Por Helen Aguirre Ferré
Diario Las Americas
(Puede verse también Poco y nada ha cambiado en Cuba sin Fidel)
Es curioso que Raúl Castro quiera dialogar con la próxima administación norteamericana antes de dialogar con el propio pueblo cubano. Hay que esperar al próximo gobierno estadounidense porque los hermanos Castro nunca sueltan el poder. Esas elecciones libres y democráticas son lujos del extranjero.
No tendría que esperar los resultados de esos comicios del 2008 para llegar a esa cita que dice desear si dejara libres a los presos políticos y permitiera elecciones libres en Cuba.
Sus críticas a las obvias deficiencias del sistema que fomenta por más de cincuenta años son insuficientes para convencer al mundo de que realmente quiere un cambio. Lo que el lider provisional quiere es comprar tiempo para llegar a una solución en donde se salve de un posible atropello popular o de ser desplazado por otro con mayor fuerza.
Catalogado por muchos como líder mediocre, particularmente en comparación con Fidel, a Raúl se le sigue conociendo como “Castro Light”. Su hermano, o la imagen suya, sigue mandando desde las sombras.Tan es así que el venezolano Hugo Chávez se declara el heredero de la revolución cubana.
¡Y qué revolución! Los cubanos todavía tienen la comida racionada y constantemente le hacen frente a través del mercado negro a las necesidades básicas alimenticias como la carne. Los salarios fluctúan entre los $12 y $24 al mes, dependiendo del oficio. Al contrario de la realidad mundial, el profesional gana menos que uno que trabaja clandestinamente en el sector de servicios y turismo. Culpan a los lecheros por no producir más leche como si fuera culpa del campesino que las vacas no sean marxistas. Y encima de todo, Cuba se ha convertido en país multi importador de comidas y su principal proveedor son los Estados Unidos. Irónico, ¿no?
Mientras Raúl sigue jugando con las expectativas de una nueva administración en Washington al igual que hizo su hermano enfermo, la mayoría del congreso norteamericano ha entendido perfectamente que el mayor obstáculo a la normalización de relaciones entre los dos gobiernos es la inflexibilidad de los castristas con los derechos humanos. Solo dos ejemplos explican este punto.
Hace pocos meses, el congresista José Serrano, Demócrata de Nueva York, quien por años ha estado tratando de acercarse al gobierno cubano, quiso colar un proyecto de ley en que trataba de levantar las restricciones de los viajes a Cuba, escondiendo esa provision en la Ley de Apropiaciones de Servicios Financieros del 2008 en el subcomité de apropriaciones de la Camara de Representantes. Pero el veterano no contó con la energía y persuasión de la dinámica congresista Debbie Wasserman-Schultz, Demócrata del sur de la Florida, quien logró obtener los votos en contra basándose en el hecho de la sistemática violación de los derechos humanos en Cuba. Wasserman-Schutlz obtuvo el apoyo del también Demócrata Adam B. Schiff de California. Serrano, un pragmático en el congreso norteamericano abandonó el proyecto.
Este viernes pasado, el Representante Charles Rangel, Demócrata de Nueva York, trató de eliminar las restricciones de las ventas de comidas al gobierno de Cuba que exigen el pago por adelantado y permitiría la transacciones bancarias directas entre ambos países facilitando aún más las ventas agrícolas y eventualmente mayores suministros. Fue derrotado 245-182. La victoria se debió al convencimiento bipartidista de que el respeto por los derechos humanos así como la seguridad nacional son una prioridad.
Quizás Raúl Castro trató de evitar esa derrota insinuando el cambio sin cambiar nada. Es como sugiere Norberto Fuentes en el diario ABC de Madrid: Raúl Castro es la continuidad con otro estilo.