Por Ivan Eland
San Diego Union-Tribune
El Instituto Independiente
A medida que el quinto aniversario de la segunda guerra más larga de los Estados Unidos (después de Vietnam) y la segunda más costosa (después de la Segunda Guerra Mundial) transcurre, la buena noticia es que la estrategia de contrainsurgencia del General David Petraeus y el Teniente General Raymond Odierno parece estar funcionando. La mala noticia es que probablemente no salvará a Irak.
A pesar de que el “aumento” de las tropas estadounidenses ha tenido algún efecto, probablemente no sea el factor más importante que esté haciendo retroceder a la violencia a los niveles de mediados de 2004. Los Estados Unidos tenían niveles de fuerzas comparables en Irak (alrededor de 155.000 efectivos) en 2005, pero el caos era peor que ahora y estaba creciendo.
Además, la matanza en Irak comenzó a decaer incluso antes de que los Estados Unidos iniciaron el aumento de tropas (y temporalmente creció de nuevo mientras se sumaban los efectivos estadounidenses). En parte, la anterior limpieza étnica que había separado más nítidamente a las hostiles poblaciones chiíta y sunnita ha causado probablemente esa reducción. Más importante aún fue probablemente la explotación de Petraeus y Odierno de la fisura entre los dominantes insurgentes sunnitas y al-Qaeda en Irak.
La ciega e incompetente matanza de Al-Qaeda en Irak de compatriotas civiles musulmanes, que trajo reproches incluso de parte de la conducción central de al-Qaeda, provocó que los insurgentes sunnitas se hartasen y pusiesen en contra de la agrupación. Petraeus y Odierno inteligentemente explotaron esta fisura al clavar una cuña entre las dos facciones. A pesar de que las operaciones guerrilleras son la forma de guerra más exitosa en la historia humana y las fuerzas de contrainsurgencia rara vez triunfan en el largo plazo, lo hacen mejor cuando pueden dividir al movimiento rebelde.
Los Estados Unidos fueron capaces de derrotar a los insurgentes comunistas griegos durante el periodo 1947-49 y a los rebeldes filipinos de 1900 a 1902 al dividir a las insurgencias. En el último caso, los Estados Unidos fueron capaces de persuadir a Emilio Aguinaldo, el más prominente comandante rebelde—tal vez con un pago en efectivo—de que rindiese a sus fuerzas. En Irak, los Estados Unidos están ahora esencialmente pagándole a los ex guerrilleros sunnitas en los “Consejos del Despertar” mediante su financiamiento, equipamiento y entrenamiento para combatir a al-Qaeda en Irak y trabajando con la anteriormente hostil milicia chiíta del Mahdi.
Si bien esta estrategia tiene sus meritos al atenuar la violencia en el corto plazo, probablemente exacerbará los problemas más amplios de Irak, llevando de ese modo a una guerra civil total. La estrategia de Petraeus y Odierno tiene sentido si el objetivo es mantener tapada a la violencia hasta que el presidente Bush deje el cargo. Cuando el bebé de alquitrán sea traspasado con éxito al próximo presidente, Bush podrá entonces repetir el argumento “Kissinger” de Vietnam. Ese argumento dice más o menos así: “Los Estados Unidos hubiesen ganado la Guerra de Vietnam sí el Congreso en manos de los demócratas no hubiese recortado el financiamiento para la ella”. En Irak, el refrán similar de la administración Bush será: “La situación en Irak estaba mejorando hasta que dejamos el gobierno y traspasamos el poder al presidente X”.
Pero la estrategia de corto plazo de Bush es probable que agrave el problema central subyacente de Irak—la hostilidad etnosectaria. Si la administración Bush hubiese realizado esfuerzos serios de consultar a expertos sobre el mundo árabe antes de invadir Irak, habría descubierto que el país era uno de los más fracturados en el mundo árabe y sería uno de los menos proclives a apoyar y sostener una federación democrática liberal. Antes de apoyar a los ex guerrilleros sunnitas, la administración se encontraba solamente financiando, equipando y entrenando a dos bandos—los kurdos y los chiítas—en la actual guerra civil. Actualmente la administración está apoyando a los tres bandos. El gobierno controlado por los chiítas y kurdos se opone al programa estadounidense de apoyar a los sunnitas y ha sido renuente a permitirles integrar las fuerzas de seguridad.
Tales profundas sospechas y fisuras etnosectarias subyacentes han existido durante siglos en lo que hoy día es Irak y es improbable que sean rectificadas mediante la sanción de unos pocos conjuntos de leyes. Dada la historia de Irak—en la que un grupo controlaba al gobierno central y oprimía a los demás grupos—todos los grupos, incluyendo incluso a los ex gobernantes sunnitas, son suspicaces de la autoridad central y lucharán por controlarla. Así, la cooperación social, de la que Irak tiene poca, debe preceder a la legislación o las leyes no serán respetadas. Aún menos credibilidad tendrán las leyes sancionadas bajo presión de una potencia de ocupación exterior.
La única manera en la que los Estados Unidos pueden sacar su dedo del dique sin que la represa se desmorone es utilizando la amenaza de una retirada—quitándole el soporte al corrupto gobierno chiíta/kurdo—para lograr que los chiítas, sunnitas y kurdos acuerden descentralizar formalmente al país. Si el gobierno central tuviese solamente un poder limitado, los grupos temerían menos su potencial opresión y atenuarían su lucha por controlarlo. En un Irak descentralizado y libremente confederado, sus milicias podrían proporcionar seguridad a los miembros de sus propios grupos en nuevas regiones autónomas (el país tendría probablemente tres o más de estas regiones basadas en su afiliación etnosectaria o tribal). También, el poder judicial, la administración de los recursos (petróleo) y la mayoría de las demás funciones gubernamentales podrían residir en el nivel regional. El gobierno central sería responsable solamente de la representación diplomática en el exterior y de negociar acuerdos comerciales con otros países y entre las regiones.
Hasta ahora, el principal escollo para lograr que los tres grupos apoyen un esquema de partición así fueron las preocupaciones sunnitas respecto de los magros recursos petroleros en su región. Los kurdos han tendido un estado de facto en el norte de Irak desde finales de la Guerra del Golfo en 1991. Muchos líderes chiítas también favorecen el establecimiento de una región autónoma, cuya posibilidad está garantizada por la Constitución de Irak. Incluso los sunnitas, finalmente desengañados de la fantasía de que son lo suficientemente fuertes para gobernar una vez más a la totalidad de Irak, y habiendo saboreado la opresión a manos de las fuerzas de seguridad dominadas por los chiítas, se están tornando más favorables a la descentralización.
Para presionar al gobierno iraquí dominado por los chiítas y kurdos a dividir en distritos electorales las fronteras regionales—otorgándole territorios que contengan petróleo a los sunnitas para asegurar su aceptación de la descentralización—cualquier nuevo presidente de los EE.UU. debe establecer un cronograma para un rápido retiro de los efectivos estadounidenses, que apuntalan a ese gobierno disfuncional.
En virtud de que los chiítas poseen aproximadamente el 60 por ciento del petróleo y alrededor del 60 por ciento de la población, la única frontera que podría necesitar ser dividida en distritos electorales se encuentra cerca de los pozos petrolíferos del norte en Kirkuk entre Kurdistán (alrededor del 20 por ciento de la población y aproximadamente el 40 por ciento del petróleo) y las áreas dominadas por los sunnitas (aproximadamente el 20 por ciento de la población y poco petróleo).
Los antecedentes históricos de las particiones indican lo que hay que hacer y lo que hay que evitar en cualquier partición suave de Irak en una confederación libre—siendo lo más importante el hecho de que los iraquíes deben realizar ellos mismos la división para que tenga a sus ojos una legitimidad que es crucial. En 1947, al dividir a la India y Pakistán, Gran Bretaña descubrió de la peor forma que la ubicación de la línea de partición resulta vitalmente importante y que la circunstancia de que una potencia exterior trace dicha frontera de manera arbitraria puede tener consecuencias desastrosas y violentas.
De este modo, los Estados Unidos deberían evitar involucrarse en los detalles de la creación de los límites entre las regiones, aunque algunas lecciones generales pueden ser aprendidas de particiones pasadas. Primero, los límites regionales no tienen que ser exactamente espejos de las áreas etnosectarias, pero deberían estar lo más cerca posibles. El caso de Irlanda del Norte demuestra que una vasta minoría (los católicos), que podía ser percibida como una amenaza por la mayoría (los protestantes), no debería ser abandonada al otro lado de la línea fronteriza. Una pequeña minoría al otro lado de la línea probablemente experimentará poca violencia (Los protestantes en Irlanda). Segundo, el caso de Kosovo demuestra que los límites deben considerar a los santuarios y reductos etnosectarios o tribales. Tercero, a pesar de que el trazado de los límites a lo largo de las divisiones etnosectarias debería minimizar los movimientos poblacionales, algo de migración probablemente será necesaria. Dichos movimientos deben ser voluntarios, pueden ser alentados a través de incentivos y deben ser protegidos (tal como lo demostró la violencia en la partición de la India y Pakistán en 1947).
A pesar de que una retirada estadounidense y una partición suave no es una solución perfecta, Irak se encuentra ya en algún sentido dividida, con fuerzas primariamente leales a los grupos etnosectarios que proporcionan seguridad. La política de los EE.UU. de entrenar a dichas organizaciones armadas meramente está reforzando esta partición de facto. Un partición no ratificada así resulta muy riesgosa y probablemente conducirá a una guerra civil total. Solamente un nuevo presidente estadounidense que señale una rápida salida de los EE.UU. podría motivar a las partes a formalizar, ajustar y hacer permanente al descentralizado Irak que ya existe.
Traducido por Gabriel Gasave
Ivan Eland es Asociado Senior y Director del Centro Para la Paz y la Libertad en The Independent Institute en Oakland, California, y autor de los libros The Empire Has No Clothes, y Putting “Defense” Back into U.S. Defense Policy.