Por Antonio Villarreal
ABC
MADRID. En este nuevo año, la agencia espacial por antonomasia tendrá que apretar bien sus tuercas -y no sólo de forma literal- ante el recorte que el Congreso norteamericano ha confirmado para los presupuestos de la NASA en el presente ejercicio.
De acuerdo con la petición que el presidente Bush realizó hace unos meses en el Congreso, la agencia dispondrá de 17.300 millones de dólares para este año fiscal, que va del pasado octubre a octubre de 2008.
A pesar de que el montante total supera en un 3,1% al del pasado año, la cantidad queda todavía muy por debajo de la financiación recomendada por el Acta de Autorización de la NASA, aprobada en 2005 y que dista en 1.400 millones de dólares de los fondos de los que la agencia dispondrá en este ejercicio.
A pesar de esta creciente limitación en los recursos, los dirigentes de la agencia no se resignan a que sus expectativas se vean recortadas. Su administrador general, Michael Griffin, ha respaldado estos presupuestos encuadrándolos en una etapa de extrema rigidez para la concesión de fondos. «La propuesta presupuestaria para 2008 -señala Griffin- demuestra el compromiso duradero del presidente (Bush) con el liderazgo de nuestra nación en la investigación espacial y aeronáutica, especialmente en un momento en que encontramos otras exigencias para los recursos de nuestra nación».
Sin embargo, en el aparentemente optimista discurso oficial se filtra también la sombra de que algunos aspectos necesitan ser cambiados por modelos más eficientes. Para Griffin, «la propuesta refleja un plan estable para seguir con las inversiones iniciadas en años anteriores, con algunas leves correcciones en su curso».
Estas «leves correcciones» se hacen notar ya en varios frentes, como la sustitución de los transbordadores actuales por los nuevos programas Orion y Ares. El accidente de la aeronave Columbia, en febrero de 2003, puso de relieve un problema -el del «Plan Renove» espacial- que puede tardar más de lo previsto en resolverse, ya que el recorte presupuestario ha pospuesto los primeros vuelos de las nuevas aeronaves para el año 2014, mientras que la jubilación de los actuales transbordadores Atlantis está marcada para 2010 en el calendario de la NASA. En esos cuatro años, la agencia puede verse obligada a depender de otras naciones y compañías privadas para realizar sus visitas a la Estación Espacial Internacional (ISS).
El ejemplo de Alan Stern
Con respecto al programa científico de la NASA, que recibe alrededor de un tercio del presupuesto total (unos 5.400 millones anuales) y se encarga de áreas como la astrofísica, la heliofísica o la ciencia planetaria, Griffin apostó fuerte por el doctor Alan Stern, un astrofísico de 50 años que en los ocho meses que lleva en el cargo ha puesto fin a todo dispendio innecesario en su área, y eso sin renunciar a su esperanzador axioma: «Si es una misión científica, es nuestra».
La clave para Stern, según comunicó al Congreso el mes siguiente a su nombramiento, está en mejorar las herramientas que estiman los costes de una misión para poder dar así a priori unas sumas realistas, una costumbre que no está demasiado extendida en Washington. Además, Stern abogaba por mejorar la experiencia de los científicos e invertir en nuevos estudios que permitan comprender mejor y reducir los riesgos tecnológicos, evitando así fallos recurrentes como el del transbordador Atlantis, cuyo despegue se ha vuelto a posponer hasta principios de febrero debido, primero, a las mediciones irregulares de los sensores en el tanque de combustible externo de la nave, y después, a un fallo en el diseño de ésta.
En declaraciones al «New York Times», el doctor Alan Stern justificaba estas decisiones, que le han granjeado no pocas miradas de disconformidad y desconfianza entre sus colegas: «No vamos simplemente paseando y haciendo balancear el hacha. Tenemos un equipo muy nuevo que, espero, está cambiando la forma en la que encaramos el negocio».
Sin embargo, el «hacha» metafórica de Stern está más que bien afilada. Una de sus primeras medidas consistió en ajustar el presupuesto a la problemática Misión Kepler.
En 2001 se lanzó el proyecto de desarrollar un telescopio para la búsqueda de nuevos planetas extrasolares, pero después de cinco años de problemas técnicos y de dirección, el precio destinado a la Misión Kepler aumentó, y la fecha de lanzamiento prevista para 2006 se retrasó sine die.
La NASA aceptó ese mismo año postergar el lanzamiento hasta 2008, además de aportar fondos hasta los 550 millones de dólares. Por tanto, cuando los responsables del Kepler fueron a ver a Stern, el pasado mayo, para pedir otros 42 millones, se encontraron con una negativa de proporciones astronómicas. «Cuatro veces vinieron por más dinero y cuatro veces les dijimos que no», aseguró el director de misiones científicas de la NASA, uno de los pilares del «nuevo equipo» al que se refiere el administrador Michael Griffin.
Tras la sutil amenaza de abrir el proyecto del telescopio a otros investigadores para que pudiesen retomarlo utilizando el equipo ya construido, los responsables del Kepler se pusieron las pilas y, entre otras medidas, redujeron la duración de la misión de cuatro años a seis meses. En palabras de Stern, «cuando acabaron por creer que estaba hablando en serio y que tenía el respaldo del jefe, se lo tomaron con seriedad y pronto encontraron una forma de reducir las facturas». Y así ha actuado Stern hasta en media docena de ocasiones.
Ejemplos como éste marcan las pautas de la nueva forma de actuar de la NASA en su urgente optimización de los recursos económicos, ya que el programa científico que Stern dirige se ha visto obligado a casi ser congelado (sólo está previsto un crecimiento anual del 1%) ante -obligados- retos como el retorno del ser humano a la Luna, propuesto por George W. Bush, los nuevos lanzamientos al espacio o la mencionada renovación de transbordadores.