Por María Elena Salinas
Diario Las Americas
San Diego -- Es difícil imaginarlo. Tener apenas minutos para prepararse mientras uno es obligado a evacuar su casa sin saber cuando podrá regresar y si su hogar estará todavía allí cuando regrese.
Esa es la situación que más de un millón de personas aquí en el Sur de California tuvieron que enfrentar cuando los vientos erráticos de Santa Ana esparcieron el fuego como pólvora por un vasto territorio de la zona montañosa. En cuestión de días, cientos de miles de acres habían sido carbonizados y más de 2,000 viviendas y negocios habían sido destruidos por las llamas. Para muchas familias el trabajo y los recuerdos de toda una vida quedó reducido a cenizas en tan sólo minutos.
Miles terminaron en el estadio Qualcomm, que regularmente se llena de fanáticos del equipo de fútbol San Diego Chargers. Pero esta semana, vinieron a buscar refugio, recibir ayuda, y a esperar hasta que les dijeran que podían regresar a sus hogares o en algunos casos, lo que quedó de ellos.
Manuel Santiago y su familia estaban agradecidos por la generosidad y la ayuda que recibieron junto a los miles de evacuados. Ellos estuvieron entre los afortunados cuyos hogares no fueron arrasados por las llamas. Les dijeron que se sintieran libres de tomar lo que consideraban necesario al no saber lo que encontrarían al volver a casa. Pero saliendo del estadio ese sentimiento de bienvenida se tornó agrio. Fueron detenidos por la policía de San Diego y acusados de robar y saquear.
“Ellos nos preguntaron si teníamos documentos legales,” me dijo Santiago, todavía sobresaltado por lo ocurrido. La policía había contactado a agentes de inmigración y en minutos se aparecieron dos vehículos de la Patrulla Fronteriza. Fueron arrestados tres primos de Manuel y tres niños, por lo menos uno de ellos ciudadano de Estados Unidos.
“Creo que nos dejaron porque vieron que los niños estaban muy asustados,” dijo Santiago. Sus tres hijos nacieron en Estados Unidos. En los 13 años que lleva viviendo aquí ha trabajado como jardinero, y ésta fue la primera vez que tuvo un encuentro agentes de inmigración. Su hija lloraba inconsolablemente pensando que ella y sus hermanos serían separados de sus padres. La madre ahora teme que ya que agentes de inmigración tienen sus datos personales, ellos fácilmente podrían aparecer en su casa cualquier día o noche y llevárselos.
El oficial Richard Smith, de la agencia de Protección de Aduanas y Fronteras de Estados Unidos me aseguró que aunque la meta principal de la agencia es proteger la frontera y hacer cumplir las leyes migratorias, su papel en los centros de refugiados es el de ayudar a las víctimas. “Bajo ninguna circunstancia estamos aquí para buscar a inmigrantes indocumentados y arrestarlos,” me dijo. “Pero si una agencia policíaca pide nuestra ayuda cuando un crimen ha sido cometido entonces estamos allí para ayudarlos.”
En este caso por supuesto, se trata de un presunto crimen. Los testigos dicen que los miembros de la familia Santiago, como tantos otros evacuados, sólo habían tomado lo que les habían ofrecido. Su crimen fue haber vivido en el camino de los fuegos.
Como ellos hay muchos otros trabajadores inmigrantes que se han establecido en precarias casas en las colinas de San Diego, intentando ser invisibles. Según el departamento de Estudios Sociales de la Universidad de San Diego hay entre 14,000 y 15,000 que trabajan aquí, principalmente en los campos o como jardineros, al igual que Manuel Santiago. La mayor parte rehusaron acudir a refugios temporales montados por organizaciones cívicas o a aceptar la ayuda que les fue ofrecida. Después de presenciar la experiencia de la familia Santiago, no me sorprende su actitud.
Ellos ayudan a cultivar la tierra en San Diego y a mantener la impecable belleza de sus colinas. Pero en medio de esta crisis de vastas proporciones, el temor de estos trabajadores a ser confrontados por autoridades de inmigración, ha sido mucho más fuerte que su temor a los fuegos.
Maria Elena Salinas es autora del libro “Yo soy la hija de mi padre: Una vida sin secretos.”
©2007 by Maria Elena Salinas
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