Por María Julia Pou
El País, Montevideo
Nuestra sociedad tiene algunas características que quizás no nos guste reconocer, pero que están en lo hondo de nuestro subconsciente. Si preguntamos a nuestros compatriotas acerca de su actitud general acerca de la vida, de la sociedad y del mundo, seguramente que nos contestarán que están abiertos a lo moderno, que son amigos del progreso, que lo nuevo les atrae. Sin embargo no es tan así, no es cierto en lo profundo, en donde se gestan las actitudes determinantes.
Somos una sociedad conservadora con vestimenta progresista ; pero no usamos el término en el sentido político en que se utilizó para distinguir a los integrantes de la fuerza política que gobierna.
Las reacciones de muchos de nosotros ante lo nuevo son indicativas de esos sentimientos. La primera reacción es hacia lo conocido, a permanecer en lugar de cambiar. El cambio, el verdadero, el que va a lo profundo, nos atemoriza y nos frena. A esa reacción cuasi inconsciente se deben atrasos y demoras, pérdida de oportunidades y reacciones tardías.
En el mundo actual, con su tremenda rapidez, cuando el adaptarse es condición de supervivencia, semejante actitud puede ser letal. Ella no es patrimonio exclusivo de nadie, todos, en mayor o menor medida llevamos ese lastre en nosotros mismos, quizás por haber vivido mejores tiempos en una sociedad más feliz.
Quizás el origen de la misma esté en que no distinguimos entre los valores que son principales o aún esenciales y los que son meramente instrumentales de estos. Por ejemplo la libertad. Que a nadie se le ocurra afirmar que no somos un país amante de la libertad, dispuesto a defenderla a toda costa.... en materia de opiniones, de votos o de opciones políticas. No es misma la reacción cuando esa misma libertad -que es una e indivisible- se debe aplicar a la posibilidad de optar en materia económica. Soportamos durante años los más absurdos monopolios y seguimos aceptando los restantes con admirable pasividad.
La globalización ofrece un ejemplo semejante. Se trata del fenómeno de interconexión internacional que nos permite actuar e informarnos en tiempo real. Es un dato de la realidad, algo que está allí, que nos puede gustar o no, pero que no podemos ignorar por más que escondamos nuestra cabeza en un pozo. La antiglobalización se ha convertido en una industria de conferencias y artículos que deben ser respetados como opinión, pero que no pueden detener el ineludible hecho de que es preciso prepararse para navegarla.
Es como una gran ola en la que quienes tengan la visión y el coraje podrán "surfear" como lo hacen los jóvenes en el mar. Preparar la tabla es lo que hace falta, pues las olas pasan y algunos quedan detrás de las mismas mientras otros las aprovechan, les sacan lo que tiene de positivo, de dinámico, para avanzar.
Los adelantos científicos como los transgénicos, como el movimiento para producir combustible a partir de los cultivos, tienen sus profetas negativos. Castro y Chávez encabezan esas agoreras columnas, que no debemos engrosar. Estar en el borde delantero de la ciencia y de los cambios no solo es mejor, es la manera de reaccionar de un pueblo de mente abierta y que no teme al cambio. La tarea de mostrarle a la sociedad los beneficios de la "modernidad" y el "aggiornamento" no es sólo de quienes se dedican a la actividad política sino a todos quienes de distintas maneras son formadores de opinión.
Somos una sociedad conservadora con vestimenta progresista. El cambio, el verdadero, el que va a lo profundo, nos atemoriza y nos frena.