Por Alberto Benegas Lynch (h)
El País, Montevideo
Una vez lanzado al ruedo, es de interés, con un poco más de tranquilidad y perspectiva, después de haber escuchado tanta pirotecnia verbal, analizar la nueva propuesta.
Se trata del Banco del Sur en base a un idea originada en Caracas y que ha tenido gran repercusión en diversos foros. Por de pronto, en los acalorados debates que tuvieron lugar en la última asamblea anual del BID y en la reciente reunión en Isla Margarita.
Primero conviene precisar el significado de un banco estatal. Es sabido que ha constituido una costumbre en las últimas décadas en América Latina. Pero si se tiene una mente abierta, hay que tener los reflejos suficientemente alertas para examinar y eventualmente incorporar nuevo oxígeno. Despejar las telarañas mentales es un ejercicio saludable. No por el hecho de haber adoptado un política durante muchos tiempo, se justifica seguir empeñado en mantenerla a cualquier costo. Con ese criterio no hubiéramos pasado del arco y la flecha.
Las intenciones de quienes en su momento establecieron la banca estatal, seguramente fueron las mejores. Pero, en economía, lo relevante son los resultados y no los buenos propósitos. Todo banco estatal, en el momento de su constitución, significa la asignación de los siempre escasos factores productivos, desde las áreas en las que la gente le estaba dando prioridad hacia el sector decidido por las estructuras políticas. Ningún gobernante pone recursos de su bolsillo (más bien los saca de otros). Y tengamos en cuenta que desperdiciar capital siempre afecta, de modo especial, los ingresos en términos reales de los más necesitados (quienes siempre pagan los platos rotos de toda política económica desacertada).
Se ha dicho que la banca estatal es para facilitar los negocios y abrir nuevas oportunidades. La antedicha facilitación consiste en que estas instituciones otorgan plazos mayores de reembolsos o una tasa de interés más reducida, o ambas cosas a la vez. Estas políticas significan aumentar el consumo de capital puesto que las diferencias en los plazos y tasas, inexorablemente las debe pagar la comunidad vía las cargas fiscales. No hay alquimias posibles en economía. No hay nada gratis.
En otras oportunidades se ha mantenido que la banca estatal "debe ser competitiva". Pero la competencia no es un simulacro. Para estar en competencia hay que hacer eso, con todos los rigores del mercado y fuera de la órbita de los resortes políticos. Es curioso que el origen de la izquierda haya sido tan noble cuando objetaba el poder absoluto en los prolegómenos de la Revolución Francesa y, con el tiempo, salvo honrosas excepciones, a la vuelta de cada esquina, pide más poder político y más botas que le dan sustento.
El banco estatal de marras, propuesto en Venezuela fue objetado con énfasis en la última asamblea del BID, entre otros, por el ex canciller mexicano y el actual ministro de hacienda colombiano alegando que se trata de un proyecto personalista que en nada beneficia a los países que se piensa involucrar. En Isla Margarita también hubo serias objeciones (hay una relación directa entre el discurso sobre la pobreza y los lugares paradisíacos en los que se reúnen los burócratas).
En cambio, los defensores de la idea, sostuvieron que el Banco del Sur serviría, además de las ya comentadas "facilidades", como calificadora de riesgo (sic), sin percatarse del enorme riesgo que significa esta proyectada institución.
Las intenciones de quienes establecieron la banca estatal, fueron las mejores. Pero en economía lo relevante son los resultados y no los buenos propósitos