Editorial - Diario de América
La presidenta socialista de Chile, protagonizando el penoso espectáculo de exigirle silencio al Rey de España tras permitir la grosera salida de tono previa de Hugo Chávez, no ha hecho más que ejemplificar lo que fue una penosa Cumbre.
En un foro más digno de una reunión de camaradas que de jefes de Estado, la Cumbre Iberoamericana dejó al mundo una triste impresión. Por el mal tono, por el bajo nivel político e intelectual y por la confirmación de que áreas importantes de la América de habla hispana se desliza peligrosamente por el socialismo económico, la dictadura y/o el caudillismo.
Hemos expuesto estos dos últimos días diversos aspectos de esta Cumbre. Aquí abordamos lo que en ella, muy a pesar de los amantes de la libertad, se confirmó.
El envalentonamiento verbal de Hugo Chávez no es ni mucho menos una casualidad. A las aún inmaduras democracias del hemisferio hispano les resulta fascinante la retórica victoriosa de los totalitarios. Las dosis de bravuconería van entreveradas de inexorabilidad histórica, muy al modo del marxismo-leninismo clásico, que se instalaba pretendidamente en el futuro para subyugar el presente. Las adhesiones personales a los líderes son reiterativas y, tras dos décadas de aparente aprendizaje democrático aún se venera al líder antes que a la ley.
Esto ocurre llamativamente con Chávez y Castro, pero la propensión a perpetuarse alcanza también a Colombia, al poco sospechoso de izquierdismo Álvaro Uribe; y a Brasil, con el coqueteo de Lula con su tercer mandato.
El caso de Uribe, que ha acreditado una seriedad muy alejada del populismo de otros, es significativo. Una prueba evidente de que la ley y las instituciones están por encima de las personas es, justamente, la disposición del mandatario a no perpetuarse en el poder. El caso ejemplar del expresidente español, Aznar, expresa la voluntad, con su gesto de no permanecer más dos mandatos como candidato a la presidencia del ejecutivo, de consolidar las instituciones. Uribe quizá sea lo único serio, como decimos, que hay en el área, pero las instituciones democráticas colombianas no se fortalecerán si se confunden con su persona. Caída ésta, de resultar así, caerán aquellas.
Resulta poco esperanzador, igualmente, la deriva de Chile con la presidenta Bachelet. No abundaremos en el bochornoso incidente aludido al principio, sino en el fondo de sus mensajes lanzados en la Cumbre. Tanto ella como el Secretario General Iberoamericano, Enrique Iglesias, aportaron ese ignorante y bienintencionado discurso contra la economía de mercado que la presenta como si careciera de corazón, de compasión y de capacidad de acordarse de los más pobres. Personificando literariamente al mercado lo falsean, lo dotan de lo que no tiene y ocultan lo que sí puede hacer por los pobres, tan mal representados en la Cumbre.
Chile es, aún, a los Estados hispanos lo que Uribe a los líderes, o sea, lo más serio. Pero si se deja llevar por ola de protosocialismo reinante, las bases económicas sentadas en los años ochenta y noventa en esa nación pueden acabar con la dinámica de más libertad seguida de más prosperidad.
La Cumbre, destinada a los pobres, se convirtió en lo que se tenía que convertir, en la de las trifulcas verbeneras por mor de quienes se alzan con la bandera de la pobreza y se quedan con la riqueza.