Por Alberto Benegas Lynch (h.)
El País
Resultó muy trabajosa la elaboración sobre el significado de la democracia, como para hacerla volar en pedazos al primer barquinazo. Cicerón sostenía en sus elucubraciones sobre la república que "el imperio de la multitud no es menos tiránica que la de un hombre solo y esa tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y el nombre del pueblo". Por su parte, Constant, en el siglo XIX, afirmaba que "los ciudadanos poseen derechos individuales independientes de toda autoridad social o política y toda autoridad que vulnere estos derechos se hace ilegítima [...] La voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto."
Y contemporáneamente, Giovanni Sartori explica que "el argumento es que cuando la democracia se asimila a la regla de la mayoría pura y simple, esa asimilación convierte a un sector del demos en no-demos. A la inversa, la democracia concebida como el gobierno mayoritario limitado por los derechos de la minoría se corresponde con todo el pueblo, es decir, con la suma total de la mayoría y minoría".
A la Venezuela de hoy, igual que a la Alemania de Hitler, resulta una broma de muy mal gusto identificarla con la democracia. Hugo Chávez obtiene porcentajes inmensos en las elecciones pero ha barrido con la división horizontal de poderes y todo vestigio de contralor y límite al poder.
En verdad, cuando el legislativo extiende sus pretensiones de diseño e ingeniería social, ocurre lo que en la teoría de los juegos se denomina "suma cero". Esto es, lo que gana un grupo, inexorablemente lo pierde otro forzando el consumo de capital, lo que a su turno reduce salarios e ingresos en términos reales. Idéntico fenómeno sucede si el legislativo abdica de sus funciones trasladando estas políticas al ejecutivo.
Sin duda que todo este proceso se agrava si no existe un poder judicial independiente, como es el caso de marras.
Para América Latina el peligro se hace más patente debido a la financiación que el aludido ejemplar del Orinoco ha decidido encarar en la isla-cárcel cubana y en cualquier otro régimen que tenga visos totalitarios en la región. Se proclama "el socialismo del siglo XXI" como si no hubieran tenido lugar los fracasos que una y otra vez han demostrado las arrogancias de planificadores de vidas y haciendas ajenas. No parece percibirse el daño irreparable que estas políticas significan para los más necesitados, como si sus ingresos no provinieran de las tasas de capitalización basadas en el derecho de propiedad. Esa es la diferencia central entre ser un obrero en Somalia o serlo en Canadá.
Juan González Calderón apunta con razón que los demócratas de los números, ni de números entienden ya que se basan en dos ecuaciones falsas: el 50% más el 1% es igual al 100%, mientras que el 50% menos el 1%, es igual al 0%.
Cuando estuvo en la reunión de Mar del Plata con los jefes de estado del continente, el coronel Chávez, haciendo gala de su incontinencia verbal, en medio de galimatías conceptuales exclamó a los alaridos, "no a la muerte" pero en tres oportunidades propuso el "socialismo o muerte", al tiempo que alababa al Che Guevara, quien definió al revolucionario como "una máquina de matar".
Mantener que en Venezuela hoy tiene lugar un régimen democrático de gobierno constituye un insulto a la inteligencia.