Por Rómulo López Sabando
El Expreso de Guayaquil
06/03/2007
Insolente, intemperante, abusivo, arrogante, grosero y prepotente. Se creía providencial. Montó una Asamblea Constituyente. Pretendía que su presidencia durase ocho años, más otra reelección. Que el Congreso se reuniera cada cuatro años, los senadores duraran 12 y los diputados ocho. Fue reelegido. Su gobierno (e impuestos) fueron calificados de “funesto, oneroso y terrible”. Su Constitución es conocida como la “Carta de la esclavitud”.
Hoy 6 de marzo se recuerdan 162 años (1845) de la revolución marcista (no marxista) que derogó la “Carta de la esclavitud” impuesta el 15 de enero de 1843 por el venezolano Juan José Flores (1801-1864) con treinta y seis asambleístas. (Treinta y dos empleados del Estado y diez militares extranjeros). Los abusos de dineros, atropellos de militares extranjeros, su sospechosa participación en el asesinato de Antonio José de Sucre Alcalá (1795-1830) y fracasada negociación limítrofe con Perú, desencadenaron la revolución.
Los “notables” (las fuerzas vivas) de Guayaquil, liderados por José Joaquín de Olmedo Maruri (1780-1847), Vicente Ramón Roca Rodríguez (1792-1858), Diego Noboa Arteta (1789-1870), Vicente Rocafuerte Bejarano (1783 1847), Gabriel García Moreno (1821-1875), el sacerdote cuencano (Fray) Vicente Solano Vargas-Machuca (1791-1865), los militares Antonio Elizalde y Fernando Ayarza, y miles más, combatieron al caribeño-venezolano y su “Carta de la esclavitud”. Rocafuerte calificó a los asambleístas de “jenízaros”, (hijos de madres extranjeras con soldados del emperador turco).
“Derrocando al pérfido tirano, volverán vuestros usurpados derechos...”. Y Olmedo, el líder, dijo “Los hombres hábiles ambicionan convencer. Los mediocres o sin talento no aspiran sino a mandar”.
Los “notables” (las fuerzas vivas) de Quito, (intelectuales, filósofos, antiguos patriotas del 10 de Agosto de 1809 y del 2 de Agosto de 1810, librepensadores y anticlericales), que postulaban “la mayor felicidad posible para el mayor número de personas”, formaron (en 1833) contra Flores, la “Sociedad El Quiteño Libre” con un periódico del mismo nombre. Su ídolo, Vicente Rocafuerte, fue desterrado. Los otros fueron asesinados.
El accionar cívico y político de los “notables” (las fuerzas vivas) de Guayaquil, Quito y Cuenca respaldados por las revueltas populares en Costa y Sierra y el manifiesto militar nacionalista, hicieron la revolución marcista, derrocaron al venezolano e instalaron en Cuenca el 6 de marzo de 1845, un gobierno provisional con Chimborazo, Pichincha, Imbabura, Carchi, Manabí.
Guayaquil inició la lucha por la “autonomía” para consolidar la nacionalidad, deteriorada por el centralismo y contra 15 años de abusos y atropellos del venezolano. Ecuador fue un nombre escogido de la línea imaginaria que divide al planeta. Irreal, postizo, engañoso, obra del venezolano-caribeño, que impidió fuéramos República de Guayaquil o República de Quito. Pero esto, ya es historia. Vivimos una realidad que debemos adecuarla al siglo XXI. Ecuador nos identifica y cobija a nuestra patria. Hay que robustecerlo.
Todas las Constituciones endiosan al Estado centralista, feudal y provinciano que origina la pobreza, concentra la riqueza y corrompe la justicia. El centralismo destruyó la “revolución marcista” (la segunda independencia) que nos liberó de los venezolanos. Y lo que vino después, como se dijo de la “primera” independencia, fue, “último día del despotismo y primero de lo mismo”. Y en la coyuntura política actual ocurre “más de lo mismo”.
Si queremos salir del marasmo, inmovilidad, desgano, miseria y emigración, que nos tiene exhaustos, en la próxima Asamblea debemos archivar el centralismo (el Estado nacional) que aún rige en pleno siglo XXI. El bienestar, riqueza, posibilidades de satisfacer necesidades básicas, son viables por la cantidad y calidad de inversión competitiva en trabajo productivo. Según The Wall Street Journal, Ecuador, ocupa la posición de pobreza 108 entre 157 países.
Debemos ir al “estado de Derecho”, bajo un esquema federal, con plenitud de las autonomías y reconocimiento dinámico de las nacionalidades, etnias y diversidades indígenas y autóctonas de la Costa, Sierra y Oriente, unidos a los que nacimos y hacemos vida en nuestro territorio, que sentimos que es nuestra patria. El hambre, la desnutrición, la pobreza, los niños que trabajan, el analfabetismo y la falta de acceso al agua son temas prioritarios que se solucionarían con las autonomías y el Estado federal.