Por Alberto Benegas Lynch (h)
LiberPress
Tal vez el tema central de nuestro tiempo sea la fundamentación de la libertad. Hay infinidad de autores que explican con solvencia los aspectos económicos y jurídicos de la sociedad abierta pero, lamentablemente, no le prestan la debida atención a las bases filosóficas de tal postura.
Dejan así grandes vacíos y espacios en la raíz misma de la libertad, los cuales, en nuestra época, son llenados por posiciones materialistas y, al ocurrir este fenómeno, primero debilitan y luego demuelen los pilares sobre los que, en última instancia, descansa la sociedad libre. De esta manera, desde arriba hacia abajo van cayendo cual efecto dominó uno a uno los ejes centrales del sistema y se abren avenidas fértiles para las concepciones totalitarias.
Y no se trata de evadir el bulto alegando que uno es economista o abogado de profesión y no le incumbe la filosofía. Ortega aludía con razón a los peligros de la “barbarie del especialismo”. El humanismo no puede ni debe eludirse si se quiere dar sustento sólido al respeto recíproco inherente a la sociedad abierta.
Mariano Artigas -doctor en física y doctor en filosofía- explica en sus numerosas obras publicadas que el ser humano no está constituido simplemente por kilos de protoplasma. Que para que tengan sentido la existencia de proposiciones verdaderas y falsas, para que tengan lugar ideas autogeneradas, el libre albedrío, para que puedan revisarse los propios juicios, para que tenga significado el pensamiento, la argumentación, el razonamiento y la responsabilidad moral, es menester salirse de los nexos causales implícitos en la materia y comprender la trascendencia de los estados de conciencia, la psique, la mente o el alma. De lo contrario estaríamos programados como el loro o la máquina y abdicaríamos de la condición humana que se distingue del resto de las especies por su libertad, esto es, su propósito deliberado, su elección, decisiones, preferencias y valorizaciones. ( foto izq.: Mariano Artigas Foto: Manuel Castells )
Es muy común que se sostenga que estamos determinados por nuestra herencia genética y nuestro medio ambiente. La postura denominada “behavorista” ha sido alimentada por B.F Skinner y continua sostenida por sus continuadores, tan bien refutados por autores como tales como Tibor Machan y Thomas Szasz. Por su parte, el filósofo de la ciencia Karl Popper ha demostrado las falacias del determinismo físico y el premio Nóbel en Neurofisiología John Eccles ha argumentado reiteradamente sobre la naturaleza de cuerpo y espíritu del ser humano. En este contexto resulta sumamente ilustrativo el intercambio de opiniones de Popper y Eccles en el formidable libro que lleva el sugestivo título El yo y su cerebro al efecto se subrayar la diferencia entre lo material y inmaterial en la persona. La negación de esto se traduce en lo que C.S. Lewis ha titulado tan ajustadamente como “la abolición del hombre”.
Si le preguntáramos a un determinista físico si puede argüir en sentido contrario a lo que está afirmando y responde por la afirmativa y procediera en consecuencia, estaría probado el libre albedrío, pero si fuera por la negativa (para ser consistente con su postura) no tendría sentido el debate ya que estaría compelido a decir lo que está diciendo y, por ende, estaría “haciendo las del loro” (por otra parte, discutir y argumentar implica la posibilidad de modificar de opinión, es decir, implica el libre arbitrio).
El doctor Artigas ya no está entre nosotros pero ha dejado invalorable testimonio a través de sus escritos y enseñanzas. Ha tenido la poco frecuente virtud bifronte de combinar magistralmente la profundidad y la claridad. Como con todos los autores podemos disentir aquí y allá con algunas de sus consideraciones pero el aspecto medular de su andamiaje teórico referido al antes mencionado materialismo constituye un pieza indispensable para la sustentación filosófica del libre albedrío y, consecuentemente, de una sociedad de hombres libres.
A diferencia de otros autores que examinan el mismo asunto y arriban a conclusiones similares, el referido autor, en su condición de sacerdote, descansa en una antropología religiosa naturalmente vinculada a la causa incausada, pero es menester subrayar que en el plano de lo estrictamente científico, nada se modifica si se prefiere no indagar en los interrogantes últimos o si se considera que no es posible hacerlo.
El autor es Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias, en Argentina.