Por Domingo Fontiveros
CEDICE
El primer hombre "nació" de nuevo cuando salió del Edén, junto con Eva. Y la novedad básica consistió en ganarse el pan, a partir de entonces, con el sudor de la frente y transmitir a su descendencia la mancha de haber desobedecido nada menos que a Dios. Porque perdido el paraíso, ya no es posible regresar.
La ilusión de una vuelta al paraíso terrenal, no obstante, jamás ha sido abandonada por completo. Sueño, ilusión o desmesura, da igual. La gente anhela vivir mejor, libres de la naturaleza propia y de la escasez material, lejos del crimen y del asalto, en medio de la felicidad. Es utopía, desde Platón hasta el paraíso comunista.
Según los psiquiatras, algunos tienen el deseo inconsciente de volver al vientre materno como equivalencia de felicidad. Lo que por cierto causa muchos problemas personales. Parecido ocurre en política, cuando las retóricas ofrecen a los pueblos la llegada al paraíso.
Para los economistas, el discurso utópico sobre el paraíso de abundancia choca contra la pesada realidad de la escasez y contra la ley de rendimientos decrecientes, limitantes cruciales en las aspiraciones humanas. Su formación lo lleva a explorar el mejor uso de recursos escasos, compatible con la jerarquización de necesidades de los consumidores, las limitaciones en los factores de producción, y el peso de la incertidumbre respecto al futuro. Es decir, al estudio del comportamiento del hombre en sociedad resolviendo la tensión permanente entre consumo e inversión, presente y futuro, individuo y grupo. Esta realidad dura es lo contrario a utopía. Los problemas nunca acaban.
Los conflictos no terminan. Las diferencias no cesan. El panorama puede ser aterrador si se observa sin discernimiento. Quizá por esto los filósofos del siglo XVIII proclamaron un orden natural, que incluía lo físico y lo humano. Así como Einstein en algún momento afirmó que Dios no juega a los dados con el universo, Smith atribuyó a la libertad económica un potencial irreemplazable para ir solucionando problemas materiales de forma en que todos salieran ganando. Una tabla de ordenación en el límite de lo racional, mejor que las soluciones forzadas impuestas desde el poder. De hecho, el género humano, en uso de su libertad, sigue creciendo en número, en posibilidades y en nuevos modelos de organización. Algo de grandioso tiene la historia, a pesar de todo.
Algunas revoluciones se han encaramado en una visión de utopía respaldada con la fuerza para imponerla a quienes disientan. Rousseau llegaba a afirmar que al hombre había que forzarlo a ser libre, y son conocidos los casos de fusilamiento, cárcel y reeducación forzosa a quienes no aceptaran la "revolución".
Otra cosa es la superación constante y permanente de la realidad, llena de imperfecciones e injusticias. Las reformas sirven para ello. Negar todo lo alcanzado por el género humano, porque siempre habrá lo criticable e injusto, conduce al nihilismo y traduce un obscuro desprecio por la especie.
En la Venezuela de hoy, el poder perora sobre fabricar un hombre nuevo y llegar a un mar de felicidad. Falsas promesas repetidas hasta la saciedad que pretenden sustituir la realidad decadente con rimbombante retórica, sin construir nada sustancial. Difícil concebir una intención política con mayor contenido de soberbia.