aún en pañales y optar por medidas que podrían provocar una catástrofe económica para gente en cuyo nombre tratamos de salvar el planeta es quizá el peor caso de “balas amigas” jamás producido por la mala conciencia occidental.
(c) 2007, The Washington Post Writers Group
Alvaro Vargas Llosa es director del Centro Para la Prosperidad Global en el Independent Institute y autor de "Rumbo a la Libertad".