Por Alberto Benegas Lynch (H)
El País, Montevideo
Con cada nacimiento aparece una persona única e irrepetible: vocaciones, talentos y nuevas perspectivas se incorporan al cosmos. Cultivar la individualidad y actualizar las potencialidades en busca del bien, enriquece a todos. Por el contrario, la masificación, la colectivización y la unificación amputan valiosas contribuciones y convierten a la sociedad en una pestilente masa amorfa que de tanto hacer y decir lo que hacen y dicen los demás, el hombre se pierde a sí mismo, al tiempo que se hunde en recurrentes crisis de identidad.
Ortega resume bien el punto cuando dice que "Ahora, por lo visto vuelven muchos hombres a sentir nostalgia del rebaño. Se entregan con pasión a lo que en ellos había aún de oveja. Quieren marchar por la vida bien juntos, en ruta colectiva, lana contra lana y con la cabeza gacha. Por eso, en muchos pueblos andan buscando un pastor y un mastín".
Un pastor y un mastín es el implacable resultado de la prepotencia socialista que todo lo impone desde el poder. Esto es lo que describe con admirable destreza la producción cinematográfica alemana titulada "La vida de los otros", escrita y dirigida por Florian Henckel von Donnensmarck, que, además de todos los premios recibidos, en este mes de junio se acaba de anunciar que recibirá otro este año.
Admira comprobar el arte desplegado en el que a través de una trama circunscripta a una situación específica se ilustra con potencia singular todo el sistema totalitario. En el caso que nos ocupa, el film se refiere a la llamada República Democrática Alemana, es decir, a la ex Alemania Oriental que, como es sabido, no era ni republicana ni democrática.
Allí está representado el gran hermano orwelliano a las mil maravillas. La policía secreta -la Stasi- manejaba y manipulaba los entretelones y los actos más insignificantes de los súbditos. El clima es asfixiante, sórdido y embrutecedor hasta que se derrumba el muro de la vergüenza, aquel que Borges describió como "la infamia vestida de gris".
Tan férrea era la mordaza para el alma que las tasas de suicidios llegaron a proporciones inauditas en ese "paraíso socialista", lo cual, en "La vida de los otros" se ilustra con el caso patético de un director de teatro que no puede absorber el ser títere de los sicarios del sistema. La caza implacable de toda manifestación de libertad de pensamiento queda estampada en la mente del espectador como una marca difícil de borrar.
El libre albedrío que caracteriza al ser humano, es abatido, triturado y deglutido con saña por el aparato estatal. El poder omnímodo y la represión usada contra quienes se atreven a disentir con los mandones de turno, se hace en nombre de los pobres de este mundo. Se hace para fabricar el "hombre nuevo" según los los ingenieros sociales instalados en el poder. Es inexplicable que algunos insistan en el socialismo y el nacional-socialismo, después de los severos padecimientos que han infringido a la humanidad.
No son pocos los que porfían en que el aparato de la fuerza debe entrometerse en aspectos de la vida privada, sin percibir las nefastas consecuencias a que conduce esta política insolente. Por esto es que sabiamente Alexis de Tocqueville escribía que "Se olvida que en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar una sin poseer la otra".