Por Alberto Benegas Lynch (h)
Diario de América
El mercantilismo del siglo xvi insistía en que los países debían cerrarse al comercio internacional. Propugnaban una política autárquica y alambrada respecto del resto del mundo. El énfasis estaba puesto en la importaciones. Recomendaban enfáticamente la suba de aranceles “para proteger la industria nacional” y, en todo caso, había que fomentar las exportaciones para “conquistar e invadir mercados en el exterior”.
Esta política naturalmente condujo al empobrecimiento de los países que adoptaron el mercantilismo debido a que los aranceles se traducen en mayor erogación por unidad de producto lo cual significa menor productividad. Esta eficiencia menor, a su vez, conduce a consumo de capital y a una baja en los salarios e ingresos en términos reales. Además los mercantilistas no se percataban de la contradicción de sus recetas, puesto que al patrocinar la restricción de las importaciones y el supuesto estímulo a las exportaciones paralizaban estas últimas. La exportación y la importación son dos caras de la misma moneda. Si se restringen artificialmente las importaciones habrá una menor demanda de divisas y, por ende, el tipo de cambio se deteriorará lo cual frenará las propias exportaciones.
Hoy en día está muy difundido el neomercanitilismo apoyado y subvencionado por empresarios ineficientes que quieren protección para sus productos mas caros y de peor calidad con lo que se desprotege a los consumidores, recurriendo a todo tipo de pretextos para mantener mercados cautivos en base a privilegios.
De un tiempo a esta parte se ha recurrido a la expresión “globalización” para indicar la estrecha vinculación entre los sucesos de diversos lares, todo lo cual, en gran medida es el resultado de las revoluciones en los medios de comunicación que se saltean fronteras a pesar de los gobiernos. No solo esas tecnologías fenomenales sino la reducción abismal en los fletes aéreos, marítimos y terrestres que antaño imposibilitaban el comercio en mercancías, salvo los de extremo lujo que permitían amortizar los costos de la travesía.
Cuando hay un problema en un país, hay quienes se quejan de que repercute sobre otros y reclaman el cierre de las fronteras y el control de cambios. Pero esto es lo mismo que pretender que los habitantes dentro de un país estén aislados del resto y sean autárquicos para no sufrir los embates de problemas que les ocurren a los vecinos. En otros términos, cada persona debería crearse problemas inmensos en cuanto a que debiera producir todo lo que necesita a costos siderales y empobrecedores para evitar problemas circunstanciales del prójimo: vivir en un problema perpetuo por si aparecieran problemas a raíz del intercambio con terceros.
Desde el Congreso de Viena hasta la Primera Guerra Mundial, el mundo civilizado estaba bastante globalizado, lo que permitió un notable progreso en el comercio internacional en el contexto de una gran estabilidad de precios...y sin la existencia de pasaportes para el tránsito de personas.
La cooperación social y la posibilidad de elegir bienes y servicios en distintas circunstancias hace posible, por ejemplo, que el cirujano se dedique a sus actividades específicas y no tenga que fabricarse su ropa, su comida, sus bebidas y sus instrumentos quirúrgicos. Este es el adelanto de la civilización. Estas son las delicias de la globalización que debemos aprovechar y, naturalmente, si al vecino se le incendia el campo esto repercutirá sobre el abastecimiento y los precios de lo que sembraba, cosechaba y comercializaba el agricultor. Lamentablemente, las mas de las veces son los gobiernos los que desencadenan incendios voraces, los que, sin su concurso, se evitarían. Pero aún en ese caso, las cosas empeoran si se encierra a cada persona en un placard para aislarla del mundo.