Por Luisa Corradini
La Nación
PARIS.– Con el excedente récord de 586.700 millones de dólares que tuvieron en 2006 y otros 640.000 millones previstos para 2007, los países en vías de desarrollo empiezan a convertirse paradójicamente en banqueros del planeta, pues el dinero que colocan en el exterior sirve para financiar los déficits de Estados Unidos y de otras grandes potencias.
Para muchos expertos, se trata de una auténtica revolución planetaria que comenzó en el año 2000: por primera vez, la balanza corriente (saldo entre balanza comercial y balanza de pagos) de países como China y la India arroja saldos positivos y no cesa de crecer tanto en cifras como en porcentaje del producto bruto interno (PBI). Ese cambio de tendencia se explica por la conjunción del boom que registraron los precios de las materias primas y los beneficios que dejan las deslocalizaciones de la producción de las naciones ricas.
Los principales protagonistas de esa transformación son China, la India y los productores de petróleo, pero esa tendencia se manifiesta en casi todos los países en desarrollo. Hasta ahora, los países emergentes utilizaban el ahorro de las naciones ricas para financiar sus despegues. En los últimos seis años, esa tendencia se ha invertido.
Actualmente, los países emergentes pueden utilizar sus propios excedentes para financiar sus proyectos de desarrollo. Como la Argentina, los países petroleros del Golfo Pérsico, Argelia o Rusia, que recurrieron a sus liquideces para reembolsar parcialmente sus deudas.
Al mismo tiempo, la mayoría de esos países comenzaron también a comprar bonos del Tesoro de Estados Unidos, de Francia o de Alemania.
Por una parte, ese fenómeno evitó la devaluación del dólar, lo que preservó la capacidad de exportación de los países del Sur hacia los mercados opulentos. Por otro lado, esos depósitos permiten a algunas naciones ricas -altamente endeudadas- enjugar artificialmente sus déficits.
Desde hace años, Estados Unidos financia su pasivo atrayendo -alternativamente- eurodólares, petrodólares, excedentes japoneses y otras inversiones extranjeras en bonos del Tesoro.
Pero ese proceso terminó por convertirlo en rehén financiero de esos nuevos actores internacionales: China, por ejemplo, posee títulos del Tesoro norteamericano por valor de 650.000 millones de dólares y tiene una fuerza de disuasión de 954.000 millones de dólares (sus reservas de cambio, alimentadas por sus enormes excedentes comerciales).
Hoy, Estados Unidos tiene una posición externa negativa de 3,5 billones de dólares. A ese pasivo habría que agregar una deuda externa de 12 billones de dólares. Al mismo tiempo, el desequilibrio comercial, que incrementa el endeudamiento norteamericano, aumenta a un ritmo de 125.000 millones de dólares por año.
Francia está en una situación similar. Su deuda global asciende a 3,24 billones de dólares, equivalente al 120% del PBI nacional, que financia con emisión de bonos.
Esta nueva tendencia se ha vuelto evidente en los últimos años a través de las agresivas inversiones externas -públicas y privadas- de China, Rusia, la India y, más recientemente, Brasil.
Las empresas chinas efectuaron inversiones directas en el extranjero por valor de 14.000 millones de dólares en 2005, mientras que Rusia lo hizo por 18.200 millones. Y el ritmo parece acelerarse.
"Una oferta china por Exxon y/o Chevron o una oferta rusa por Shell y/o BP, apoyados por fondos facilitados por ricos miembros de la OPEP [Organización de Países Exportadores de Petróleo], parece ser sólo una cuestión de tiempo", dice el economista británico Peter Odell, especialista en energía.
Ese movimiento de internacionalización de las inversiones de los países emergentes debería continuar.
¿Hasta cuándo?
Según toda lógica, liberados de sus deudas públicas, los países emergentes deberían comenzar a invertir sus excedentes en sus propias infraestructuras y en programas de desarrollo social. Pero la inversión interna tropieza con la escasa modernización bancaria y empresarial.
Principales beneficiados hasta hoy, los países ricos cuentan cada día más con esos capitales. Pero mientras más pasa el tiempo, más aumentan los riesgos.
Si de la noche a la mañana los países en desarrollo decidieran frenar las exportaciones de capitales para invertir en sus mercados domésticos, se produciría un alza de la demanda local que tendría tres consecuencias: favorecería el crecimiento mundial, pero también provocaría un aumento de las tasas de interés en los países ricos y, sobre todo, un serio problema de solvencia en Estados Unidos.
Optimismo y pesimismo
Frente a ese panorama, los economistas no terminan de ponerse de acuerdo. Los más optimistas argumentan que los países emergentes entrarán en un proceso de modernización que se traducirá en la revaluación de sus monedas y la reducción progresiva de sus excedentes.
Esos dos factores terminarían por corregir el desequilibrio de la economía mundial provocado por el repliegue de capitales.
Los expertos más pesimistas, en cambio, pronostican que el ajuste crearía una penuria de capitales capaz de provocar una caída brutal del dólar de hasta el 50%.
Los temores a ese nuevo escenario parecen explicar la nueva tendencia que comenzó hace algunos meses: para cubrirse, tanto las monarquías petroleras como Rusia, China e incluso Japón empiezan a invertir una parte de sus excedentes en euros.