Por Edgard J. González
Analítica
El pasado 25 de diciembre se cumplieron treinta años de la muerte del más grande comediante del siglo veinte, el siempre recordado, admirado y añorado Charles Chaplin.
En vista de los vergonzosos sucesos protagonizados por los criminales de las FARC y sus apologistas en Venezuela, no pude evitar extrapolar estos hechos con aquellos que vinculan a Charlot con Neville Chamberlain, Canciller del Reino Unido (1937-40), quien permanecerá ingratamente en nuestras memorias a raíz de su empeño en “apaciguar” al caudillo (Fuhrer en alemán) teutón, a finales de 1938, “tratándolo con amabilidad y complaciendo sus demandas”, lo que le llevó a firmar en nombre de toda la Gran Bretaña el infeliz Acuerdo de Munich, que permitía a Hitler ocupar una porción de Checoeslovaquia, donde habitaba una importante cantidad de alemanes.
A los seis meses el ejército nazi tomaba por asalto el resto de ese país, invadiendo gradualmente Austria, Polonia, Holanda, Bélgica y Francia, teniendo como objetivo esencial la dominación del mundo a partir de la invocada superioridad racial de los arios y el destino histórico de la gran Alemania, limitada en su espacio actual, que los nazis hallaban demasiado pequeño.
Estas últimas líneas resumen los inicios de la terrible tragedia que hubo de sufrir la humanidad hasta mediados de 1945, llamada 2ª Guerra Mundial, con gran destrucción y pérdida de vidas humanas, decenas de millones, a partir de los delirios de grandeza de unos pocos, sociópatas como Hítler y Mussolini buscando construir un imperio, acompañados a distancia por el líder de un imperio tradicional, Hirohito de Japón, protagonista del muy cobarde ataque a Pearl Harbor el 7 de diciembre de 1941, que obliga a los EEUU a enfrentarse al eje nazi-fascista, factor crucial en la definición de la confrontación a favor de las fuerzas aliadas y de la Democracia.
Pero desde 1933, cuando Adolfo Hitler se hace del poder en Alemania, hasta 1942, cuando sus atropellos a los países vecinos y las amenazas al mundo entero fueron demasiado evidentes, las posiciones a lo Chamberlain proliferaron, y Hitler despertaba simpatías entre muchos personajes importantes y gente del común en todo el planeta, pues el respaldo a dictadores y gobiernos poderosos es inevitable para quienes se identifican con los métodos no democráticos y, por supuesto, con quienes ejercen el poder de esa forma.
El famoso aviador Charles Lindbergh y el padre del denominado Clan Kennedy, gestor de un Presidente, un Ministro y un Senador, sobresalen entre los muchos que veían con buenos ojos el proyecto nazi-fascista en los años treinta. La indiferencia o el temor mantenían en posiciones neutrales a las grandes mayorías, que desde lejos sentían que la ocupación de Europa por parte de Alemania no representaba un problema a considerar como propio. Ni indiferente ni cobarde, Chaplin puso su ingenio y su talento al servicio de una causa que pocos abrazaban entonces, y en 1940 produjo El Dictador, sublime y valiente denuncia del nazismo, que desenmascaraba los objetivos ocultos tras la Svástica.
Pensando en todo lo anterior ofrezco un ejercicio de imaginación ubicado en marzo de 1945 en aquella Europa, elaborando una ficción sobre algún Jefe de Gobierno que pretendiese intermediar en el grave conflicto, y solicitara favores del Primer Ministro británico y del Fuhrer alemán; “Siempre en aras de lograr la paz, propongo que el gobierno inglés proceda de inmediato a desmilitarizar una amplia zona, dando así facilidades para que el Canciller alemán pueda trasladarse sin peligro hasta un punto donde podamos conversar, para lograr en primer lugar la liberación de algunos judíos de los miles que están retenidos en los campos de concentración, perdón, de reeducación y trabajo. Churchill, ponme a Adolfo en la raya de la frontera, con cafecito y todo, que yo me encargo de traerlo a palacio y aquí negociaremos un canje humanitario, pudieran ser unos cincuenta judíos por seiscientos soldados y oficiales del ejército alemán, hoy prisioneros de los aliados.” Este mediador toma la iniciativa de llamar a Eisenhower, Comandante de los ejércitos aliados, y le pide algunas informaciones de carácter militar, alegando que son indispensables para que la misión humanitaria prospere. Al enterarse de esto, Churchill declara que no acepta más mediadores extranjeros y nuestro espontáneo le acusa de haberlo traicionado, de haber pateado la mesa de negociaciones, de haberlo apuñalado por la espalda.
Los nazis anuncian que, como desagravio al mediador despedido, le van a entregar a dos mujeres prisioneras de Auschwitz y a la adolescente Ana Frank. El espontáneo moviliza un mini ejército, da rueda de prensa a un enjambre de reporteros venidos de los cuatro puntos cardinales y bautiza el supuesto desagravio como “Operación Ana Frank”. Al poco tiempo se descubre que Ana Frank, detenida en agosto del 44 en Ámsterdam, fue enviada al campo de Auschwitz y había muerto hacía dos meses, en enero del 45, en el campo de Bergen Belsen. Los voceros del mediador rechazan esa información hasta que las pruebas son abrumadoras. Sin embargo, recibieron a dos judías, en muy buenas condiciones luego de años de penurias, e inmediatamente el mediador y sus conmilitantes solicitan a la comunidad internacional que deje de llamar criminales a los nazis, que se trata de beligerantes con un proyecto respetable y en control de importante territorio.
Niegan que hayan ocurrido invasiones y bombardeos a países vecinos, saqueos, detención de civiles en campos de concentración y un sistemático plan de exterminio de millones de seres humanos. Insisten en la condición de simples luchadores políticos. Por cierto que, al momento de la entrega de las únicas dos liberadas, entre besos y abrazos, el enviado plenipotenciario del mediador espontáneo les dijo a los nazis a cargo de la liberación; “Mantengan ese espíritu. Estamos pendientes de su lucha” (el libro escrito por Hitler se llama Mein Kampf, “Mi lucha”, y debería ser de lectura obligatoria en todas las escuelas, pues es un compendio de bondad e irrestricto amor por el prójimo, sin discriminaciones de ningún tipo ni planteamientos ambiciosos o perjudiciales para la humanidad).
Volviendo a nuestra época, imposible no mencionar a Osama Bin Laden y sus muchachos de Al Qaeda, quienes indudablemente tienen un proyecto y en algún espacio se mueven libremente (aunque se trate de cuevas en Afganistán), así como algo de espacio y proyectos definidos, con innegable respaldo por minoritario que este sea, tendrán la ETA, con sus cariñosas ejecuciones a quemarropa, la minoría extremista sunita que destroza por docenas a shiítas y otros civiles en cualquier calle de Iraq, siempre en nombre de Alá y añorando a Saddam Hussein, los buenos militares que llevan 47 años con su proyecto y controlando a Birmania totalitariamente, un poco menos del tiempo que tiene en control del espacio cubano Fidel y su cada vez más anacrónico y fracasado proyecto, mucho más que lo que se mantuvieron los gorilas brasileños, argentinos y chilenos en sus respectivos espacios con sus respectivos y muy respetables proyectos.
Se nos quedan por fuera muchos demagogos y proyectistas respetabilísimos que en sus momentos históricos ocuparon también espacios, como Pérez Jiménez, Rojas Pinilla, Chapita Trujillo, los Duvalier, los Somoza, Los Kim padre e hijo de Corea del Norte, el tierno Pol Pot de Cambodia, el Perón que dio refugio a los injustamente amenazados por el tribunal de Nuremberg, Idi Amín el benefactor de Uganda y tantos otros, para vergüenza y dolor de las sociedades que los debieron sufrir y el resto del mundo que convenientemente miró para otros lados mientras esos criminales secuestraban, asesinaban, engañaban, torturaban, robaban, arbitrariamente gobernaban y, en resumen, beligeraban.-