La Nación, Santiago
San Pedro Sula, Honduras - El regreso obligado de emigrantes que un día con ilusiones emprendieron el viaje hacia el norte se está convirtiendo en una tarea diaria en el aeropuerto de Tegucigalpa, donde aterrizan los aviones fletados para devolver a los compatriotas.
Las cifras son más que reveladoras. Son más de 14 mil los hondureños que han sido deportados desde suelo estadounidense, con lo cual, a fines de este año, se estima que la cifra superará los 28 mil. A esos que ingresan al país por vía aérea, se deben sumar los miles que interceptan en el camino las autoridades de Guatemala o de México y que por tierra son enviados hacia Honduras, donde se vuelve a reiniciar la marcha hacia el sueño que para miles se transforma en pesadilla o tragedia.
Según las estadísticas proporcionadas por el Foro Nacional para las Migraciones de Honduras (Fonamih), cada veinticuatro horas 508 hondureños, la mayoría jóvenes, abandonan el país y comienzan una aventura en la cual los riesgos, los peligros y la inseguridad de alcanzar la meta final convierten el éxodo en una muestra más de las desgracias que carga el pobre.
El flujo migratorio se ha convertido en un reto mundial para los emigrantes y las naciones receptoras, cuyas fronteras seguirán asediadas por altos que sean los muros o por grande que sea el despliegue de naves en el océano. Se hará más difícil la ruta o con mayores riesgos la travesía, pero el remedio es el desarrollo, la prosperidad, las fuentes de trabajo, la calidad de vida y el clima de seguridad y convivencia en las naciones subdesarrolladas.
En los últimos meses, ante las continuas redadas y los peligros en la ruta, centenares de hondureños “saltaron el charco” y llegaron a España como turistas. El ingreso se convirtió en oportunidad para poder trabajar, al margen de la ley. Pero las regulaciones destinadas a ingresar en la madre patria se han endurecido y aunque los hondureños todavía no necesitan visa para realizar un viaje turístico, no tardaremos mucho en ser incluidos en la lista de los países hispanoamericanos cuyos ciudadanos han de acudir a la misión diplomática hispana para obtener un permiso de ingreso.
En este panorama internacional antiinmigrante, hemos escuchado los presagios de los funcionarios de la política monetaria al referirse a los envíos de los emigrantes, en dólares y en euros. El temor es que disminuya la cantidad de remesas y el vacío no puede ser sustituido por el aparato productivo nacional. Las reservas proporcionaron capacidad de consumo, pero ahora faltan fuentes de producción y oportunidades de empleo.
El flujo migratorio es una sangría permanente que las naciones industrializadas debieran ayudar a detener combatiendo la pobreza con efectividad y dando oportunidades en el mercado mundial para que el desarrollo económico se refleje en el mejoramiento de la calidad de vida en los países en vía de desarrollo.