Editorial - El Comercio, Lima
Las Naciones Unidas y las potencias asiáticas, en representación de la comunidad internacional civilizada, tienen que intervenir con firmeza para detener la sangrienta represión que la dictadura militar de Birmania (su nombre oficial es Myanmar) está ejerciendo contra monjes y ciudadanos que, hartos de las botas y la corrupción, reclaman democracia y libertad. El número de muertos pasa la decena y los heridos y detenidos se cuentan por millares.
Parece mentira, pero es una dura y triste realidad que en pleno siglo XXI sigan existiendo totalitarismos como estos, y peor aun que potencias como China, Rusia y la India comercien con ellas y se hagan de la vista gorda con sus excesos. Recién en los últimos días ha habido declaraciones críticas de algunos voceros de estos gobiernos, pero aún no lo suficientemente duras, contra la junta militar que ocupa el poder por la fuerza desde hace medio siglo.
El enviado especial de la ONU, Ibrahim Gambari, está en Birmania y se ha reunido con representantes de la junta militar, pero hasta ayer la situación era bastante crítica, pues la dictadura había cortado las comunicaciones y mantenía la represión. La comunidad internacional no puede cejar en su empeño de abrir cauces para la democracia y de velar por los derechos fundamentales de ciudadanos inocentes que reclaman libertad y justicia.