Por Ahmed Rashid
Siglo XXI
Mi amigo Kian Tajbakhsh está encarcelado en Irán por ser un intelectual. No ha tenido acceso a un abogado ni visitas, desde que lo encarcelaron por espionaje y por socavar al Estado. En resumen: actualmente, en Irán los intelectuales son los nuevos terroristas.
Como en la Alemania de Hitler y la Rusia de Stalin, los proveedores de ideas, información y emociones son los enemigos del presidente Mahmoud Ahmadinejad, especialmente si tales personas trabajan para una organización extranjera. Y gracias a Irán, esa tendencia prolifera en todo el mundo musulmán.
Tajbakhsh, un académico, científico social y planificador urbano respetado a nivel internacional y ciudadano, al mismo tiempo, de Irán y de Estados Unidos, ha languidecido desde el 11 de mayo en la cárcel de Evin en Teherán, célebre por los casos documentados de tortura y abusos contra los presos.
Me quedé impresionado la semana pasada cuando lo vi en la televisión iraní. Pálido y demacrado, haciendo una confesión falsa que habría hecho sonrojar a los fiscales soviéticos. De hablar suave, maneras amables, y con un magnífico sentido del humor, Tajbakhsh es representado por el gobierno iraní como un lobo hambriento y dispuesto a devorar al régimen.
Tajbakhsh fue arrestado junto a otros intelectuales iraní-estadounidenses, incluyendo a Haleh Esfandiari del Centro Internacional Woodrow Wilson para Académicos, con sede en Washington. Esfandiari es una abuela de 67 años, la edad adecuada para dedicarse a socavar a Irán. A su abogado, el Premio Nobel de la Paz Shirin Ebadi, se le ha negado la autorización para verla. Mientras tanto, a la periodista Parnaz Azima no se le permite salir de Irán.
Como intelectual, Tajbakhsh no puede esperar a que las celebridades del mundo rueguen al gobierno de Irán que lo libere. En cambio, ha recibido apoyo de los 3,400 miembros del PEN American Center, la organización de escritores que lucha por la libertad de expresión. Los 14 mil miembros de la American Sociological Association también han pedido su liberación.
Uno creería que el historial de Tajbakhsh en Irán excluiría la posibilidad de una acusación por traición. Ha sido consultor en planeación urbana de varios ministros iraníes y ayudó al gobierno en los importantes proyectos de reconstrucción, después de que un terremoto destruyó la antigua ciudad de Bam, en 2003. En 2006 concluyó un estudio de tres años sobre el gobierno local en Irán, que difícilmente es el material para la insurrección y el cambio de régimen.
Lo que hace que su encarcelación sea realmente lamentable es que Irán presume de ser una de las civilizaciones más antiguas del mundo. Los persas se mezclaron fácilmente con los egipcios, griegos y romanos y transmitieron sus habilidades, descubrimientos y arte de gobernar a Occidente. La imagen de los persas mostrada en la reciente película 300 es sencillamente falsa. Además, los iraníes islámicos siempre han respetado su civilización preislámica. Por ello, los revolucionarios islámicos de 1979 insistieron en preservar los templos de fuego zoroástricos. En su etapa musulmana, Irán ha ostentado algunos de los grandes poetas, escritores y científicos del mundo. Nada de esto hubiera sido posible si los antiguos gobernantes musulmanes de Irán no hubieran permitido la libertad académica, el intercambio de ideas y la libre expresión, algo que hace falta urgentemente en la República Islámica actual.
Otros gobernantes autocráticos en el mundo musulmán están tomando el ejemplo de Irán, y tratan con mano dura a los intelectuales, periodistas, abogados, activistas de los derechos de las mujeres o casi a cualquiera que tenga ideas y quiera compartirlas con otros. Para esos gobernantes, los intelectuales son los nuevos terroristas globales que bombardean a sus regímenes con intelectualismo. Y mi amigo Kian Tajbakhsh —solo, en su celda en la cárcel de Evin, preguntándose qué crimen cometió— es el rostro de esta nueva forma de represión.
Ahmed Rashid es autor de los libros Talibán y Jihad.
© Project Syndicate, 2007.