Por Carlos Rodríguez Braun
ABC
Cuando los precios y la actividad bajan, y se extienden las alarmas, suelen arreciar dos características de las autoridades y los medios a la hora de abordar los asuntos económicos: el abuso de metáforas y la confusión de responsabilidades. Tituló El País: «El BCE se moviliza ante el contagio de la crisis hipotecaria de EE.UU. (...) inyecta 95.000 millones a la zona euro, cantidad récord». Algo parecido hizo la Fed, y el editorialista dijo: «no se va a permitir una crisis financiera causada por la falta de liquidez».
Todas las metáforas en economía son falsas -incluidas, ¡ay!, las liberales: no existe ninguna «mano invisible»- porque transmiten la idea de que los fenómenos económicos y financieros son menos complejos de lo que en realidad son. Así, pensar que los mercados son cuerpos o motores o aviones invita a concluir que todo va bien si contamos con médicos, mecánicos o pilotos suficientemente diestros.
La complejidad de la economía queda revelada en las consecuencias que genera la intervención política en ella. Por ejemplo, si los bancos centrales, como escribió ayer Gerry O´Driscoll en el Wall Street Journal, avisan de que incrementarán la oferta monetaria para satisfacer cualquier demanda extraordinaria, el resultado no es resolver los problemas sino complicarlos aún más, como los han complicado los años de tipos de interés bajos, que han conducido a una mala asignación de las inversiones, bajo la responsabilidad de los bancos centrales de todo el mundo.
Si se sigue lo que O´Driscoll denomina la «Doctrina Greenspan» entra en acción el llamado riesgo moral: si las autoridades monetarias se comprometen a mitigar las consecuencias de la exuberancia irracional de los mercados, entonces lo racional en los mercados es ser exuberante.
Si todo fuera tan fácil, si todo se resumiera en inyecciones para evitar contagios, si se pudieran prohibir las crisis, estaríamos tranquilos, en especial cuando la economía crece, los fundamentos son robustos y las Bolsas no están caras.