Por Gina Montaner
El Nuevo Herald
Si no fuera la sobrina de Fidel y la hija de Raúl, Mariela Castro podría pasar por una chica progre. Una sexóloga con aires modernos y liberada. O sea, una mujer de su tiempo.
Pero no se puede ir de Gloria Steinhem, Betty Friedan o la mismísima Doctora Ruth cuando representas oficialmente a una dictadura putrefacta. Entonces se te caen las blusas de algodón y los vaqueros gastados y bajo la dulce máscara aparece una hidra. Porque al final no eres nada más que un patético papagayo al servicio de la mentira. Una indigestión de más fresas y chocolates. A estas alturas de la tiranía con sus campos de concentración. Sus presos políticos. Sus fusilados. Sus perseguidos. Su casi medio siglo de represión y ni una urna a la vista. Así no, Mariela. Por mucho que tengas nombre de tango.
La sobrina de Fidel que es la hija de Raúl y sigue la tradición dinástica, ha concedido una entrevista al diario español El País que es una sarta de perlas ensangrentadas. Mariela muere por la boca como un pez empachado de burbujas. Dice con orgullo que su tío es un revolucionario comunista mientras que Franco era un fascista. Dice que su padre es un tipo campechano que se esfuerza en seguir la línea política de su hermano. Dice que por ahora a Cuba lo que le sienta bien es el partido único. Que la persecución y hostigamiento contra los homosexuales fueron errores de juventud. Que Reinaldo Arenas era un exagerado porque bajo el castrismo nunca ha habido torturas. Dice que la última vez que visitó a Fidel en el hospital charlaron amigablemente sobre los derechos de los transexuales. Y aunque su tío todavía está malito se va recuperando, pero no debe hacer esfuerzos mayores para no agotarse.
Si me cruzara en la calle con la sobrina de Fidel que es la hija de Raúl, por un momento pensaría que en otra época coincidimos en la Plaza del Dos de Mayo. Cuando la movida madrileña. Después de la muerte de Franco y en los albores de la transición democrática. Muchachas con faldas de volantes y camisetas. Chicos con melenas largas y vaqueros de pitillo. La música a todo dar y Madrid era una fiesta. Porque ya nadie se acordaba del viejo dictador y la libertad campeaba a su aire en las calles y alcobas. Pero Mariela no estaba allí en aquellos años ochenta. Sino formándose bajo la atenta mirada de su estirpe. Completando un curso acelerado con tutores que han reescrito la historia. Que han borrado a la resistencia. Que han encerrado a los disidentes. Que han denostado a la diáspora. Que han aplastado la dignidad individual. Para luego revestirla de sexóloga y patrona de los homosexuales. A veinte años luz de las revueltas de Stonewall y la revolución del Arco iris. Neófita en un planeta donde los matrimonios entre gays son el pan de cada día. Pobre Mariela. Emisaria de un régimen trasnochado.
Mientras la sobrina de Fidel que es la hija de Raúl saca de su cesta golosinas envenenadas, a Raúl Rivero le otorgan en Madrid el premio Ortega y Gasset. Grandísimo poeta y periodista que no olvida a los periodistas independientes que malviven en la isla. Václav Havel preside en Berlín un importante foro sobre el postcastrismo. Y en La Habana condenan a 12 años de prisión a un opositor el mismo día en que liberan a Jorge Luis García Pérez, Antúnez, después de 17 años de presidio político.
Mariela Castro tiene pinta de ser desenfadada, independiente, resuelta. O sea, una mujer de su tiempo. Pero su patético discurso la traiciona. No es nada más que la sobrina de Fidel y la hija de Raúl. Lástima que no sea una auténtica chica rebelde. Su historia es la de un tango.
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