Por Alberto Benegas Lynch (h)
El País, Montevideo
En última instancia, todas las personas de buena fe, desde los leninistas hasta los liberales, pretenden mejorar las condiciones de vida de sus semejantes. Nadie en campaña electoral sostiene la conveniencia de aumentar la pobreza, la desnutrición y el atraso. En general, las diferencias estriban en los medios, no en los fines.
Pero, en la práctica, hay quienes, con la mejor de las intenciones y propósitos, condenan a los más necesitados a la miseria más tenebrosa a través de políticas desacertadas. Por ejemplo, cuando se introducen impuestos progresivos. En estos momentos, en los despachos oficiales de cuatro naciones latinoamericanas se encuentra en carpeta modificaciones fiscales que contemplan la progresividad fiscal.
No es esto ninguna originalidad, se viene insistiendo en estas medidas desde hace décadas en muy diversos lares. Miremos este tipo de impuesto desapasionadamente. Señalemos de entrada para ubicarnos en el tema que, como su nombre lo indica, la proporcionalidad en los gravámenes significa que cada uno paga en proporción al objeto imponible, de lo que se deriva que el que más tiene, más paga, pero la alícuota es igual para todos. Sin embargo, la progresividad establece que la tasa fiscal aumenta en la medida que cambia el objeto sobre el cual recae el impuesto. Veamos el caso del tributo progresivo a las ganancias Si alguien gana 100 pagará un porcentaje mayor respecto del que gana 10. ¿Y cuáles son los efectos de este impuesto progresivo?
En primer lugar, es regresivo ya que lo sufre quien menos tiene. Debemos tener en claro que todos pagan impuestos, muy especialmente aquellos que nunca vieron una planilla fiscal quienes vía la disminución en sus salarios lo están pagando debido a la disminución en las inversiones como consecuencia del impuesto de marras. En segundo término, constituye un privilegio para los ricos ya que los que tienen mayores patrimonios se instalan en el vértice de la pirámide, mientras que a los que vienen ascendiendo trabajosamente desde la base se los expropia en grado creciente en sus ganancias, lo cual, a su turno, bloquea la movilidad social y crea una especie de sistema feudal. Tercero, el impuesto progresivo altera las asignaciones que libre y voluntariamente el consumidor venía realizando en los mercados. Con sus compras destinó tales y cuales ingresos a tales y cuales productores y resulta que el impuesto contradice sus votaciones, con lo que se desperdicia capital y, consecuentemente, bajan salarios.
Por último, es en verdad sorprendente que se insista en que debe aumentarse la producción y, simultáneamente, se instaura un castigo progresivo a quienes resultan más productivos. Lamentablemente en economía no hay magia posible. Las mayores inversiones obligan a que se incrementen salarios. Si miramos el mapa veremos que allí donde las tasas de capitalización son mayores, los salarios resultan mas elevados. Y, a su vez, las inversiones son posibles donde existen marcos jurídicos civilizados en cuanto al respeto a los derechos de propiedad, ya que nadie en su sano juicio produce para que lo manotee impunemente el vecino.
Hoy en día, para poder financiar la enorme succión estatal al fruto del trabajo, es común que el embrollo fiscal sea de tal magnitud, con dobles y, a veces, triples imposiciones que debe recurrirse a los "expertos fiscales", quienes, en un sistema razonable, se liberarían para dedicarse a actividades útiles.
Hay quienes, con la mejor de las intenciones y propósitos, condenan a los más necesitados a la miseria más tenebrosa a través de políticas desacertadas.