Por Claudio A. Jacquelin
Enfoques - La Nación
Un viejo chiste dice que el realismo mágico latinoamericano es un relato mágico en Europa y sólo puro realismo en América latina.
Y esa desmesura y color, lo irreal convertido en hecho cotidiano, en acontecimiento "normal", que en los años 60 y 70 salió para deslumbrar y captar la atención para siempre de un mundo que poco registraba de América latina, acaba de mostrar su vigencia y su presencia en estos días. Aunque hay un cambio sustancial, el realismo mágico es hoy por acá cada vez menos arte y más crónica diaria, menos retrato luminoso y más caricatura, más parodia y menos épica.
Como corresponde a la tradición, acaba de escribirse en los Andes caribeños uno de los capítulos destacados del género, con el aporte del resto de esta región frondosa.
En una sola semana se corporizaron en el mapa del subcontinente todos los seres sobrenaturales del imaginario latinoamericano de otro tiempo, pero también de estos días de siglo XXI. Y confundidos y confusos, terminaron en pleno Caribe reunidos en un encuentro tan inverosímil como real, tan mágico como concreto, tan esperpéntico en desarrollo como celebrable en desenlace.
Sólo faltó en la Cumbre de la República Dominicana la presencia de uno de los más logrados personajes del famoso boom literario, aunque nunca haya estado en las páginas impresas: el "Yéneral González", aquel dictador de Costa Pobre que con maestría personificaba en nuestra tele Alberto Olmedo.
Si no hubiera habido muertos de por medio, si no hubiera estado en riesgo serio la paz de la región o, como mínimo, la tranquilidad de todos los ciudadanos de esta zona del mundo y no se hubieran gastado millones que podrían paliar un hambre que no falta, lo ocurrido en estos días podría haber sido el merecido y apropiado homenaje a uno de nuestros más grandes artistas populares, justo en el 20° aniversario de su muerte absurda.
Pero no, el realismo mágico es cada vez más realismo trágico o, mejor dicho, más realismo tragicómico, y no está para homenajes.
En la novela por entregas de esta semana, tres países estuvieron a punto de ir a la guerra, hubo tres presidentes encarnando el demonio del otro, aventando ángeles arcabuceros, y no faltó el Lucifer que oficiara de bufón. También se vieron miles de soldados trasladados a ninguna parte, simulando aprestos bélicos y circulando en un tiempo vacío de un convoy circular. Y abundaron los mandatarios que soñaron con un instante de gloriosa reencarnación en el cardenal Samoré, consiguiendo la paz justo cuando sonaban las trompetas de guerra.
Pero para los aspirantes a la fama colateral no hubo brillo ni fanfarria, sino hasta algún reproche y la indigestión con una réplica atrangatada, como la que le quedó a Cristina Kirchner, reprendida en público y sin poder blandir esta vez el ya famoso dedo admonitorio y el tono profesoral. Un debut para olvidar en la escena internacional, que sin duda con el tiempo tendrá revancha, ya que vocación y formación no faltan.
Es que al final, antes de escribirse el guión, llegó el final, acorde con los tiempos, como una versión posmoderna de realismo mágico fragmentado, en formato de reality show . Y cuando nadie lo esperaba, cuando los espectadores empezaban a aterrorizarse por la tragedia sin remedio, el espectáculo alcanzó su clímax con un desenlace de grotesca apoteosis. Final feliz y en vivo y en directo. Todos abrazados y con los demonios, sin explicación, enterrados.
Hasta el próximo capítulo.