Por Enrique de Diego
Diario de América
(Puede ver aquí la primera, segunda y tercera parte de este trabajo)
El historial criminal del partido comunista chino no termina con Mao. Hoy, en día, mientras los gobiernos y las opiniones públicas occidentales miran para otro lado, los derechos humanos siguen siendo pisoteados, de manera habitual y cruel por el Gobierno comunista en China, por el partido único.
Hay en torno a China una ceguera colectiva, una conjura de silencio, que continúa la que se mantuvo hacia la antigua Unión Soviética y hacia todos los regímenes comunistas, que perpetraron genocidios, con muy pocas veces de denuncia. La participación del partido comunista chino, como mentor, fue clave en el genocidio camboyano perpetrado por Pol Pot. En ese genocidio, además, murieron asesinados más de doscientos mil camboyanos de origen chino.
En el presente, que se sepa, ninguno o casi ningún grupo ecologista está denunciando que más del 75% de los 50.000 kilómetros que recorren los ríos de China son inhabitables para los peces. Más de un tercio de las aguas subterráneas están contaminadas desde hace ya una década.
El partido comunista chino ha cambiado en algún sentido, pues en su origen asesinaba a los capitalistas y ahora los admite en su seno. Pero de ese proceso no se ha eliminado ni la mentira, ni el asesinato, ni la exclusión. Hoy en día, el 80% de la población, sobre todo en las zonas rurales, vive en la más estricta pobreza.
El 4 de junio de 1989 el ejército chino, por orden del partido comunista, masacró a más de doscientos mil estudiantes. Cuando dio la orden de disparar a matar, Deng Xiao Ping indicó: “doscientos mil muertos por veinte años de estabilidad”. La mentalidad estricta de un criminal, de un psicópata. Los tanques pasaron por encima de las carnes frágiles de los estudiantes chinos.
En 1999, Jiang Zeming ordenó la persecución de los seguidores de Faloun Gong. En principio, nada hacía presagiar que la represión se cebara sobre quienes se adhieren a los principios de ‘verdad, benevolencia y tolerancia’ y recuperaban una práctica china tradicional de qigong para refinar el cuerpo, la mente y el carácter moral. El hecho de que tales ejercicios se desarrollaran en zonas públicas debió excitar el celo criminal del partido comunista, que hubo de percibirles como un competidor, con muchos más adeptos que el propio partido.
Jian Zeming exigió que se arruinara a los seguidores de Faloun Gong y se les pusieron multas astronómicas. Con criterios de responsabilidad colectiva, se penalizó a quienes trabajan junto a algún seguidor de dicho movimiento religioso si no lo habían denunciado antes. Quienes se adherían a Faloun Gong fueron expulsados de sus puestos de trabajo. El decreto de exterminio implicaba la detención, el ingreso en hospitales psiquiátricos, la reclusión en campos de trabajo (de los que existen 36 en la actual China), la tortura y el asesinato. Decenas de miles de ellos han sido asesinados en los últimos años, y aún la persecución continúa. Consta que seguidores de Faloung Gong han sido utilizados para extraerles los órganos y para venderlos a adinerados occidentales.
La persecución religiosa ha sido una constante del partido comunista chino y aún hoy en día es muy fuerte. Más de diez mil clérigos cristianos han sufrido martirio a manos de los comunistas chinos, y más de sesenta mil fueron enviados a los campos de trabajos forzados.
El próximo año tendrán lugar en Pekín los Juegos Olímpicos con los que la tiranía china trata de dotarse de legitimidad internacional y mejorar su imagen. Cuentan para ello con las mentiras de su propaganda y con la demostrada capacidad occidental para mirar hacia otro lado. Ninguna consideración económica, ni de ningún otro tipo, puede justificar que no hagamos todo lo posible porque en China se respeten los derechos humanos y los chinos puedan elegir libremente a sus gobernantes.
Sólo sin el partido comunista chino habrá una nueva China en el concierto de naciones de ciudadanos libres. Sólo sin el partido comunista chino esa nación podrá abrigar esperanzas sobre su futuro. Sin el partido comunista chino, el pueblo recto y de buen corazón de China podrá reconstruir su magnífica historia milenaria.