Por Bernadette Califano
Revista Noticias
Vida cotidiana. A pesar del desabastecimiento, las largas colas y la censura, la imagen del "Che" sigue siendo un emblema revolucionario. Aquí se queda la clara, la entrañable transparencia, de tu querida presencia…", se oye suave al ingresar a la feria artesanal de Varadero. A la entrada, un enorme cartel recuerda a cinco revolucionarios. "¿Quiénes son?", le pregunto al cubano que me ofrece habanos susurrando un indescifrable italiano. "Los cinco héroes", se limita a contestar, casi mecánicamente, y sin mayores explicaciones se aleja ante mi negativa de concretar la transacción. Se trata de los cinco integrantes de la "Operación Avispa ", presos desde hace nueve años en los Estados Unidos, acusados de conspiradores. Será un cartel que se repetirá en cada pueblo, en cada escuela, en cada camino y en cada edificio público de Cuba.
Remeras, gorras, boinas, banderas con la imagen del "Che" aparecen cubriendo la mayoría de los negocios a medida que uno se interna en los corredores. Pienso en los "trapos" que se despliegan en los estadios argentinos con su rostro, en el turista holandés que lo llevaba esta mañana sobre su torso mientras caminaba por la blanca arena, en los símbolos rengos de significado. El hartazgo es visual y sígnico. Pienso en la ubicuidad icónica, en Voloshinov y los signos multiacentuados, en la cantidad de significantes flotantes pasibles de ser llenados, y me pregunto si el exceso de contenido(s) no puede terminar vaciándolos. Pienso en Guevara hoy, conmigo, en esta feria, me dice que llame a los bolivianos, que les avise donde está, que se acabó, que hace mucho tiempo que se tendría que haber acabado.
Me detengo en un puesto de cuadros que ilustran la Habana Vieja. Telas de diversos tamaños, llenas de colores, reproducen la actual "Bodeguita del Medio". Se mezclan con otras, en blanco y negro o sepia, que la imaginan detenida en el tiempo. Le pregunto al puestero si él es el pintor. Asiente a medias, pinta junto con una comunidad de artistas, aclara. Agradezco. Sigo caminando. La misma imagen, similares colores e idénticos precios se repiten en un segundo y tercer negocio. Otro tanto sucede con las respuestas: "Algunos sí, no todos. Una comunidad de artistas". Siento el "déjà vu". Me parece un discurso que viene "de arriba". ¿Estaré sugestionada?
Soy terca y llego al puesto número 4: un hombre morocho, rostro lleno de lunares, edad indescifrable entre los 30 y los 50, cubre una tela blanca con trazos naranjas de fino pincel. Pinta un árbol sobre la playa, desde un modelo imaginario. Él es el artista, no lo dudo, por lo que modifico mi pregunta: "¿Ustedes fijan los precios o lo hace el Estado?" Con gran amabilidad me contesta que los colocan ellos, aunque hay puestos que son estatales. Inquiero una segunda vez, contenta de que alguien no esquive mis curiosidades, acerca de los impuestos que los ciudadanos cubanos deben pagar para tener un puesto allí: $190 pesos cubanos convertibles (CUC) mensuales, cifra que me resulta elevada (1 CUC equivale aproximadamente a 1,20 dólares), sobre todo para los meses de temporada baja. Intuyo que mi interlocutor los consigue, luce medias Nike y zapatillas Puma que llaman la atención de un joven alto y rubio que se detiene a preguntarle dónde se consiguen.
Un sueldo cubano promedio de un empleado estatal ronda los 300 pesos cubanos. Si 1 CUC equivale a 24 pesos cubanos no convertibles, un ciudadano común gana mensualmente alrededor de12,50 CUC, es decir, 15 dólares. Ahora bien, a diferencia de cualquier otro lugar en el mundo, los cubanos cubren sus necesidades básicas por 20 pesos cubanos al mes. Con esta suma adquieren los elementos de la llamada "cartilla de racionamiento", que contiene artículos tales como arroz, frijoles, aceite, leche, chocolate, pasta dental y detergente, entre otros.
Esto me lleva a cuestionar las críticas hacia el régimen que comienza a deslizar lentamente el pintor, pues el hecho de que todos se alimenten no es una cuestión menor en el marco de un contexto latinoamericano signado por importantes índices de mortalidad y desnutrición infantil. Pero mi interlocutor me frena tajante: "¿Y qué pasa con las proteínas? ¿Dónde está la carne en esa alimentación?"
La cartilla se encuentra lejos de agotar las provisiones requeridas. Las frutas y las verduras pueden adquirirse en "mercados agropecuarios" en pesos cubanos, pero el resto debe comprarse en "supermercados", donde consumen por igual turistas europeos y ciudadanos nacionales en pesos convertibles.
La circulación de la doble moneda ha traído aparejada una gran diferencia social entre quienes tienen acceso a ella y quienes no. Las altas tributaciones que deben pagar los comerciantes y el personal vinculado al turismo que cobran en CUC apunta a nivelar esas desigualdades para así redistribuirlas entre toda la población. Pero, tras la caída de la URSS y la crisis que sobrevino en los noventa, parece haberse abierto una grieta social que crece de forma imparable y que nunca más podrá cerrarse. "Yo sé que para muchos cubanos soy lo que ellos llaman la nueva pequeña burguesía", me cuenta el pintor, que se llama Reiner, tiene 37 años y una hija de un año y medio. Durante mucho tiempo no quiso tener un hijo para no traerlo a un país donde "te cortan las alas", como él lo describe.
Aun siendo un "privilegiado", Reiner se desespera por transmitirme los matices oscuros de la Revolución que "afuera" desconocemos. Señala muchas veces durante la charla que todo, hasta el más ínfimo de los detalles, es más complicado de lo que se ve. "¿Ves este frasco?", me dice mientras saca desde un armario oculto una botella verde con un líquido blanco en su interior. "Es pegamento. Si yo quiero adquirirlo en un negocio, no puedo. ¿Por qué? Porque no lo venden. Pero yo lo necesito para trabajar. Entonces lo compro clandestinamente a un amigo que tiene un amigo que trabaja en la papelera estatal y lo toma de allí."
El escamoteo, la táctica por excelencia del débil. Imagino a Michel de Certeau haciendo trabajo de campo en Cuba. Es el país del escamoteo, "pese a las medidas tomadas para reprimirlo o esconderlo, el escamoteo se infiltra y gana", dice el teórico francés. La mayoría –por no decir todos– de los elementos que circulan socialmente, desde papas hasta teléfonos celulares, pasando por el ron, la televisión por cable, el maquillaje femenino y la ropa, lo hace de manera ilegal. Ya sea porque es imposible materialmente para un cubano adquirir un habano que cuesta 10 CUC, ya sea porque simplemente, como explica Reiner, no existe. O mejor dicho, sí existe pero no está a la venta. "Si yo como naranjas, es porque hay naranjas, entonces que no me vengan a decir qué es o no lo necesario para mi alimentación. El problema es que todos vivimos del Estado y el Estado vive de endeudarse. Y a nadie se le ocurre tener una huerta en su casa. Hay un 60 por ciento de tierras cultivables totalmente improductivas," se despacha terminante.
Su puesto se llena de gente y no quiero arruinarle ninguna venta, por lo que le sugiero que atienda. Me pide que por favor vuelva, "me interesa la conversación".
El hombre FBI. Doy una vuelta por la feria tratando de digerir todo lo que me ha contado. Dejo de mirar cuadros, sin lugar a dudas compraré alguno suyo. Pregunto por el precio de una libreta con tapa de cuero. Tanto. Agradezco. "Espere, ¿cuántas va a llevar?". "Una", contesto, mientras hago esfuerzos por imaginar turistas comprando al por mayor. Baja el precio. Pienso que es un mal mes para los feriantes y sus impuestos no se alteran fuera de temporada. La llevo.
Doy otra vuelta. Camino despacio. "Vienes quemando la brisa, con soles de primavera, para plantar la bandera…", tarareo. Me pierdo. Imanes, arte en madera, souvenirs. Veo a Reiner. Ha vuelto a pintar. Me acerco. Sonríe. Deja su pincel, se levanta y camina hacia adentro de su puesto. Entiendo que el pasillo no es un lugar seguro para continuar nuestra charla. En efecto, varias veces se acercarán sus vecinos a susurrarle algo al oído. "Es ilegal que yo hable contigo, pero a mí no me importa, no tengo miedo", me dice. "¿Y no tenés problemas en usar esa remera?", inquiero señalando la sigla FBI que destaca en letras amarillas sobre fondo azul en su pecho. "No, porque esto significa que soy una persona Fuerte, Buena e Inteligente", sonríe, entre pícaro y desafiante.
Sin que pregunte nada prosigue con su relato, como si quisiera quitarse de encima palabras y vivencias que lo ahogan. "Como te decía, hay elementos que no llegan legalmente a la gente honesta, y el mayor problema es que nadie se lo cuestiona, ¿me copias? Las mujeres piden cremas a los turistas, pero son pacotillas. No hay que pedir. Yo hablo con mis compañeros, expreso mi opinión en las asambleas, pero todo queda ahí, en la nada, y cada uno sigue con su vida. Si tú necesitas un teléfono por ejemplo, no puedes acceder así como así, tienes que tener méritos, es decir, participar activamente en los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), haber cumplido con determinadas tareas, haber actuado en alguna misión extranjera…. Por eso te digo que es complicado, hay matices, todos somos iguales pero con más o menos méritos", se explaya el hombre que aclara que el único compromiso social que él siente tener es con su familia.
Deseo indagar acerca de los matices positivos, aquellos que se esconden detrás de las pinceladas que Reiner traza para mí, pues no puedo encontrar otra explicación para un régimen que se sostiene desde hace casi cincuenta años. "Es cierto, en la época de Batista la hemos pasado muy mal. Ahora piensa: no teníamos ni una migaja de pan y de pronto llega alguien que te regala un cuarto de libra. ¿Tú que haces? Agradeces, claro".
La economía cubana es la "economía de la dádiva": el Estado generoso que agasaja y propina satisfacción de necesidades, mientras determina cuáles son las necesidades. Esto, sumado al adoctrinamiento, que se ejerce sobre los niños desde pequeños en la escuela, y diariamente desde los medios de comunicación y la propaganda por doquier, sería la causa de su sostenimiento, según mi interlocutor.
Pienso que hay algo más. Pienso en la alegría, en la amabilidad, en la solidaridad de los cubanos. Pienso en la economía subterránea, en todo aquello que "no se ve", en los trueques, en las mil maneras de valerse de las que hablaba de Certeau, en las "jugadas" en el campo del otro, en las travesías no prescriptas, en los sueños, en el mar, en los familiares de la otra orilla, en el buen humor.
Hay imágenes que ni la mejor de las cámaras logra captar. Me acerco a la playa de los cubanos, la no turística, la de la provincia de Matanzas. No hay reposeras, no hay palmeras de postal. El viento, más fuerte que el habitual, genera amplias olas en un mar otrora calmo. Un viejo muy flaco y muy alto, indiferente a la fría brisa y a los nubarrones, camina empapado hacia mí. Lleva un slip violeta brillante sobre su largo cuerpo lampiño y una botella de "Bucanero" en su mano. Lo cruzo en mi camino hacia el mar. Cuando vuelvo, veo que su paso descalzo se ha detenido sobre las rocas que conducen hacia la calle. Me espera. "¿Está fría el agua?", me pregunta cuando lo alcanzo, clavando su mirada transparente en mis ojos. Sonrío y le contesto que no me he metido, mientras él gotea sobre una piedra. Me dice que el agua está muy fría, muy fría. Levanta su cerveza en señal de brindis y bebe un sorbo. Caminamos unos pasos juntos y luego se despide amablemente mientras ingresa a su casa, la segunda desde la playa.
El abogado del diablo. "¿Has visto la película ‘El abogado del diablo’? Bueno, es así, el Estado nos recuerda todos los días aquello que nos da, y luego nos lo cobra muy caro", los ojos de Reiner se iluminan, en una mezcla de tristeza y alegría, por saberse conocedor de un filme que le permite hallar la metáfora justa.
El acceso a la educación y la salud es gratuito para todos los cubanos. Si bien no corren los dobles apellidos a la hora de necesitar una tomografía computada, Reiner, médico de profesión, me explica que, como en cualquier otra parte del mundo, siempre están quienes consiguen antes los turnos en los hospitales.
En lo que se refiere a la educación, es gratuita y obligatoria hasta los quince años. Una vez concluida la enseñanza media, los jóvenes pueden continuar sus estudios terciarios o universitarios, eligiendo la carrera que deseen según las "necesidades" de profesionales para el régimen. Con el título en mano, Reiner quiso viajar y no se lo permitieron. Debía servir como médico durante cinco años al Estado, como una forma de retribuir los conocimientos adquiridos. Luego descubrió que su verdadera vocación era el arte. Y esperó prudentemente hasta que logró convertirse en artista. Fue invitado a una bienal en España. No consiguió el permiso para asistir. Al igual que en el caso de la salud, las restricciones no son para todos los artistas. Intuyo que los "méritos" (entre miles de comillas) son el capital simbólico en disputa también en este campo.
"Imagina por ejemplo que tú tienes pasión por la escritura o el periodismo, y constantemente hay alguien que te está cortando las alas… bueno, yo tengo pasión por la pintura, esto es lo que amo." Las metáforas y las comparaciones lo entusiasman, y se anima a contarme que ha leído Rebelión en la granja, de George Orwell, libro prohibido en la isla, que consiguió gracias a sus "amigos". "Es eso, Cuba es la granja orwelliana", me susurra exultante, con esa satisfacción que sólo puede brindarnos el haber llegado al final de una novela que parece escrita especialmente para uno. Es clara la analogía, todos los animales son iguales pero algunos son más iguales que otros.
Las censura. Pienso en la cantidad de lecturas a las que no acceden, pienso en mi biblioteca, en los libros que no traje, en las horas que dispenso transitando librerías porteñas versus el hartazgo que me produce la imagen repetida de libros, diarios y biografías del "Che" en español, inglés, italiano, alemán… Recorro las librerías cubanas y se me hace un nudo en la garganta: muchos de los ejemplares han pasado por la Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado. Me ofrecen uno nuevo, "Tiene la historia de la Revolución y también del Che", me dice la vendedora, se llama "Cien horas con Fidel" y en la segunda hoja aclara que "incluye varias de las preguntas hechas por Ignacio Ramonet para la edición francesa". Pregunto su precio. Cuadriplica el de Fidel Castro. Biografía a dos voces que consigo en Buenos Aires y que incluye todas las preguntas hechas por Ramonet.
Quiero indagar acerca del futuro. Reiner sigue hablando de los matices, del celular que adquirió y que cuida porque cualquier rotura lo volvería desechable, de un Estado improductivo que sobrevivió añares gracias a la Unión Soviética, de una crisis económica y una situación de hambre sin parangón tras su caída, de préstamos y pagarés impagables. ¿Hasta cuándo? De un régimen perfectamente diseñado para perdurar, de diarios que nada dicen, de policías que todo vigilan. ¿Hasta cuándo? De un contrarrevolucionario que aparece en un diario de Miami, de compañeros que no se dan cuenta.
Sé que no tiene respuesta a mi pregunta. Sé que nadie tiene la respuesta. Pero la puerta está abierta, muy abierta. Le digo que compraré uno de sus cuadros, La Bodeguita en sepia, esa de todos los matices en beige, para recordarlo. Se niega firmemente. No acepta mi dinero. Quiere obsequiarme el cuadro. Porque lo escuché, dice, porque no siempre tiene la oportunidad de encontrar a alguien dispuesto a escuchar, porque tiene tanto para contar que podríamos hablar hasta la madrugada, porque hay cuestiones que son pacotillas y hay de las otras…
Deseo insistir en la compra pero no puedo. Sus palabras me enmudecen. Recuerdo a Walsh, sus escuetas líneas: "Un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso", su silencio. Su desilusión, la mía.
Me marcho, triste y contenta, como la mirada de Reiner, como la no elegía de Silvio, como la melodía que acompaña mis pasos, "Seguiremos adelante, como junto a ti seguimos, y con Fidel te decimos: hasta siempre Comandante…", que no ha dejado ni por un instante de repetirse, para la alegría de los feriantes.
El autor es docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires ( UBA)