Por Charles Krauthammer
Diario de América
No soy un creyente del calentamiento global. No soy un negacionista del calentamiento global. Soy un agnóstico del calentamiento global que cree instintivamente que no puede ser muy bueno inyectar montones de dióxido de carbono en la atmósfera, pero que está igualmente convencido de que aquellos que se precian de saber a dónde conduce eso exactamente están diciendo tonterías.
Las predicciones de catástrofes dependen de modelos. Los modelos dependen de premisas acerca de sistemas planetariamente complejos - desde corrientes oceánicas hasta formación de cúmulos - que absolutamente nadie entiende por completo. Lo cual es el motivo de que los modelos estén inherentemente equivocados y cambien constantemente. Los escenarios apocalípticos asumen la existencia de una catarata de sucesos, con una probabilidad concreta cada uno. La improbabilidad múltiple de su suceso simultáneo hace completamente especulativas todas las previsiones así.
Pero basándose en esta especulación, los activistas medioambientales, asistidos por científicos obedientes y políticos oportunistas, están defendiendo la regulación económica y social radical. “La mayor amenaza para la libertad, la democracia, la economía de mercado y la prosperidad,” advierte el Presidente checo Vaclav Klaus, “ya no es el socialismo. Es, en su lugar, la ambiciosa, arrogante y falta de escrúpulos ideología del medioambientalismo.”
Si duda de lo de arrogante, es que no ha visto la portada de Newsweek que declaraba finalizado el debate del calentamiento global. Considere: Si las leyes del movimiento de Newton, tras 200 años de confirmación experimental y existencial, podrían ser anuladas, se necesita de fervor religioso para creer que el calentamiento global - infinitamente más complejo, especulativo y falto de comprobación - es un asunto zanjado.
Pero declararlo zanjado tiene sus ventajas. Ello no solamente desprecia a los escépticos como perros falderos de la reacción, es decir, de la Exxon, Cheney y ahora Klaus. Por decreto, ello también rehabilita enormemente a la izquierda intelectual.
Durante un siglo, una clase intelectual ambiciosa, arrogante y falta de escrúpulos - los ingenieros sociales, los científicos, los intelectuales, los expertos y sus aliados políticos de la extrema izquierda - se adjudicaron sobre sí mismos el derecho a legislar en nombre de la clase trabajadora oprimida (comunismo) o bien, en su forma más benigna, en virtud de su conocimiento superior a la hora de lograr el más elevado progreso social por medio de la planificación estatal (socialismo).
Hace dos décadas, sin embargo, socialismo y comunismo fenecieron ordinariamente, siendo a continuación enterrados para siempre por la demostración empírica de la superioridad del capitalismo de mercado en todas partes desde la Inglaterra de Thatcher hasta la China de Deng, donde simplemente la abolición parcial del socialismo sacó de la pobreza a más gente con mayor rapidez que nunca antes en la historia de la humanidad.
Justo cuando el vertedero de la historia rebosaba, a la izquierda intelectual le fue concedida la salvación definitiva: el medioambientalismo. Los expertos no regularán su vida hoy en nombre del socialismo Fabiano ni de la clase obrera, sino -- aún mejor - en nombre de la propia Tierra.
Los ecologistas son los sacerdotes de Gaia, ordenándonos en su verdadero servicio y excomulgando a aquellos que se niegan a rendir pleitesía. (Ver Newsweek arriba.) Y habiendo proclamado el mandamiento definitivo - la castidad del carbono - están preparando la legislación canónica de apoyo que le indicará cuánto puede viajar, junto a qué clase de luz va a leer, y la temperatura a la que puede poner el termostato de su dormitorio.
Apenas el lunes, un comité parlamentario británico proponía que cada ciudadano estuviera obligado a llevar una tarjeta de emisiones de carbono que tiene que ser enseñada, so pena de multa, al pagar la gasolina, coger un avión o consumir electricidad. La tarjeta contiene su ración anual de carbono a ser rebajada con cada viaje, cada compra, cada visita a la gasolinera.
No existe mayor poder social que el poder de racionar. Y, excepto racionar la comida, no existe mayor instrumento de control social que racionar la energía, la divisa de todas y cada una de las cosas que uno hace y consume en una sociedad avanzada.
De manera que, ¿qué propone como alternativa el agnóstico del calentamiento global? En primer lugar, más investigación - equilibrada y fiable - para determinar (a) si la contribución artificial de carbono se pierde o no entre las masivas fuerzas naturales (desde la actividad de las manchas solares hasta las corrientes oceánicas) que afectan al clima, y (b) si el efecto humano es realmente significativo, si el sistema climático del planeta dispone de los mecanismos homeostáticos o no (como los sistemas retroalimentados del cuerpo humano, por ejemplo) con los que compensar.
En segundo, reducir nuestra contribución de carbono en el ínterin haciendo lo factible en lugar de lo económicamente ruinoso y socialmente destructivo. El caso más obvio es un paso importante hacia la energía nuclear, que con respecto a la atmósfera es la más limpia de las limpias.
Pero sus futuros amos han previsto esta contingencia. La Iglesia del Medio Ambiente promulga también dogmas secundarios. Uno de éstos es un estricto tabú nuclear.
Muy conveniente, ¿verdad? Aparte de entre las opciones este importante sustituto del carbón, y estaremos racionando con mayor razón. ¿Adivina quién realiza el racionamiento?
© 2008, The Washington Post Writers Group