Por Alberto Benegas Lynch (h)
El País, Montevideo
A orillas del río Cefiso, en la Grecia clásica, vivía un forajido llamado Procusto. Según cuenta la leyenda, este malviviente asaltaba a los caminantes y los tendía en su cama para verificar si la víctima era o no más larga que su lecho. Si el cuerpo sobrepasaba el tamaño, les cortaba los pies y, si era más corto, los estiraba con unos horripilantes engranajes. Esa mitología ilustra a las mil maravillas la manía de la igualdad de muchas sociedades contemporáneas. En verdad, una de las cosas más atractivas de los seres humanos es que somos diferentes. Distintos desde el punto de visa anatómico, fisiológico, bioquímico y, sobre todo, psicológico.
Las mismas conversaciones serían espantosamente aburridas si fuéramos iguales. Imaginemos las grescas que ocurrirían, por ejemplo, si a todos los hombres nos gustara la misma mujer. La sociedad se desplomaría si todas las vocaciones fueran las de ser ingeniero y no habría médicos ni agricultores.
Si todos somos distintos y tenemos gran diversidad de talentos y capacidades, lo lógico es que las manifestaciones de esas diferencias den por resultado situaciones también diferentes. Desde el punto de vista patrimonial, es interesante que, en una sociedad abierta, las desigualdades resultan como consecuencia de la capacidad de servir a nuestros semejantes, ya sea como verduleros, vendedores de trajes o lo que fuera.
En muchos lares machaconamente se parlotea sobre la necesidad de eliminar o reducir dichas diferencias, sin percibir que son el resultado del plebiscito diario en el mercado, fruto de las votaciones de la gente. Nivelar ese resultado, además de contradecir las decisiones de la gente, produce dos efectos muy dañinos. Primero, nadie en su sano juicio producirá más arriba de la línea de nivelación, con lo que se contrae la oferta de bienes y servicios. Segundo, los que están ubicados bajo esa línea no se esforzarán en llegar a la misma puesto que esperarán que les entreguen recursos por la diferencia, la cual no les llegará porque, como queda dicho, nadie produjo más allá de la susodicha marca niveladora.
Por otra parte, existe una generalizada idea errónea respecto a la naturaleza de la riqueza. Para usar una expresión que proviene de la teoría de los juegos, se piensa que es un tema de suma cero. Es decir, lo que a uno le falta es debido a que otro tiene mucho. Esta manera estática y equivocada de mirar la riqueza no ve que la producción es susceptible de incrementarse. No se trata de ir pasando el mismo monto de unas manos a otras.
Comparemos la riqueza en el mundo del siglo XVI con la de hoy. El que tiene un automóvil no es debido a que otro anda en bicicleta. La creación de riqueza se debe a nuevos proyectos puestos en marcha por quienes demuestran habilidades para dar en la tecla con las necesidades de otros. Si el esfuerzo no logra la satisfacción de los deseos, la ruina espera a la vuelta de la esquina.
En verdad, lo importante es que todos puedan progresar, no las diferencias de ingresos. Más aun, en una sociedad abierta -no en una prebendaria- esas diferencias son la razón de la mejora de todos, puesto que los factores productivos operan en manos de quienes los hacen rendir más.
No pocas son las campañas electorales que ofrecen el triste y bochornoso espectáculo de candidatos que despotrican contra la riqueza bien habida, con lo que se estimula la fuga de capitales. Con esta política de la guillotina horizontal se nivela a todos en la pobreza.