Por Raúl Rivero Adriázola
Los Tiempos - Columnistas.net
A pesar de los resultados obtenidos en 2007: elevación de las reservas internacionales netas, leve superávit fiscal, incremento en más de 15% del valor de las exportaciones, expansión del sistema financiero y reducción de la deuda externa, son más las sombras que las luces en la economía boliviana.
El año anterior fue el cuarto consecutivo con un pobre comportamiento de la inversión, superando apenas la necesaria para renovar el capital fijo y concentrada principalmente en los dos rubros de mayor crecimiento en nuestro comercio exterior (energía y minería), los que se destacan por ser más intensivos en uso de capital que en mano de obra.
A ello se suma el inminente fin del APTDEA, con lo que la actividad textil, que emplea miles de trabajadores, corre el riesgo de colapsar. Y, por si eso no fuera suficiente, observamos con preocupación que nuestras exportaciones crecen en valor pero se reducen en volúmenes; por lo que el riesgo de recesión de la economía de los EE.UU., que traerá como consecuencia un freno en la demanda interna de la primera potencia mundial, se reflejará inevitablemente en la reducción de las ventas mundiales hacia ese país, con los insoslayables efectos sombríos para nuestro país, proveedor de materias primas, que son las primeras en sufrir la contracción de precios.
Internamente, las señales no son mejores, pues además de la falta de inversiones, el exceso de gasto corriente (público y privado) seguirá presionando sobre los precios y elevando los índices de inflación. Si el impacto de la previsible caída en nuestro comercio exterior es muy fuerte, considerando que Bolivia tiene una economía abierta (la suma de nuestras exportaciones e importaciones son equivalentes al 60% del PIB nacional), corremos el serio riesgo de entrar en una fase de "estanflación" (estancamiento con inflación), cuyas consecuencias son más perversas para los más pobres y aquellos que dependen de un salario fijo.
La falta de inversiones necesarias también incidirá en la pérdida de competitividad de nuestra economía, pues no hay renovación tecnológica y la oferta de infraestructura básica (comunicaciones, agua, energía) será cada vez más pobre e insuficiente, afectando a nuestra capacidad de producción y, peor, a nuestra calidad de vida.
Lamentablemente, el retorno del Estado a la intervención directa en la actividad económica ha deteriorado aún más la confianza de los agentes económicos, frenando iniciativas de inversión, las que hasta hoy no han sido reemplazadas ventajosamente por la inversión pública, la que tiene, además, el agravante, de no contar con estudios serios para determinar su factibilidad, con lo que los escasos recursos públicos, que más bien deberían destinarse a brindar mejores servicios de salud y educación, corren el riesgo de perderse.
De proseguir esas tendencias negativas, también la demanda agregada se verá afectada, pues la entrada de recursos del exterior, originadas nuestras exportaciones (lícitas e ilícitas) e, incluso en las remesas (según varios estudios, a partir del cuarto año de permanencia del emigrante fuera de su país de origen, el monto de remesas que envía comienza a decrecer), comenzarán a mermar, afectando la capacidad de gasto de la población. Y como la generación interna de recursos líquidos no compensará esa caída, nos encaminaremos hacia la recesión económica y su más funesta consecuencia: el empobrecimiento de la población.
Aún estamos a tiempo de revertir esa tendencia. Para ello, será necesario tomar medidas urgentes. En lo interno, recuperando la confianza de los inversores, mediante la generación de mecanismos de respecto y garantía jurídica para esas inversiones e impulso al desarrollo de infraestructura básica. En lo externo, buscando la firma de tratados de libre comercio con nuestros principales socios comerciales (Brasil, Argentina, EE.UU., Japón y la Unión Europea). Caso contrario, 2008 será otro año perdido para nuestra economía, ahondando el retroceso que nos llevará a niveles de pauperización incluso mayores a los sufridos con el colapso de la economía estatal, veintitrés años atrás.