Por Enrique de Diego
Diario de América
(Puede ver aquí la primera y segunda parte de este trabajo)
Dentro de la secta mayor de asesinos que ha conocido la Humanidad, el comunismo, Mao ha sido, junto con Stalin, el más sádico. Bajo su dirección, el partido comunista chino creó el sistema de terrorismo de Estado más fuerte y despiadado, mediante la violencia, la mentira y, por supuesto, la censura de la información. Siempre sintió una querencia compulsiva hacia el asesinato en masa. Así, en un documento, se lamentó de que “todavía existen muchos lugares donde la gente se siente intimidada y no se anima a matar a los reaccionarios abiertamente y en gran escala”. En 1951, una directriz del partido comunista chino ordenaba “ejecutar de inmediato” a quienes “difundieran rumores”.
Hay numerosas anécdotas que ejemplifican su sadismo. El 18 de agosto de 1966, Mao Zedong se reunió con los representantes de los Guardias Rojos en la torre de la Plaza de Tinanmen. Song Binbin, hija del líder comunista Song Renqiong, le puso a Mao la manga emblema de los Guardias Rojos. Cuando Mao se enteró del significado del nombre de Song Binbin, ‘amable y cortés’, dijo: ‘Necesitamos más violencia?. Song se cambió el nombre por el Song Yaowu, ‘deseo de violencia’”. A Liu Shaoqi, un expresidente chino, que había sido el número dos de Mao, el día que cumplía los 70 años, la guardia personal de Mao le llevó un regalo, una radio, para que escuchara el informe oficial de la Octava Sesión Plenaria del Comité Central número doce, que decía lo siguiente: “Se recomienda la expulsión permanente del Partido del traidor, espía y desertor Liu Saoqi, así como la exposición y acusación de Liu Shaoqi y sus cómplices por los delitos de traición y conspiración”. Fue largamente torturado, y su cuerpo empezó a pudrirse antes de su muerte.
Mao consideraba que el comunismo debía estar continuamente asesinando e imponiendo el terror, y es lo que hizo durante toda su vida. En sus tiempos de guerra, cuando huía del invasor japonés, dejando que se deteriorara en la lucha el ejército del KMT, a su ejército lo purgaba de continuo. Se inventó una Alianza Antibolchevique entre sus filas. Torturaba a las esposas para que denunciaran a sus maridos. Entendía que el asesinato de unos comunistas por otros estrechaba los lazos de la secta destructiva.
Para poder asesinar mejor a los disidentes, recurría de continuo a la mentira. En 1957, lanzó el Movimiento de las Cien Flores, cuyo lema era “dejar que broten cien flores y que debatan cien escuelas de pensamiento”. Animaba a las gentes a expresarse críticamente, prometiendo que “no tiraremos de las trenzas, no se golpeará con bates, no se colocarán sombreros, ni se buscará revancha”. Se organizaron debates y muchos, la mayoría comunistas, expresaron críticas para mejorar el régimen. Poco tiempo después, Mao lanzó el Movimiento AntiDerechista, donde estableció que las cerca de 540.000 personas que habían establecido críticas eran ‘derechistas’ y, por tanto, exterminables.
En 1966 desató la furia del terror rojo con la llamada Revolución Cultural. Mediante conceptos difusos de acabar con las viejas ideas y los viejos hábitos, se instó a los jóvenes chinos a convertirse en asesinos. Los alumnos se dedicaron a asesinar a sus profesores y a cuantos no tuvieran buenos antecedentes de clase, a los “terranenientes, campesinos ricos, reaccionarios, malos elementos y derechistas”. Algunas definiciones eran tan vagas que casi cualquiera podía ser asesinado. Y durante un año nadie estuvo a salvo. Para ingresar en el partido comunista era preciso haber participado en matanzas. En la vorágine de violencia, se produjeron numerosos casos de canibalismo. Más de 7.730.000 personas fueron asesinadas en linchamientos y ejecuciones públicas. Hasta 100.000 millones, una décima parte del total de la población, se vio afectada, expulsada de sus casas, enviadas al campo o internadas en campos de trabajo.
El asesino compulsivo Mao Zedong recibió el culto de un dios viviente. Durante la Revolución Cultural –un decaimiento absoluto en la barbarie relativista- se exigió a todo el pueblo chino que practicara rituales pseudoreligiosos de culto a la personalidad. “Pedir instrucciones al Partido por la mañana y rendirle cuentas por la noche”, recordar al líder Mao varias veces por día y desearle longevidad ilimitada y pronunciar consignas políticas al levantarse y al acostarse. Se citaba a Mao todo el tiempo, con axiomas como ‘Combate ferozmente cualquier pensamiento egoísta’ y ‘ejecuta las instrucciones recibidas las entiendas o no; profundiza el entendimiento durante la ejecución’. Sólo se permitía leer su libro y el endiosamiento llegó al punto de que no se vendía comida en los locales gastronómicos a la gente que no pronunciara alguna cita de Mao.
Aún hoy en día en la China del partido único, heredero de esa tradición genocida, se venera a Mao, el asesino en serie, el gran sádico, el maldito canalla.